La idea es retroceder en el tiempo. Volver a los orígenes de Rapa Nui y conocer sus atractivos y misterios, tal como lo hacían los ancestros de la etnia. Y vivirlo en carne propia. Esa es la propuesta del "Campamento de sobrevivencia", un programa creado por la agencia Discover Rapa Nui Adventure y que ,durante cinco días, lleva a los turistas a los sitios más inhóspitos de la isla.
¿Qué se necesita? Muy poco. La idea es que, a lo largo de la travesía, los visitantes aprendan las técnicas pascuenses para comer, beber, cocinar e, incluso, vestirse. "Acá encuentras de todo. A la hora del almuerzo pescamos, pero no con caña, construimos el equipo. Si hay mucho sol, les enseñamos a hacer gorros tejiendo hojas de plátano y, si está oscuro, no necesitamos linternas, fabricamos antorchas. Si llueve, nos refugiamos en las cuevas o les enseñamos a usar los árboles como abrigo", explica el socio de la empresa, Fernando Haoa.
El programa fue creado hace un año y ya van más de 30 turistas, principalmente norteamericanos, que lo han tomado. Se hace en grupos de cuatro, seis ó 10 personas.
El recorrido se inicia al norte del poblado de Hanga Roa y enfila a pie o a caballo, en dirección a Anakena. La ruta es usada únicamente por los Rapa Nui, pues no hay caminos trazados. Luego de cinco horas, conociendo sitios arqueológicos, flora y fauna endémica, se llega a Anakena, donde se prepara el Umu, un tipo de curanto. "Ellos tienen que hacer un hoyo en la tierra, se agregan piedras volcánicas y leña que calienta las piedras al rojo vivo, donde se mete la comida envuelta en hojas de plátano", señala Haoa.
En Anakena se puede montar un campamento o dormir en cuevas. Luego se trasladan al sector de Poike y al volcán Rano Raraku, la conocida "fábrica de moais". En el camino, los turistas aprenden a seleccionar las tierras para pintar su cuerpo.
Una de las actividades que más ha gustado es la salida del sol en el Ahu Tongariki. Deben despertarse a las 5.00 y esperar el amanecer. También hay trekking, cabalgatas, paseos en lancha y una visita a Orongo, la aldea ceremonial. "La s personas mayores, de 40 ó 50 años, son las que más vibran con la experiencia. Quieren usar lo mínimo de comodidades y aprenderlo todo", explica Haoha.