Eran las 21.28 en Londres cuando Usain Bolt cruzó las entrañas del estadio olímpico para entrar por el túnel que separa la pista central de la zona de entrenamientos del recinto. Acompañado por el resto de los protagonistas de la final de los 100 metros planos, Bolt lucía serio, pero relajado. Acostumbrado a la presión de las finales, el Rayo parecía manejar con tranquilidad la carga emotiva que debía generarle esta final del hectómetro, la última de su carrera antes del inminente retiro.

Enfundado en un buzo amarillo y con un gorro de lana verde oliva, el multi campeón olímpico conversaba animadamente con el sudafricano Akani Simbine. De reojo lo miraban los estadounidenses Christian Coleman y Justin Gatlin y el francés Jimmy Vicaut, quienes caminaban un par de pasos más adelante. Todos, los ocho finalistas, fueron presentados uno a uno al momento de saltar a la pista. Cada uno en su estilo saludó al entusiasta público londinense (menos Gatlin, permanentemente abucheado por la parcialidad inglesa debido a sus líos con el dóping).

El último en recibir la ovación del estadio olímpico fue precisamente Usain, quien regaló su tradicional show de gestos y saludos, demostrando, una vez más, que su calidad deportiva va en directa relación con su carisma y capacidad de atraer la atención de las masas.

Dos horas antes de ese momento, Bolt había cumplido con el trámite de las semifinales recibiendo una advertencia: terminó segundo detrás del nuevo niño maravilla de la velocidad, el universitario Coleman, quien le propinó su primera derrota en tres años al Rayo. A pesar del "traspié", la leyenda seguía en carrera para conseguir un nuevo título y cerrar en lo más alto del podium su extraordinaria trayectoria sobre el hectómetro.

A las 21.43, los atletas recibieron el llamado del juez de partida para enfrentar la recta de la gran final. Fue el momento de instalarse en los tacos de salida, los mismo que el jamaiquino había criticado tras correr las clasificaciones del viernes. Silencio absoluto en el Estadio Olímpico; de esos silencios que estremecen.

Más temprano, antes del inicio de la jornada vespertina en el segundo día del Mundial, toda la atención no estaba centrada en la pista atlética del imponente estadio. Los focos de las cámaras se concentraban cerca del acceso norte del complejo, donde está la pista de entrenamiento en la que los atletas se preparan antes de salir en busca de las medallas. Ahí, en medio de un centenar de deportistas de élite, Usain Bolt brillaba con luz propia en la antesala de su última jornada corriendo el hectómetro. Se trata de un espacio íntimo para los atletas, pero que se podía observar desde el ingreso al sector de prensa.

Más tarde vendría el disparo, la salida y los 9"92 más felices en la trayectoria de Gatlin. En menos de diez segundos, acabó casi una década de gloria y dominio absoluto de la velocidad para el Rayo, quien remató tercero detrás del nuevo campeón mundial y el joven Coleman. Llegada estrecha, con fallo fotográfico. Con el público expectante antes de la confirmación de los resultados en las pantallas gigantes. Consumada la derrota vino la ovación. ¿Para Gatlin? no, para el mismísimo Bolt, quien tras enterarse de lo ocurrido en la línea de meta, pareció entender de inmediato que nada mancharía su leyenda e inició una larga vuelta olímpica, recibiendo el aplauso cerrado de un público rendido ante el último emperador del hectómetro.

Lo que ocurrió en zona mixta fue un show aparte, con el Rayo hablando con cada medio que se lo pidiera. Sonriente, disponible, tranquilo. Y es que a pesar de que no pudo retirarse con una victoria, Bolt sabe que es una leyenda viviente del atletismo. Un héroe deportivo cuyo legado traspasará décadas. Por eso fue el último en irse, porque como él, por ahora, no hay ningún otro.

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