"Mi gran ambición es ser director de El Mercurio", confesó Agustín Edwards Eastman a un grupo de amigos con quienes compartía la afición por los yates, cuando acababa de cumplir 40 años. La revelación sorprendió a todos. ¿Dirigir un diario? A fines de los 60, él pertenecía a una de las tres mayores fortunas de Chile; provenía de una familia de la elite tradicional -era el quinto Agustín Edwards de la dinastía desde su tatarabuelo-, y ya controlaba con mano firme las empresas que heredó de su padre, como CCU, el Banco de A. Edwards, seguros Chilena Consolidada, además de las Universidad Técnica Federico Santa María y Ladeco, la aerolínea que él mismo ayudó a crear. Pero su sueño entonces era otro: dirigir el diario que había fundado su abuelo en 1900 en Santiago. Se dio cuenta a temprana hora que allí estaba el verdadero ejercicio del poder.
Agustín Edwards, quien falleció a los 89 años de edad, fue uno de los hombres más influyentes de la historia reciente de Chile.
Aunque en los últimos años ya exhibía el peso de la edad, los periodistas de El Mercurio aún lo veían pasearse por la Sala de Redacción, saludando a todos y preguntando detalles como la calidad del casino o el estado de las impresoras. En la última elección presidencial de 2013, por ejemplo, estuvo toda la tarde siguiendo los cómputos e incluso se instaló en el cubículo de fotografía para ver las imágenes que iban llegando. Siempre junto a dos escoltas en que se apoyaba cuando perdía el equilibrio y que lo acompañaban por seguridad desde 1991, luego del secuestro de su hijo Cristián, el episodio más difícil que enfrentó en su vida.
Mucho más atrás quedaba la imagen del Agustín Edwards venerado y temido, que fue un factor decisivo en resultados electorales y en el curso político de varios gobiernos en Chile. No solamente por las implacables editoriales de su diario, que todos los sectores leían obligatoriamente, sino por sus gestiones directas desde los años 60 con la Casa Blanca, en Estados Unidos, para conseguir millonario financiamiento para El Mercurio, y por sus contactos con la CIA, analizando en plena Guerra Fría los riesgos de un posible gobierno "marxista". Sus conversaciones con el consejero de seguridad nacional Henry Kissinger, para intervenir en la realidad chilena, están registradas en los cables de inteligencia desclasificados en el último tiempo por EE.UU.
"Agustín es el chileno que ha tenido mayor influencia en el país del Norte de todos los contemporáneos. Ninguno ha tenido relaciones allá de tan alto nivel como él. Creo que ha sido decisivo para el destino de Chile", señala Hermógenes Pérez de Arce, quien fuera uno de sus colaboradores durante cuatro décadas.
Tomando el control
Nació en París el 24 de noviembre de 1927 y vivió parte de su infancia en Londres, donde su abuelo, Agustín Edwards Mac Clure, fue embajador. A fines de 1937 llegó a vivir a Chile y cursó su educación secundaria en The Grange School. Tras estudios incompletos de Derecho en la Universidad de Chile, se inscribió en la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey, donde se graduó en 1949 como bachiller en asuntos públicos internacionales. Allí comienza a tejer su red de contactos con EE.UU., según relata el libro Agustín Edwards Eastman: una biografía desclasificada del dueño de El Mercurio, del periodista Víctor Herrero, la investigación más completa sobre la vida del empresario.
De regreso en Santiago se casó, en 1952, con Malú del Río, con quien tendría seis hijos: Agustín, Isabel, Carolina, Cristián, Andrés y Felipe.
En 1956, al morir su padre, Agustín Edwards Budge, el joven, apodado "Donnie", con tan sólo 28 años toma el mando del imperio empresarial de la familia. Pero al contrario de su antecesor, que se mantuvo al margen de la actividad política, el nuevo jefe del clan comenzó a tomar un rol cada vez más protagónico en el acontecer nacional.
Así, El Mercurio se la jugó en 1964 por el triunfo de Eduardo Frei Montalva. Que el socialista Salvador Allende accediera a La Moneda, en un escenario latinoamericano donde Fidel Castro ya estaba al mando de Cuba, era algo impensable para Edwards y también para Estados Unidos. Según documentos desclasificados, la CIA cooperó activamente con financiamiento para conseguir la victoria de Frei. "Agustín despliega todo su poder político e influencia. Ya en 1964 se reúne con el director de la CIA, John McCone, para conversar estrategias para impedir que Allende ganara la elección", reveló Víctor Herrero.
Los contactos de Edwards con las altas esferas de EE.UU. eran nutridos. También registra una reunión con el subsecretario de Estado para asuntos interamericanos, Thomas C. Mann, además del magnate norteamericano David Rockefeller, fallecido hace unas semanas, quien fue uno de los mejores amigos del empresario chileno.
La operación se repite en 1970. Según relata Rockefeller en sus memorias: "Si Allende ganaba, advertía 'Donnie', Chile se convertiría en otra Cuba, en un satélite de la Unión Soviética. Insistió en que los EE.UU. debía impedir la elección de Allende (...). Las preocupaciones de 'Donnie' eran tan intensas que lo puse en contacto con Henry Kissinger, lo que llevó a que el gobierno de Nixon aumentara sus subsidios financieros clandestinos a los grupos opositores a Allende".
El papel de El Mercurio
Pocos días después del triunfo de Allende, Agustín Edwards se autoexilió en EE.UU., porque, según ha declarado, sentía amenazada su integridad física bajo el nuevo gobierno. Una de sus primeras actividades en ese país fue reunirse nuevamente con Kissinger y el director de la CIA, Richard Helms, para analizar el escenario chileno. En la cita también participó Donald Kendall, presidente de Pepsi-Cola en EE.UU., quien daría trabajo a Edwards esos años como ejecutivo de la compañía de bebidas.
Antes de partir, Edwards delegó la administración de El Mercurio y todas sus otras empresas a quien era su hombre de mayor confianza, Hernán Cubillos. Pero el imperio ya comenzaba su declive: en 1969 tuvo que abandonar el control de la U. Federico Santa María y durante la Unidad Popular debió deshacerse de la cartera de negocios del banco de la familia, el Banco de A. Edwards, labor que, por encargo de Salvador Allende, asumió el futuro Presidente Ricardo Lagos Escobar como liquidador. "Allende me había dicho que procediera con caballerosidad con Edwards respecto de los bienes que quedaban", contó Lagos en su libro Mi Vida. A comienzos de los 80, Edwards creó otro banco con el mismo nombre, el que vendió una década después.
La situación económica de El Mercurio atravesaba difíciles momentos cuando el gobierno de Nixon comenzó a entregarles financiamiento encubierto para que mantuvieran su rol de oposición a Allende. Los aportes llegaron a los US$ 2 millones de la época, de los US$ 6 millones que la CIA dispuso en total para actividades en el país. Las autoridades del diario, como su entonces gerente general, Fernando Leniz; el ex director Arturo Fontaine Aldunate y el propio Edwards han negado los aportes en dineros e influencia de la CIA en los contenidos. Sin embargo, esto fue dado a conocer ya en 1975, tras el golpe de Estado, por el informe de la Comisión Church de EE.UU.
Fue ese año en que Edwards decide finalmente volver a vivir a Chile. Un año antes, en lo que fue un terremoto interno en sus empresas, había destituido a su brazo derecho, Hernán Cubillos, porque éste se había empoderado demasiado como su representante durante esos años.
Un estudio de 1979 de Fernando Dahse, titulado Mapa de la Extrema Riqueza, situaba al grupo Edwards como el quinto conglomerado del país. Estaba lejos del poder que llegó a acumular en los 60, pero mantenía cierta diversificación en las áreas financiera e inmobiliaria. La crisis de 1982 debilitó al grupo y años más tarde quedó reducido a El Mercurio.
Salvo en algunas editoriales, El Mercurio respaldó en sus páginas la labor del régimen de Pinochet, dio amplia tribuna a las políticas económicas de los Chicago Boys, pero poca cobertura a la situación de los derechos humanos. "No fue por temor ni por presiones que publicáramos poco de lo que ahora sabemos, sino porque no teníamos información seria sobre las acusaciones que en ese tiempo circulaban como rumores imposibles de confirmar", señaló Agustín Edwards el año 2000 a la periodista Raquel Correa, en una entrevista que concedió a propósito del centenario del periódico.
El ministro de Hacienda más relevante del régimen, Sergio de Castro, le dijo a la periodista Patricia Arancibia que El Mercurio no pauteaba al gobierno, pero sí reveló que "Agustín Edwards y el Presidente conversaban de vez en cuando, pero con la discreción a que están acostumbrados". El propio Edwards esbozó en 2013 al ministro Mario Carroza su evaluación sobre el régimen de Pinochet con una declaración concisa, pero decidora: "El gobierno militar me salvó la vida", le dijo.
En 1982, Edwards cumplió su antiguo anhelo de asumir la dirección del periódico. "El se sentía heredero de una familia dedicada al periodismo, pero se dio cuenta de que el poder no estaba en la presidencia, sino que en el director del diario. Como dueño, muchas veces trataba de intervenir, pero Fontaine, al igual que su antecesor, René Silva Espejo, defendían la independencia y la autoridad del director", explica Joaquín Villarino, quien fuera editor de Reportajes de El Mercurio. Edwards mantuvo el cargo de director algunos años, aunque luego crearía la figura de "director responsable" para evitar enfrentar querellas judiciales.
Su problema era nuevamente la apremiante crisis financiera del diario. Aunque la cadena de El Mercurio llegó a sumar 15 diarios regionales, además de medios como La Segunda o Las Ultimas Noticias, la firma estaba al borde de la quiebra. Poco ayudaban los gastos de Edwards en mansiones y Mercedes Benz, viajes por el mundo en yate o la isla privada Illeifa que compró en el lago Ranco.
Fue Augusto Pinochet quien salió a rescatarlo ordenando a BancoEstado una conveniente renegociación de la deuda que mantenía El Mercurio. "Tras la crisis económica de 1982, recibió ayuda crediticia del Gobierno Militar y le manifestó por escrito su eterno agradecimiento al Presidente Pinochet…, del cual se olvidó bastante rápido. Desde 1990 El Mercurio se ha esforzado por ser un referente imparcial, pero ha renunciado a defender al gobierno militar", dice Pérez de Arce.
Bajo Paz Ciudadana
La noticia se mantuvo en secreto en todas las radios, canales y salas de redacción del país por al menos dos semanas. El 9 de septiembre de 1991, Cristián Edwards del Río, entonces gerente de diarios regionales de El Mercurio (hoy vicepresidente ejecutivo de la compañía), fue secuestrado desde su oficina de Providencia por miembros del Frente Patriótico Manuel Rodríguez. Mientras negociaban un rescate lo mantuvieron cautivo durante cinco meses en precarias condiciones y fue liberado en febrero de 1992.
Agustín Edwards no se dejó derrumbar: temiendo que Chile siguiera la senda de violencia de otros países de América Latina, en abril de 1992 anunció la creación de la Fundación Paz Ciudadana para generar estudios y políticas públicas contra la delincuencia. Pero la ONG cumplió también otro propósito: la composición transversal de su directorio le permitió a Edwards tender puentes y limar desconfianzas con políticos de la Concertación. Entre los miembros de la fundación nombró al ex ministro de Allende, Sergio Bitar. "Agustín Edwards invitó a varias personas de distintos sectores políticos en un momento de gran división. En estos 25 años hemos aportado al país al demostrar la capacidad de ponernos de acuerdo", señala Bitar. Desde esa plataforma se impulsó la reforma al sistema procesal penal junto a la ex ministra Soledad Alvear. Incluso, Ricardo Lagos, en su candidatura en 1999, declaró: "Yo firmo todo lo que dice Paz Ciudadana".
Aunque Edwards siguió frecuentando el diario hasta sus últimos días -incluso le instalaron un ascensor para que no tuviera que subir las escaleras-, cada vez delegó y dio mayor autonomía a los nuevos directores, Juan Pablo Illanes, primero, y Cristián Zegers, en la actualidad. Tras el fallecimiento de Edwards se abre la interrogante sobre su sucesión en El Mercurio, ya sea siguiendo la línea del mayorazgo con su hijo Agustín, director de LUN y presidente de Paz Ciudadana, o con Cristián Edwards, quien hizo carrera en The New York Times.