Esta nota pertenece a la serie de BBC Mundo "Microbioma: el huerto humano", dedicada a los más recientes desarrollos en el campo de estudio de la microbioma humana, el conjunto de bacterias, virus, hongos y protozoos que habitan dentro de y sobre la superficie de nuestro cuerpo y cuyo rol es clave para el saludable desarrollo de nuestra vida.
La ciencia ha establecido que infecciones con microorganismos pueden estar detrás de diversos desórdenes psiquiátricos. La sífilis, por ejemplo, causada por la bacteria Treponema pallidum, puede desencadenar demencia. Ahora los científicos están empezando ver que variaciones menos dramáticas en la microbioma humana pueden ser responsables de casos de depresión, ansiedad o síndrome de fatiga crónica, entre otras dolencias.
La ciencia cree que manipulándola con compuestos semejantes a los probióticos podrían llegar a producir mejorías en las personas afectadas por estas alteraciones.
De hecho, ya le han puesto nombre a esos compuestos. Los llaman "psicobióticos". El término fue acuñado este año por Ted Dinan y sus colegas del departamento de psiquiatría de la Universidad de Cork en la República de Irlanda.
Su definición precisa, según publicó ese equipo en un trabajo de la revista Society of Biological Psychiatry es: "Un organismo vivo que al ser ingerido en cantidades adecuadas produce un beneficio en la salud de pacientes que sufren enfermedades psiquiátricas".
Antidepresivo y ansiolítico
"Existe la noción de que los microbios producen complejos que pueden alterar el comportamiento; se ha sugerido que parte del rol de nuestros microbios es moderar nuestro comportamiento", le dice a BBC Mundo Lita Proctor, coordinadora del Human Microbiome Project (Proyecto Microbioma Humano) de Estados Unidos.
Es algo que Dinan y su equipo han ido comprobando -por lo pronto- en una serie de experimentos con animales de laboratorio, fundamentalmente ratas y ratones.
"Si no tienen microbios intestinales cuando son jóvenes, el sistema serotoninérgico no se desarrolla correctamente", explica Dinan. Este sistema está compuesto por las neuronas que utilizan la serotonina, un químico vinculado con la regulación de factores emocionales relacionados con la depresión (el antidepresivo Prozac, por ejemplo, actúa sobre la serotonina).
Pero también observaron que al colocar Bifidobacterium infantis -que se vende libremente como probiótico, en los intestinos de uno de estos animales-, el sistema serotoninérgico se desarrolló en forma normal. Y que otro probiótico, Lactobacillus rhamnosus, "era capaz de reducir la ansiedad en forma significativa".
Estos probióticos, o psicobióticos, descubrió Dinan, "secretan altas cantidades de GABA" (ácido gamma-aminobutírico), un aminoácido que actúa como principal neurotransmisor inhibitorio del cerebro.
El especialista cree, de hecho, que la clave para el desarrollo de psicobióticos efectivos puede estar en identificar los químicos que liberan las bacterias. Por ejemplo, la Candida, los Estreptococos, la Escherichia y los Enterococos producen serotonina.
En humanos
Hasta ahora todos los experimentos de Dinan fueron en animales, ¿pero qué pasa con los humanos?
"Están por comenzar estudios en pacientes con depresión y ansiedad", anticipa el psiquiatra. Junto a su equipo, en los próximos dos a tres meses iniciará experimentos con las bacterias secretoras de GABA. La investigación durará entre 12 y 18 meses y Dinan espera que los resultados estén disponibles dentro de unos dos años.
Si son favorables, es posible que en poco tiempo algún producto basado en sus experiencias esté disponible en farmacias o hasta tiendas de productos alimentarios.
Como son probióticos, las limitaciones regulatorias son mucho menores que para drogas convencionales, lo que podría hacerlos disponibles mucho más rápido, bajo la etiqueta de alimentos medicinales o suplementos dietarios. Otra de las ventajas es que, de funcionar, podrían servir para pacientes que no responden bien al tratamiento con antidepresivos tradicionales.
El factor edad
En los experimentos de Dinan con ratas y ratones, los animales recibieron los psicobióticos en los primeros días o semanas de vida, y eso puede ser algo decisivo en su eficacia
Se ha demostrado que ciertas condiciones asociadas a la microbioma y que se adquieren en la niñez sólo pueden modificarse si ésta se equilibra en una edad temprana, y que una intervención en la adultez puede no dar resultado.
Alex Khoruts, de la Universidad de Minnesota, quien estudia los efectos sobre la salud de las intervenciones sobre la microbioma, lo explica con un ejemplo de otro trabajo que se hizo en ratones en los que se indujo una condición equiparable al autismo.
Se intentó tratarlos con una terapia microbiana y se vio que si se modificaba la microbioma de los animales durante una edad temprana, cambiaba su comportamiento. Pero en la adultez, le dice a BBC Mundo Khorutz, "si los microbios se reestablecían, la microbioma se normalizaba, pero los ratones seguían siendo solitarios (mantenían esa suerte de autismo)".
La comunidad científica también concuerda en que con la edad la microbioma se vuelve más estable y difícil de modificar, lo que podría implicar que una intervención de este tipo no tenga efecto -o el mismo tipo de efecto- en la adultez.
Pero mucha de la experiencia en terapia fecal (en la que se implanta una microbioma de un donante sano en un paciente) da cuenta de que existe un margen de maniobra, aunque por ahora sólo se haya demostrado su eficacia clínica exclusivamente en infección recurrente con la bacteria Clostridium difficile.
Como admiten todos los científicos que investigan terapias basadas en la modificación o intervención sobre la microbioma, todavía queda mucho por explorar. Lo mismo puede decirse en el terreno de los psicobióticos. Sin embargo, los descubrimientos que puedan hacerse en ese trajinar son esperados con ansias.
Thomas Insel, director del Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos publicó en el enero de 2013 una entrada en el blog del organismo, donde decía: "Cómo estas diferencias en nuestro mundo microbiano influyen en el desarrollo del cerebro y el comportamiento será una de las grandes fronteras de la neurociencia clínica en la próxima década".