En 1989, Marilen Leddihn (56) asistió al funeral de su abuela, Luisa Vogt, en el Cementerio General. La mujer, descendiente de colonos alemanes y de religión protestante, fue enterrada en el Patio de Disidentes, junto a los restos de otros 12 parientes. A Marilén le llamó la atención el muro de ladrillos que separaba el sector del resto del camposanto, también recuerda la "desordenada" disposición de las tumbas en tierra y la reticencia de los funcionarios del cementerio a llevar los restos de su abuela hasta su sepultura. "'Anda tú' se decían. El lugar me dio una sensación de claustrofobia, de abandono. No me sentí a gusto", cuenta.
Aunque han pasado casi 20 años de ese episodio, el Patio de Disidentes mantiene el mismo aspecto descuidado, a pesar que en este espacio se encuentran sepultados personajes como Juan Canut Le Bon (pastor evangélico de origen español que inició las prédicas en la calle en Chile) o el propio José M. Ibáñez, el primer obispo chileno protestante.
Eso hasta ahora, pues por un Proyecto Bicentenario, los muros -que desde 1871 separaron este predio del patio histórico del Cementerio General- y los senderos serán restaurados. La alcaldesa de Recoleta, Sol Letelier, cuenta que los trabajos consideran una inversión de $ 400 millones y serán inaugurados el 31 de octubre, día de la Iglesia Evangélica.
Según explica el historiador y pastor luterano Juan Wehrli, a mediados del siglo XIX la comunidad británica solicitó al Estado un espacio para sepultar a sus difuntos. Buena parte de ellos habían obtenido altos rangos en el Ejército y la Armada y en ese entonces la Iglesia Católica impedía que fueran enterrados en los cementerios, por no profesar su fe. Sus restos -junto con el de judíos, musulmanes y suicidas, entre otros- eran arrojados al mar, sepultados en playas o depositados en basurales, como el que existía en las laderas del cerro Santa Lucía.
Así, en 1854, los "disidentes" lograron adquirir un predio a un costado del Cementerio General. La primera persona inhumada fue el hijo de un comerciante británico. Este hecho generó una larga disputa con los católicos, que consideraban que estos entierros "profanaban el camposanto". Por ello, algunos feligreses desenterraron los cadáveres de los disidentes y los lanzaron a la calle del Panteón (hoy avenida Zañartu). En 1871 comenzó la construcción de un muro que, según las leyes canónicas, debía tener tres metros de ancho y siete de altura, para evitar la "contaminación" del cementerio.
Las diferencias sólo terminaron en 1884, cuando la legislación incorporó los cementerios al derecho común.