La región de las 1000 Islas es un fascinante destino que se emplaza sobre las aguas del río San Lorenzo, frontera natural entre Canadá y Estados Unidos, y que debe su existencia a dos árboles vivos que conforman un pedazo de tierra emergente y completamente habitable.
Esta aislada zona se encuentra entre el estado de Nueva York y la región canadiense de Ontario, y es un destino ideal para pasar unas vacaciones relajadas y lejos del caos citadino.
Sus orígenes se remontan al siglo XIX, cuando exploradores franceses navegaban buscando un lugar agradable donde pasar el verano y construir sus residencias vacacionales. Fue cuando encontraron una red de pequeños islotes en la inmensidad del río.
Ahí encontraron también mucha agua, un increíble paisaje y mucha calma, un lugar ideal para descansar. Atractivos que aún se mantienen.
Es por eso que el diario El País de España ofrece cinco propuestas para disfrutar de este acuático destino, y también conocerlo.
LEJOS DEL ASFALTO
Aquellos viajeros que buscan descanso y aislamiento agradecerán olvidarse del auto durante unos días. Ya que aquí desaparece el tráfico y el asfalto durante un tiempo, todo se hace en bote, incluso las compras.
Los pueblos costeros como Alexandria Bay son perfectamente accesibles desde el río, e incluyen todo tipo de servicios.
La enormidad del San Lorenzo hace el resto. Por sus aguas navegan grandes embarcaciones que ni siquiera llegan a perturbar mínimamente la quietud reinante. La sensación de ver pasar cientos de pequeñas islas sucesivamente a ambos lados de la embarcación es única, y algunas de ellas son tan pequeñas que apenas sostienen una sencilla casa de madera.
DESDE EL AIRE
La mejor forma de recorrer este sorprendente destino es sobrevolar el río San Lorenzo mediante un tour aéreo. Esta experiencia le ofrece al viajero la mejor perspectiva posible para apreciar la belleza de este sorprendente paisaje.
Hay dos opciones para divisar las 1000 Islas desde lo alto. La primera es a bordo de un multicolor globo aerostático desde Alexandria Bay, en la vertiente estadounidense del río. De mayo a octubre, y por unos 175 dólares (casi 94 mil pesos) por pasajero, estos cruceros aéreos proporcionan las mejores vistas de la región.
La segunda es realizar recorridos a bordo de un hidroavión, el clásico DeHavilland Beaver, desde la vertiente canadiense de las 1000 Islas.
RIO SAN LORENZO
Hay múltiples opciones más allá de disfrutar del silencio, como pasar algunas horas bronceándose, nadar libremente en este pequeño océano de agua dulce o disfrutar de algunos de los atardeceres más lindos del mundo.
Para los más activos también pueden disfrutar de una sesión de golf en el distinguido Country Club, fundado en la isla de Wellesley (EEUU) a fines del siglo XIX, practicar submarinismo de agua dulce entre restos de barcos hundidos sobre el fondo del río, o atreverse con un descenso en rafting por las bravas aguas del cercano Black River Canyon.
COSTA ESTE
La historia de esta región está unida a los Mohawks, tribu india que algunos siglos antes de asentarse en la ribera del río San Lorenzo a principios del siglo XVIII, ya recorría y cazaba en esta amplia área fronteriza, zona norte del estado de Nueva York.
Su cultura y tradiciones se conservan hoy a través de las tres mil piezas que exhibe el museo Akwesasne Cultural Center, en la localidad de Hogansburg, donde el río San Lorenzo se adentra definitivamente en tierras canadienses.
Una gran colección de diversos artículos del museo, que mezclan lo artístico con lo funcional, incluye finos trabajos de cestería, los clásicos tocados de los jefes tribales, y unas curiosas muñecas de trapo sin ojos, tributo a la creencia mohawk de que cada niño moldearía su propio carácter y personalidad en función los estados de ánimo que fueran experimentando.
MAQUINAS DE COSER
Una de las principales atracciones de los cruceros guiados a través de las 1000 Islas es el Castillo Singer, que se levanta en Dark Island, un pequeño islote cercano al embarcadero de Chippewa Bay que marca sobre el río el límite fronterizo entre Estados Unidos y Canadá.
El misterioso cerco que envuelve la construcción, el interior de sus 28 lujosas habitaciones con grandes chimeneas de hierro, o la red de pasadizos secretos que hoy se pueden recorrer durante las visitas guidas, transportan al turista a fines del siglo XIX, la Época Dorada de América.
El castillo se construyó por encargo del magnate Frederic Gilbert Bourne, presidente de la mítica compañía de máquinas de coser Singer.
Inspirada en la entonces novedosa Torre Singer de la próspera ciudad de Nueva York, el castillo incluyó las mejores comodidades domésticas de la época (1905), como electricidad, gracias a la instalación de un generador en la isla, un sistema de poleas que permitía almacenar varios barcos en el embarcadero techado y hasta una instalación telefónica interna que permitía llamar de habitación a habitación, y avisar así al servicio.