Cantó el Pavo real con golpe de caderas como si tuviera 40 años menos y sus fans cuarentonas, cincuentonas y hasta sesentonas parecían calcetineras gritándole "¡mijito rico!".

Y "El Puma" José Luis Rodríguez sacó el mismo vozarrón de sus años mozos, y la misma intensidad de símbolo sexual venezolano en esos versos que hablan de "temblar de pasión y delirio, de amor y deseo", en De punta a punta; o de una "ráfaga de fuego" que "por tu cuerpo se propaga", en Qué se siente.

"La felicidad es un intervalo entre dos tristezas", dijo en uno de sus tantos discursos con tono de orador radial, antes de Tengo derecho a ser feliz.

Aseguró que no sólo hay que "perdonar", si no también olvidar en el caso de algún "desliz", para luego entregar Culpable soy yo, otro de los más de 20 éxitos probados en su show de anoche en el Movistar Arena, que estaba a menos de la mitad de público.

Aunque los que estaban incluso llevaron algunos banderines con la imagen del intérprete y no sólo lo ovacionaron de pie, sino que le respondían cuando Rodríguez decía que los asistentes eran sus "amigos", o contaba sus historias de amantes o de la vida en general.

A los 66 años se instaló con el mismo peinado aleonado, el pantalón de calce justo, un grupo con sección bronces y percusión que lo seguían, dos pantallas y ese  gusto por cantar que lo transformó en clásico del Festival de Viña.

Y frente a él,  Julio Iglesias, que se presentó en el mismo escenario cuatro meses antes, parecía un anciano. Por ejemplo.