Pyongyang se moderniza. El joven Kim Jong-un está transformando la capital norcoreana, escaparate del régimen. Calles con tráfico, nuevos edificios e incluso un exclusivo club de hípica son la nueva imagen de una ciudad hasta ahora anclada en el pasado.

Las señoritas del tráfico de Pyongyang, antaño famosas por dar indicaciones durante horas en intersecciones vacías, tienen más trabajo que nunca estos días. Sobre el agrietado asfalto de las calles los coches particulares, taxis y furgonetas van poco a poco comiendo terreno al que todavía es de largo el medio de transporte más utilizado en el país: la bicicleta.

Aunque poseer un vehículo es aún prohibitivo para los habitantes que dependen del sueldo estatal -unos 5.000 wones de media, 50 dólares al cambio oficial-, las crecientes élites sociales de la capital viajan en taxi o se pasean en sus Pyeonhwa de fabricación local en los casos más modestos.

Una minoría más pudiente tiene el privilegio de adelantar con su BMW o Mercedes Benz a los desvencijados tranvías y autobuses oruga. No es extraño ver vehículos de estas marcas en los restaurantes más selectos y los nuevos -aunque modestos- centros comerciales del centro de la ciudad.

Y es que algo está cambiando rápido en la vieja Pyongyang, la ciudad de más de tres millones de habitantes que el régimen enseña con orgullo al exterior como el gran escaparate de su ortodoxo modelo socialista anclado en la Guerra Fría y que desde entonces lucha por sobrevivir.

Decenas de barcos extraen arena sin parar del río Taedong, mientras miles de obreros trasladan los cargamentos desde la ribera a diversos puntos de la metrópoli.

"Es que ahora se está construyendo muchísimo y se necesitan materiales", explica a Efe una de las guías que acompañan a un reducido grupo de medios internacionales en Pyongyang.

Kim Jong-un llegó al poder en diciembre de 2011 y desde entonces se ha finalizado el megacomplejo de torres residenciales de la calle Changjon, el Teatro del Pueblo, el mayor hospital pediátrico de la ciudad y un nuevo y flamante edificio del museo dedicado a la Guerra de Corea (1950-1953), entre otros.

El Rungrado Primero de Mayo, el mayor estadio de fútbol del mundo, está siendo modernizado, y la remodelación del complejo multideportivo Chejuk concluyó meses atrás. El deporte, aseguran los expertos, es una de las bazas de Kim Jong-un para mostrar al mundo la mejor cara de un régimen que aisla en una burbuja a sus ciudadanos y que, según la ONU y organizaciones internacionales, comete graves violaciones de los derechos humanos.

Otras nuevas aperturas son el parque acuático de Munsu y el nuevo club de equitación de Mirim en 2013, instalaciones ambas prohibitivas para el norcoreano de a pie al costar la entrada hasta cuatro veces el sueldo medio mensual.

En todo caso, los motores, el hormigón y el asfalto no son los únicos indicios de cambio en Pyongyang. Sobre la monotonía estética de unos habitantes con indumentarias de apariencia pobre y antigua brillan en las calles los elegantes tacones, vestidos y complementos de buena parte de las mujeres jóvenes. 

"Lo compré por aquí, en el centro. Mis amigas tienen bolsos parecidos, porque están de moda estos días", comenta Kim Hae-mi, de 25 años, cuando le preguntamos por su bolso negro Prada -eso sí, de imitación- que ha elegido hoy "porque va a juego con los zapatos".

Al igual que muchas otras chicas de la ciudad, Hae-mi pasea en pareja con una amiga bajo una sombrilla estampada para evitar que el sol dore su rostro o desluzca su esmerado maquillaje.

En cuanto uno se aleja de Pyongyang, no obstante, la imagen cambia. En la periferia rural las señoritas de las sombrillas desaparecen para dar paso a hordas de descamisados de todas las edades que trabajan precariamente en el campo y portan pesadas cargas al hombro o en viejas carretillas. Por escasos kilómetros se han quedado fuera del escaparate socialista de Corea del Norte.