A diferencia de otros lugares de Brasil, en Recife no les interesa ser los "mais grandes", sino que dicen estar orgullosos de siempre haber sido los primeros: el primer puente de todo del país, las primeras dos iglesias, la primera fábrica de cerveza, el primer periódico (o sea, el primero de los que todavía existen), la primera sinagoga (¡y de toda América!), la primera escuela de leyes... La lista es mucho más larga y ha ido creciendo a medida que los pernambucanos se han dado cuenta de su condición de pioneros. Una condición que le ha dado cierta identidad a la capital del estado de Pernambuco, por lo menos, la suficiente para que los guías turísticos acribillen a los visitantes disparando fechas, hechos y todo tipo de datos freaks referidos a la larga historia de la ciudad, con sus portugueses, sus holandeses, sus negros, sus conquistas, sus reconquistas, sus incendios, sus carnavales, sus iglesias y sus judíos.

Una historia de barrios pequeños, estrechas callecitas de adoquines y fachadas multicolores, inimaginables si miramos a Recife desde el avión o cualquier otro tipo de distancia. A lo lejos, la ciudad es como una Detroit o una Chicago, repleta de grandes edificios de aire ochentero, de esos que tienen ventanales que parecen espejos y muestran alguno que otro diseño estrafalario. Claro, de todas formas tiene el infaltable touch brasileño, y los 22 kilómetros de playas y el refulgente celeste del Atlántico de inmediato dan cuenta de que ésta no es una ciudad gris ni lo será nunca.

Si bien en Recife no les interesa tanto ser grandes, de igual manera lo son. Vamos, esto es Brasil y aquí las cosas siempre vienen en porciones monumentales: en la Región Metropolitana de la ciudad residen 3,6 millones de personas (más de las que viven en Uruguay) y el estado de Pernambuco alcanza un tamaño similar al de todo Portugal. Por lo tanto, recorrer por aquí no es fácil. Conocer, menos. Y si bien Recife por sí solo es todo un mundo, las tentaciones para los visitantes en los alrededores no son pocas y los viajeros no están aquí más de un par de días antes de partir como embobados a los encantos playeros de Porto de Galinhas (a 60 km al sur) o a las tentaciones paradisíacas de Fernando de Noronha (esto último, sólo si se tiene el dinero suficiente para reservar un lugar en el Edén). Pero Recife requiere de otro tiempo.

En ella, los tours encajan sólo de manera parcial, y para conocerla hay que salir a descubrirla. La Recife más antigua (y atractiva) se esconde de manera laberíntica en diferentes barrios y, cuando se le encuentra, uno lo percibe de inmediato; eso, tras haber pagado el precio de horas y horas caminando. Ésta no es ciudad para cómodos ni cobardes: "El delincuente pernambucano es de gatillo fácil", nos comenta un policía. Y hay que reconocerlo, las cifras la indican como una de las ciudades con mayor tasa de delincuencia de Brasil. Sin embargo, el visitante puede sentirse seguro. Existe una policía especializada en atender los requerimientos de los turistas y siempre hay dispuesta información necesaria para conocer las zonas y horarios más adecuados para recorrer. No conocerla por miedo sería el peor delito.

MA-RA-CA-TÚ-MA-RA-CA-TÚ
La fiesta del Carnaval dura cinco días, pero la pequeña plaza de São Pedro ha retumbado con el sonido de los tambores durante todo febrero. Está anocheciendo y el espectáculo en el palco (escenario) aún no comienza, aunque basta que un tambor frenético y monótono comience a cantar su ritmo para que todo el mundo se ponga a bailar. El barrio de São Pedro es el corazón y la mayor manifestación del arte africano de Recife, y es de esos lugares que sólo se descubren caminando, olfateando, conversando y riendo con su gente. Es parte del Recife íntimo. Un negro con cuerpo de gacela empieza a hacer cabriolas de capoeira frente a la iglesia de la plaza  y lo siguen unos cuantos más. Ancianos, niños, todos bailan, y el tambor parece ser más que sólo música, como si activara algo en el cerebro de los recifenses que los lleva a un trance catártico. La percusión para, y la gente conversa, la percusión retoma, y la gente baila. El ritmo se llama maracatú.

El frevo y el maracatú son los sonidos que reinan en los carnavales del nordeste, y el de Olinda es el que "la lleva" entre todos estos carnavales. Es una ciudad pequeña a 6 km de Recife, que ahora más bien parece una conurbación. Fue nombrada Patrimonio de la Humanidad por la Unesco debido a sus encantos coloniales con caminos sinuosos que suben y bajan, muchos colores en sus murallas y el intenso peso histórico que cuelga de cada una de sus iglesias y otras construcciones antiquísimas. Es de esos lugares calmos y bucólicos, en los que uno dice: "Oh, aquí me quedo", pensando en largas siestas y tranquilas caminatas al atardecer.

Sin embargo, durante el carnaval todo es bastante más movido. Se le denomina "del pueblo" porque, a diferencia del Carnaval de Río, aquí no hay sambódromos y todo el mundo participa. Tiene un aire a las fiestas folclóricas europeas, con gigantes y cabezudos, aunque por sus venas corre sangre negra y el tambor manda. De tanto escucharlo, se dará cuenta de que la denominación de maracatú no es más que una onomatopeya: "ma-ra-ca-tú-ma-ra-ca-tú...", eso es lo que resuena en los oídos una y otra vez, mientras los blocos y la gente bailan para todos lados. Aquí todo es desordenado. Y feliz.

LA PLAYA Y SU HORÓSCOPO
Es raro, pero para ir a la playa, los recifenses miran el diario. Incluso antes que su horóscopo. Pocos turistas lo saben, pero la marea de Recife cada ciertas horas sube y las playas desaparecen. Los momentos ideales para bañarse pueden ser de día o de noche, en la mañana o la tarde, lo único seguro es que cada seis horas el mar tendrá las condiciones perfectas para un chapuzón. El Diario de Pernambuco, cada jornada, junto con el precio del dólar, el onomástico y el crucigrama, muestra el horario de las mareas. Una información relevante en esta urbe con 22 km de playas. Desde su franja costera se observan a lo lejos los arrecifes que le dan el nombre a la ciudad y, más cerca, se divisan unos cuantos letreros que advierten de la presencia de tiburones. Entre ambos hitos, se ven muchas personas bañándose apaciblemente. Parece algo un tanto temerario, pero ya lo dijimos: Recife no es ciudad para cobardes.

GUÍA DEL VIAJERO
1. Para ver en Recife:
- Paseos en catamarán:
Algunos, de una forma un tanto pretenciosa, llaman a Recife "la Venecia de Brasil", porque la ciudad está formada por islas artificiales creadas por los holandeses hace cuatro siglos, y puede ser recorrida por sus canales, pasando por debajo de sus más de 100 puentes. Es la única ciudad de Brasil en la que se puede realizar un tour de estas características. Dura alrededor de una hora y media y tiene un valor de 25 reales pp (unos $ 7.000 aprox.).

- Casa de la Cultura: En Recife tienen la buena costumbre de mejorar las cosas con alegría y muchos colores. Un ejemplo de ello es su Casa de la Cultura, que antiguamente funcionaba como una cárcel de prisioneros políticos. Ahora, ésta reluce de adornos y la alegría de la música y los bailes pernambucanos. Lo que anteriormente eran estrechas e inhumanas celdas, hoy son vistosas tiendas de artesanía. www.casadaculturape.com.br

- Boa Viajem: Es el barrio turístico por excelencia. Tiene 7 km de excelente playa, ocupada tanto por bañistas como por trotadores, caminadores y ciclistas. En él se concentra la mayor cantidad de hoteles, restaurantes y la más entretenida vida nocturna.

2. Para ver En Olinda:
- Monasterio de San Benito:
Esta iglesia de Olinda ostenta dos grandes hitos. Aquí fue el primer lugar donde los esclavos fueron libertados, incluso, antes de que se aboliera la esclavitud en Brasil. Los monjes, además de liberar a los negros, construyeron el primer hospital donde se permitía su atención. El segundo hito es que aquí, el 11 de agosto de 1827, se realizó el primer curso de Derecho de Brasil. Otro dato que la hace digna de ser visitada: su retablo dorado ha sido catalogado como el más bonito del país.

- Calle Amparo:  Si bien en Recife los holandeses construyeron mucho, en Olinda lo quemaron casi todo. Tanto es así, que la única calle que se mantuvo intacta después de los incendios fue Rúa Amparo, que servía como depósito de recursos. En la actualidad es un punto turístico imperdible, ya que preserva sus adoquines y casas antiguas.