A las 9.33, la Presidenta Michelle Bachelet se paró en el estrado para dar la cara a casi 17 millones de chilenos, su deber y derecho como máxima autoridad del país. Pero la tradición republicana también implica darle la espalda a un grupo de compatriotas. En la testera, la presidenta del Senado, Isabel Allende, y su par de la Cámara, Aldo Cornejo, sólo podían ver su rostro en los monitores.
Dentro de este grupo prácticamente invisible había otros cuatro personajes acostumbrados a estar detrás de la Jefa de Estado: Patricio Mericq (Ejército), Rafael Rojas (Carabineros), Jaime Camacho (Armada) y Raúl Mera (Fuerza Aérea) son los edecanes presidenciales encargados de resguardar la seguridad de Bachelet, que en esta ocasión también cumplieron con la misión de transportar el mensaje presidencial en una gruesa carpeta azul.
El Salón de Honor del Congreso estuvo lejos de llenarse. De las 356 butacas del primer piso, varias quedaron vacías en las filas posteriores. Lo mismo ocurrió en las tribunas, donde no se alcanzaron a ocupar los 750 asientos. Algunos diputados, como Hugo Gutiérrez (PC), Claudia Nogueira (UDI) y Andrea Molina (UDI) llegaron atrasados y tuvieron que ubicarse muy atrás.
Afuera del salón, los periodistas sin pase de tribuna se agolpaban alrededor de los televisores; en las escaleras, varias de las 20 carabineras que habían saludado a la Presidenta a su ingreso a la sala caminaban descalzas para descansar de los tacos, mientras que en la calle, la lluvia se hacía fuerte.
Tras el Himno Nacional, Bachelet comenzó a leer el mensaje. La mayoría de los parlamentarios e invitados tenían a mano su celular para comentar las palabras de la Mandataria por Twitter. Una de las más activas -y críticas- fue la diputada de Amplitud Karla Rubilar: "Se puede poner atención y escribir al mismo tiempo. En la actualidad hay que acercar estas cosas a la gente e interactuar con ellas".
A diferencia de Rubilar, los ministros Alvaro Elizalde (Segegob) y Ximena Rincón (Segpres) se dedicaban a tomar apuntes y subrayar la copia corcheteada que la propia Bachelet les había entregado durante el desayuno en Cerro Castillo. Muchos los imitaban, como el senador RN Manuel José Ossandón, que escribía en un antiguo cuaderno marca Orión. Otros no consultaron tanto el documento. De hecho, el ministro de Educación, Nicolás Eyzaguirre, lo tuvo enrollado la mayor parte del tiempo.
Durante las dos horas de discurso, Bachelet se tropezó en la dicción de algunas palabras, pero mostró todas sus cartas. Recibió decenas de aplausos, de los cuales dos destacaron por su intensidad, al anunciar la reforma al Código de Aguas y el proyecto de ley que despenalizará el aborto. También se dio tiempo para bromear: se rió de su propia edad al hablar de los adultos mayores ("somos un grupo que crece cada día más en Chile"), se mofó del senador Felipe Harboe, cuando éste aplaudió solo un eventual embalse en Ñuble, y anunció que quedaba "poquito para terminar", al ver algunos bostezos en la audiencia. El subsecretario de FF.AA., Gabriel Gaspar, fue más allá y durmió una breve siesta.
A las 11.34 cerró su intervención con el inevitable "Viva Chile" y una ovación final que acalló a un par de solitarios manifestantes que pedían justicia contra la empresa TurBus por un antiguo accidente. Ambos fueron retirados de la sala por carabineros, que los superaban 282 a dos. Quien sí fue escuchado fue el socialista de 26 años Giovanni Semería, quien gritó sin pudores; "Te amo, Michelle", y recibió de vuelta un gesto de la Presidenta, quien se llevó la mano al pecho.
Antes del cañonazo del mediodía, la sala estaba vacía otra vez. Mientras comenzaba la extensa ronda de opiniones, Bachelet era la primera en marcharse; tenía una parada naval a la que atender. Sus promesas se fueron minutos después, bajo el brazo del edecán Mera, dentro de la gruesa carpeta azul.