El 4 de octubre de 2011, Jorge Valdivia y Jean Beausejour se sentaron a desayunar en un café. El hoy mediapunta de Colo Colo militaba entonces en el Palmeiras y el hoy lateral de la U en el Birmingham inglés, pero la cafetería en cuestión no estaba en Reino Unido, ni tampoco en Brasil, sino en pleno Providencia, de manera que los clientes del local no tardaron demasiado en reconocerlos. Se trataba, a fin de cuentas, de futbolistas profesionales, de connotadas figuras públicas.

Aquel encuentro, sin embargo, no habría superado la barrera de lo estrictamente anecdótico de no haber sido porque, de acuerdo con los testimonios de los testigos, ambos presentaban aquella mañana evidentes síntomas de encontrarse en estado de ebriedad. Y porque faltaban apenas tres días para el debut de la Roja en las Eliminatorias para el Mundial de 2014.

Al intempestivo desayuno en el Café Tavelli le siguió, un mes más tarde, el famoso Bautizazo, protagonizado por los dos jugadores antes consignados, Vidal, Carmona y Jara.Y a éste, en 2012, la juerga de Medel y Vargas en una discoteca en vísperas de otro duelo eliminatorio, esta vez ante Venezuela. Y a éste último tantos otros hasta que Vidal estrelló finalmente su Ferrari la madrugada del 16 de junio de 2015, manejando ebrio, en plena Copa América.

Unos actos de indisciplina que marcaron una época y que tuvieron un denominador común: el escenario en que se produjeron. Siempre al calor del hogar, embriagados siempre por el inconfundible aroma de la tierra. "No es que la persona cambie, la cuestión es que en ciertos espacios se despliegan ciertas características de personalidad con más facilidad que en otros. Y cuando la regulación externa, lo que viene de parte de instituciones, de clubes o incluso de países, deja de estar y llegan a un lugar de mayor comodidad, donde quizás tienen la sensación de que ciertas situaciones pueden solucionarse con más facilidad, la capacidad de autocontrol queda en evidencia", reflexiona al respecto el sicólogo deportivo Felipe Villalobos.

Y puede que sea cierto. Cómo explicar sino que Alexis maneje su auto en Londres a la velocidad estipulada y en Buin a 155 km/h; que Mena sea detenido en un control de tránsito (en Curacaví y no en Recife) superando con creces la tasa de alcohol permitida; o que en vísperas de la Copa Confederaciones y tras llegar a Santiago procedente de Monterrey, Vargas se grabe a bordo de su flamante Ferrari a 120 km/h por el carril exclusivo de locomoción colectiva de la céntrica avenida Ossa. Y que decida después colgarlo en las redes. Cuesta entenderlo. Mucho. "Se genera cierto grado de cercanía emocional con respecto a lugares donde muchas veces no pueden hacer una vida social. Al sudamericano generalmente le cuesta adaptarse al mundo europeo. El sudamericano es más de compartir, de socializar y hay un tema cultural muy potente detrás de todo esto", ahonda, por su parte, Hernán Torres, ex preparador físico de la Selección durante la era Borghi. Pero tiene que haber más respuestas.

"Al futbolista le llegan muy rápido millonadas de dinero, pero no puede disfrutarlo. Entonces llegando a Chile aparecen sus amigos de infancia, quienes lo conocieron en otro rol, en otra situación, y a nuestros jugadores les pasa como que quieren tener una revancha contra esos problemas de infancia. Y de alguna forma lo proyectan y son felices a través de sus amigos. Dicen: 'Como lo que me gustaría hacer, no puedo, háganlo ustedes. Tomen como si fuera yo'", explica, de manera descriptiva y a modo de nueva hipótesis, el sociólogo deportivo Andrés Parra.

Y Nano Torres, preparador físico hoy de Deportes Antofagasta, precisa, acerca de los traumáticos cambios que deben enfrentar los futbolistas una vez que pasan a convertirse en estrellas internacionales: "Yo conozco a estos muchachos de muchos años y sé lo difícil que es poder manejarse en cada uno de los universos que ellos tienen. Responder a la familia, ser el patriarca, entre comillas, y también una figura pública. Todo ese escenario social es muy complejo, sobre todo cuando la educación no es tan potente".

El éxito justificador

El pasado martes, apenas algunas horas después de que Arturo Vidal fuera sindicado como participante en un desaforado festejo junto con sus amigos en el Casino Monticello de Santiago, el seleccionador Juan Antonio Pizzi comparecía en conferencia de prensa para defender las líneas maestras de su régimen de concentración. "El tiempo libre de un futbolista es importante, sobre todo si vienen desde afuera, y mi intención es que lo usen en lo que más les gusta hacer", declaraba entonces el estratega. Y sus palabras, más allá de representar una auténtica declaración de intenciones en el terreno del manejo de grupo, hacían inevitable no echar la vista atrás. Y regresar a esa misma sala de prensa dos años antes. A la Copa América 2015 y al indulto recibido por el Rey de manos de Sampaoli tras protagonizar su choque manejando en estado de ebriedad. Ése que terminó sentando un auténtico precedente en materia de penalización de actos de indisciplina al interior de la Selección. Y que el éxito ulterior acabó legitimando. "Es muy difícil criticar a estos chicos, porque ellos tienen el soporte del triunfo y del éxito. Aquello que pasó en la Copa América no fue solamente una determinación de Sampaoli, sino que fue un respaldo de la sociedad al triunfo. La sociedad quiere triunfo y pareciera que lo quiere a cualquier costo", reflexiona Torres. "Con el logro deportivo se terminaron justificando ciertas decisiones. Y claramente eso ayuda a que se genere una imagen de más manga ancha en el manejo de situaciones disciplinarias y merma el funcionamiento de los grupos", refuerza Villalobos. "Siempre nos mirarán un poco en menos desde el punto de vista de la disciplina, porque claramente ya se marca una tendencia de que cada vez que se viene a una concentración a Chile, pasa algo. Hay alguien en el casino o hay algún lío con respecto a alguna salida nocturna", culmina Parra, en forma lapidaria.

Pero más allá de interrogarse sobre los motivos que han llevado tantas veces a los seleccionados a nublarse nada más poner el pie en suelo patrio, cabría preguntarse más bien por qué no devolver la confianza depositada con más confianza en lugar de empeñarse en responder con triunfos deportivos a la falta de profesionalismo fuera de la cancha. Ya lo decía una canción de Enrique Bunbury: "Al final, para un hombre de mundo, resulta exótico volver a casa".