Las autoridades libias detuvieron ayer a 400 migrantes clandestinos antes de que partieran rumbo a Europa. Los inmigrantes, procedentes en su mayoría de Somalia y Etiopía y entre los que hay varias mujeres embarazadas, fueron detenidos al amanecer, mientras se disponían a embarcarse en Tajura, una pequeña ciudad al este de la capital del país, Trípoli.
Esas detenciones se llevaron a cabo la víspera de una reunión de ministros de Relaciones Exteriores y de Defensa de la Unión Europea en Bruselas, donde se abordará el lanzamiento de una operación naval contra los traficantes de personas que actúan en el Mediterráneo, sobre todo en el litoral libio.
La detención en Libia también se produce cuando al otro lado del planeta, en el sudeste asiático, unos 800 inmigrantes permanecían a la deriva en un barco de pesca adaptado para trasladar pasajeros en aguas internacionales cerca de las costas tailandesas y de Malasia. Unos 2.500 ya desembarcaron la semana pasada en Malasia, Indonesia y Tailandia, pero esos países se negaban a recibir a aquellos que permanecían en el navío, procedente de Myanmar (ex Birmania).
Dos situaciones que parecen haberse desbordado por la desesperación de miles de personas que huyen de sus países para mejor un mejor futuro mejor, ya sea en Europa o en los países emergentes de Asia. Una crisis que vuelve a poner en la agenda mundial el tema de la inmigración y donde los gobiernos no logran ponerse de acuerdo sobre cómo abordarlo.
En lo que va de año, unos 1.800 africanos subsaharianos, de Medio Oriente (especialmente sirios que huyen de la guerra civil) o incluso más lejos, de Bangladesh, han muerto en el Mediterráneo, según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Una cifra veinte veces mayor que quienes murieron en el mismo período de 2014. Según datos de la ONU otros 40.000 inmigrantes han logrado llegar a las costas europeas, ya sea a Italia o Malta, aunque la mayoría lo hizo después de ser rescatados por navíos militares o mercantes. Y al igual que los 400 detenidos ayer en Libia, se calcula que son entre 100.000 y 200.000 los que están esperando en el país norafricano el momento y un medio de transporte para cruzar a la otra orilla.
"Nos han detenido y nos han traído aquí. El motivo por el que huí de mi país es que está en guerra y no hay gobierno", explicó a la agencia France Presse el somalí Adam Ibrahim Abdalá. "Pagué US$ 1.400 para llegar a Trípoli. Estuve en una residencia durante dos meses y volví a pagar US$ 1.400 para ir a Italia". Los traficantes de personas se aprovechan del caos en que está sumida Libia desde la caída de Muammar Gaddafi en 2011 para llevar a los migrantes a sus costas y emprender la travesía del Mediterráneo hacia Europa en embarcaciones improvisadas.
Precisamente para controlar ese flujo creciente la Comisión Europea propuso triplicar las capacidades financieras de las operaciones de rescate de migrantes Tritón, en las costas italianas, y Poseidón, en las de Grecia. La CE planteó también una "operación en el Mediterráneo" para "desmantelar las redes de traficantes y combatir el tráfico de personas". Con ese objetivo la semana pasada la Unión Europea presentó ante el Consejo de Seguridad un plan de acción con el que busca actuar militarmente con una operación naval en las costas libias y en alta mar, al amparo de una resolución.
Además para fin de año se pretende crear un centro piloto en Níger, en la ruta que utiliza la inmigración subsahariana, para ofrecer "información y posibilidades de reinstalación a las personas en necesidad".
En tanto, la inacción de los países del sudeste asiático frente al éxodo de bangladesíes y birmanos de la etnia rohingya, mantenía a cientos de inmigrantes a la deriva, ya que ningún país se animaba a recibirlos, pese a las críticas de la ONU y las organizaciones que hablan de un "ping pong" con vidas humanas. "La ONU apoyará todos los esfuerzos para abordar la situación", dijo ayer el secretario general, Ban Ki-moon.
Una de las embarcaciones, en la que viajan 150 hombres, 200 mujeres y 100 niños en situación precaria, fue rechazada ayer por las autoridades malasias y, por segunda vez desde el jueves pasado, retrocedió hasta aguas tailandesas. Aunque Tailandia ha reiterado que su política es no aceptar barcos con inmigrantes, en tres ocasiones desde el jueves la Armada de ese país ha asistido a los ocupantes del barco con comida y agua, e incluso les repararon el motor para que regresen, pero los inmigrantes, en su mayoría rohingyas, insisten en que quieren ir a Malasia o Indonesia.
Malasia prevé iniciar hoy una ronda de contactos con Tailandia e Indonesia para tratar la crisis de inmigrantes que afecta a los tres países y presionar a Myanmar para que se implique en un acuerdo regional.
Según el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), unas 25.000 personas zarparon en barcos desde Bangladesh y Myanmar durante el primer trimestre de 2015, el doble del número registrado en el mismo período de 2014. Unas 6.000 personas se encuentran, según la ONU, a la deriva en el golfo de Bengala a la espera de poder desembarcar en Tailandia, Malasia o Indonesia. Hasta ahora Myanmar se ha desentendido de la crisis y ha puesto en duda su participación en una reunión convocada por Tailandia el 29 de mayo a la que han sido invitados varios países de la región y agencias internacionales para debatir posibles soluciones.