Mimi C. Lee, una médico anestesista de San Francisco, California, se casó poco antes de cumplir los 40 años. Con su esposo Stephen Findley pensaban tener hijos rápidamente, pero un cáncer de mama pocas semanas después del matrimonio, los obligó aplazar el sueño. Fue entonces cuando decidieron realizarse un tratamiento de fertilización y congelar embriones para intentar el embarazo después del tratamiento de quimio y radioterapia.

Era la idea original, pero en 2013 la pareja se divorció. Las malas noticias para la anestesista siguieron: su médico le confirmó que debido a la terapia contra el cáncer ahora era una mujer estéril. Fue entonces cuando se inició un drama judicial dado a conocer por los medios de comunicación estadounidenses. El caso llegó a la Corte: ella pedía la custodia de esos embriones para implantárselos, pero su ex esposo quería su destrucción alegando no querer ningún tipo de relación con Lee y esgrimiendo además, que el contrato firmado antes del tratamiento de fertilización, dice que en caso de divorcio los embriones deben ser descartados.

Lee alegó que los embriones le pertenecían, y que además, eran la única posibilidad que tenía de ser madre,  porque ya no contaba con una reserva ovárica. Pero ningún argumento sirvió para la justicia. Tras poco más de cuatro meses de juicio, la semana pasada, Anne-Christine Massullo, jueza del Tribunal Superior del Condado de San Francisco, determinó que los embriones deben ser descongelados y desechados.

Massullo se basó en que así lo establecia el contrato entre Lee y Findley y porque California es uno de los estados en los que el aborto es legal hasta antes de las 12 semanas de gestación.

Mauricio Besio, ginecólogo de la Red de Salud UC Christus y director del Centro de Bioética UC dice que casos como estos son noticia porque los embriones no son cosas que se puedan repartir tras un matrimonio. “Son seres humanos que ya están en una situación bien injusta al estar congelados e impedidos del desarrollo que le corresponde a cada ser vivo. ¿Quién tiene el derecho de tratarlos como cosas para usar o pelear por ellos?”, cuestiona.

Sin ley

¿Qué ocurriría en Chile ante un caso como este? Nuestro país no tiene una legislación específica. Lo que pide la decena de clínicas que funcionan en el país, y que tienen la tecnología para criopreservar embriones, es que la pareja firme un documento en que se les exige un consentimiento informado antes de iniciar el tratamiento y que se entrega varios días antes para que puedan leerlo con calma y plantear todas las dudas que puedan surgir.

En este documento se específica que los embriones no pueden destruirse. Y en caso que finalmente se decida no usarlos, son reimplantados en la mujer en una etapa en que de forma natural, estos se desechan. Pero bajo ningún punto de vista se descartan.

El jefe la Unidad de Medicina Reproductiva de Clínica Monteblanco, Ricardo Pommer, realiza este procedimiento hace más de 20 años y explica que los embriones pertenecen a la pareja.

A lo largo de estos años, Pommer ha visto no más de seis de estos casos en los que una pareja que tiene embriones congelados termina su relación. “Por suerte siempre ha existido el sano juicio y deciden en conjunto que hacer y en la mayoría de los casos, los padres de esos embriones han cedido la potestad para que la madre puede implantarlos y otro par decidió donarlos”, cuenta.

Lo que está claro es que en Chile, aún sin una ley específica, y bajo principios valóricos, estos embriones no se destruyen ni tampoco se venden. Sí se pueden donar, en forma anónima y altruista, a una pareja que no pueda concebir. “Desde el punto de vista afectivo, somos muy conservadores, pro familia y provida. El embrión es proyecto de un eventual niño y son los padres los dueños de ellos y los que deciden su devenir”, dice Pommer.

El director de Clínica IVI y especialista en infertilidad, Carlos Troncoso, coincide. “Al no haber ley, nos guiamos por formatos internacionales y la conciencia social, que en muchos casos, suele ser más conservadora que si hubiera ley”, dice.

“Cuando se inicia un tratamiento se le explica a la pareja que existe la posibilidad de que no se pueden transferir todos y se deban congelar. Eso ocurre en el 30% de los casos aproximadamente. El único destino que tienen es buscar un embarazo, no se pueden descartar ni entregar para investigación”, señala Troncoso.

Lo habitual, dice, es que la pareja se realice el tratamiento, se logre un embarazo y ese niño nazca. Los embriones que quedan, se guardan hasta que pasen uno o dos años. Si pasa más tiempo y la mujer ya se acerca a la edad en la que no podrá embarazarse (50 años, según lo fija IVI), se define si lo intentarán de nuevo o si donan esos embriones.

En IVI no ha ocurrido que una pareja termine la relación y queden los embriones. Sí ha ocurrido que los donan después de haber tenido hijos.

Cambio de visión

En la actualidad y gracias a la tecnología, ya no se realizan tratamientos agresivos de estimulación ovárica para fecundar muchos óvulos e implantar varios en el útero. “Hoy lo que se busca es generar solo los embriones necesarios y de la mejor calidad posible. Implantar más de u embrión es riesgoso, hay más riesgo de parto prematuro, de prematuros extremos. Ahora el objetivo no es conseguir embarazo sino un recién nacido vivo y un ser humano sano”, explica Troncoso.