Un pequeño bebé en poco tiempo deja de serlo y comienza a desarrollar su personalidad. Llegado su primer año se dedicará a probar límites, tendrá rabietas y la actividad y energía podrán duplicarse. Por todo ello, es necesario seguir algunas pautas para hacer frente a esta etapa en que paciencia, firmeza y perseverancia son las claves del éxito.

Los angloparlantes tienen una reveladora expresión que dice "the terrible two´s" y cuya traducción es "los terribles dos años" de los pequeños. Sin embargo, no es una fórmula matemática, y esos "terribles dos" en los que el carácter despunta con fuerza y a veces sobrepasa a los padres, no llegan puntualmente el día del segundo cumpleaños: puede ocurrir a los doce, a los quince meses o a los dieciocho.

¿Pero dónde acaba la libertad del niño para desarrollar su personalidad y dónde empiezan los límites, en una época en que los expertos lamentan que los padres parezcan tener terror a pronunciar la palabra "no"?.

Hay decenas de teorías, casi tantas como progenitores, pediatras y sicólogos infantiles. Lo importante es que, una vez que los padres decanten por una, traten en lo posible de serle fieles.

Cambiar la fórmula constantemente conlleva el fracaso asegurado y sumirá al niño en la confusión.

LIMITES
Es obvio que la limitación inicial la dicta la lógica: el primer límite se impone en cualquier situación que comprometa la seguridad y salud de los pequeños.

Cuando se habla de disciplina, la primera palabra que se viene a la cabeza es "no". Pero el abuso de ésta, desvirtuará su sentido. La Academia Americana de Pediatría (AAP) recomienda emplear esta expresión, pronunciada con firmeza, cuando lo que hace el niño supone un riesgo real para él. Es decir, si no se trata de una situación de riesgo, a veces es más útil desviar su atención, mientras que intentar jugar con cables eléctricos requiere de un "no" rápido y firme.

Es preciso recordar que la curiosidad a estas edades es innata y fundamental para el desarrollo de un hijo. Por ello, no se debería permitir que el "no" sea la palabra más escuchada por el pequeño en su día a día, y proporcionarle un entorno seguro en el que explorar, correr y tocar sin riesgos. Es preciso también permitir que éste se sienta "independiente" en su mundo. En resumen: elija sus batallas.

Otra clave es la longitud de las frases con las que se corrige al niño. Al imaginar una situación en la que el niño intenta pegarle al perro de la familia, o a otro amigo. En este caso, se lograrán mejores resultados si los padres le dicen "no se pega" que si eligen explicarle "cariño, no hay que pegarle al perro o a tu amigo porque está mal y le haces daño". Ya que los padres ya habrán perdido la atención de su hijo en la tercera palabra de la frase.

TONO
El tono también es importante. Según las expertas Denise Fields y Ari Brown, autoras de "Bebé 411" , lo que determina la efectividad no es el volumen de la voz, sino el tono. Los gritos no lograrán mejores resultados y transmitirán un mensaje erróneo al niño.

Una vez decididos los límites, es importante que toda la familia -abuelos, hermanos, tíos- y cuidadores del pequeño los conozcan y apliquen. En este sentido la perseverancia es básica. Cualquier regla que se haya establecido caerá en el olvido si, al cuidar del niño, unos la aplican, y otros no.

Por supuesto, la inmediatez es fundamental en esta etapa. Si el niño ha hecho algo incorrecto, debe saberlo en ese mismo instante, y no cinco minutos después, cuando ya no comprenderá por qué se le reta.

RABIETAS
También es a esta edad cuando llega una de las bestias negras de los papás: las temidas rabietas. Se trata de una muy llamativa demostración física de enojo y rabia. A veces imprevisibles, pero inevitables, por lo que los padres deben dejar que ocurran.

Lloran, patean, se revuelcan por el suelo y gritan. Lo recomendable es que se asegure de que pueda "interpretar" su rabieta en un lugar seguro, y que deje que se desarrolle, sin intentar razonar en ese momento. Cuando termine, será el momento de hablar.

Fields y Brown recomiendan también que los padres separen al niño de sus acciones. En la práctica, se trata de no decirle jamás al hijo que él es malo, sino hacerle entender que lo que está mal es lo que hace.

No está de más recordar que el castigo físico, especialmente a esta temprana edad, jamás debe emplearse para corregir a un niño.

CASTIGO FISICO
La AAP afirma que, entre otras consecuencias, castigar físicamente a un niño sólo estimulará que éste tenga reacciones agresivas cuando se enoje, además de minar su sensación de seguridad.

Y por supuesto, al igual que los padres reaccionan ante un comportamiento inadecuado, deben hacerlo también cuando el pequeño se porta bien y alabarlo públicamente.

También, si se dan cuenta que "piensa dos veces" antes de hacer algo que no debe, como intentar tocar la puerta del horno. De esta forma, además, se reduce la tendencia del niño a portarse mal para llamar la atención de sus padres.