Podría haberse operado en Estados Unidos y recuperado luego mirando el mar de Miami. En Suecia o quizá en Dinamarca. Eran opciones, pero Carmen Prado, sesentona señora de la clase alta chilena, decidió que la caribeña isla de Haití sería el lugar para realizarse una cirugía estética. Allí se recupera con el contraste de un país convulsionado, mientras reflexiona sobre su vida, su familia, el pasado y la vida de los otros.
"Yo no soy racista como todos ustedes en Chile. Los negros son detallistas, la doctora que me atendió tiene un montón de títulos detrás de su escritorio. No tengo miedo a la muerte. No le tengo miedo a la muerte", se repite Carmen Prado en un monólogo mordaz que recorre Milagro en Haití, la nueva novela del escritor Rafael Gumucio (45), editada por Literatura Random House.
"En este libro trato de escaparme de Chile, no sé si lo logré", dice el narrador y columnista cuya obra está atravesada por temas sobre la historia y la identidad nacional, en libros como Memorias prematuras, Los platos rotos y La deuda, su última ficción hasta ahora,editada hace seis años.
"Mis libros son parte de un gran mural de la chilenidad. En esta novela no buscaba hablar de Chile, pero, bueno, El Quijote también es un retrato de La Mancha y, claro, nadie lo lee así", agrega Gumucio, quien hace más de una década estuvo por primera vez en Haití, cuando su madre realizaba tareas diplomáticas. Ya había escrito algunos ensayos sobre la "ciudad caótica" de Puerto Príncipe, para la revista mexicana Letras Libres y el diario El País, de España.
¿Cuál es su relación con Haití?
Haití no forma parte de las cosas que yo conozco a cabalidad. Sin embargo, me impactó profundamente desde la primera vez que fui. Está también el relato oral, porque mis padres vivieron ahí unos ocho años. Ahora no soy el primer autor al que le pasa esto. Le ocurrió a Graham Greene y Alejo Carpentier... Es que Haití es un país novelesco: la historia de un pueblo de esclavos que se toma en serio la Revolución Francesa, luego se libera y pasa dos siglos a la deriva. Haití es un espejo deformante donde nos miramos: es su padre y su monstruosidad.
¿Le complica más desarrollar la ficción que la no ficción en un libro?
No creo. Siempre mezclo la ficción con la realidad. Es el mismo trabajo cuando escribí el libro Mi abuela, Marta Rivas González (Ediciones UDP), construir escenas, diálogos y episodios. En Mi abuela escribí sobre el material que mi memoria ha ido absorbiendo. Y la memoria es como la imaginación: algo que está en tu cabeza.
¿Fue difícil dar con el tono de Carmen Prado?
Me entretuvo jugar con la tercera persona y que supone al lector que está escrita en primera persona. Creo que ahí está el motor de una novela: cuando se entra y sale de la cabeza de los personajes. Sobre ella, lo que me gusta y espanta de las mujeres es que están mucho más cerca de sus instintos y son capaces de hacer el bien, pero también mucho daño. Las mujeres que me interesan tienen poca conciencia moral.
Carmen Prado dialoga en parte con la literatura de José Donoso…
Sin duda. A Donoso no lo conocí por culpa de la cercanía. El era cercano a mi abuela, y eso a él lo incomodaba. Sus libros no los leí con atención sino hasta hace poco. Novelas como Este domingo o El lugar sin límites me parecen obras maestras.
El segundo semestre se publica la novela en España. ¿Cuáles son sus expectativas?
Estoy esperanzado. En Chile es complicado, porque mi personaje me precede. A España llega primero el libro, después yo. Ahora, hoy existe el prejuicio sobre las cosas que son muy locales, pero generalmente el escritor que escribe en universal es muy malo. Yo creo que esta novela es tropical. Una de las cosas que me interesaron al escribirla era jugar con la tradición literaria de la novela barroca.