U2 se salió de libreto. Hace una semana exacta, la noche del pasado domingo 14 de mayo en el estadio CenturyLink Field de Seattle, Bono terminó de interpretar la última canción del set list ensayado y se acercó a sus compañeros para pedirles que improvisaran una más. No se hicieron de rogar. Y arrancaron con I will follow, aquel viejo himno adolescente que abre el disco Boy (1980) para cerrar una noche en la que The Joshua Tree Tour terminó en una verdadera celebración.
Porque si bien los registros formales de esta gira que celebra los 30 años del álbum más querido de los irlandeses, dirán que comenzó dos días antes, el 12 de este mes en Vancouver, Canadá, es el concierto de Seattle el primero de U2 en los Estados Unidos de Donald Trump. El primer cara a cara con la nueva América. Y una suerte de preludio de lo que se verá durante el segundo semestre en Santiago, donde una productora local ya tiene reservado el sábado 14 de octubre para su retorno al Estadio Nacional, fecha que se oficializará en los próximos días junto a las coordenadas de venta de entradas.
En síntesis, la escala en Seattle -esa ciudad que curiosamente un par de días después volvió a estar en el ojo del mundo con la muerte de uno de sus hijos pródigos, Chris Cornell-, fue el inicio en serio de la gira más nostálgica impulsada por el cuarteto en toda su historia. Por lo demás, tratándose de la segunda fecha del recorrido, siempre hay mayor relajo y se superan los ajustes propios del debut.
Bono se vio tranquilo, seguro y más conversador que en la jornada canadiense, cuando se le notó visiblemente contenido y nervioso. Los abrazos, las sonrisas y las miradas de aprobación entre los integrantes de la banda fueron una constante durante toda la velada en el epicentro que vio nacer al grunge.
Y como reverencia a esa misma historia, se generó uno de esos momentos que los melómanos atesoran para siempre, cuando Eddie Vedder, el hombre de Pearl Jam, subió al escenario junto a los músicos británicos de Mumford & Sons -que habían teloneado a U2 más temprano- para cantar con los irlandeses una delicada y emocionante versión de Mothers of the Disappeared, la canción que cierra The Joshua tree y que está dedicada a las madres que perdieron a sus hijos en las dictaduras latinoamericanas. Una composición particularmente significativa para Chile y que también sirvió para bajar el telón de su primera presentación en Santiago, el 11 de febrero de 1998, cuando subieron a escena a parte de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos.
La pantalla y el árbol
A simple vista y de día, la escenografía del actual concierto es sencilla. Diseñado por Willie Williams, a cargo de los montajes de U2 desde 1982, el escenario proyecta una pasarela que culmina en otra tarima más pequeña hacia el centro de la cancha. Tiene forma de árbol, emulando el Joshua tree que aparece en la imagen de portada del disco homenajeado. De fondo, una pantalla de dimensiones gigantescas cruza el estadio: mide 61 metros de largo. Además, con sus 8K, es la de más alta resolución que se ha usado en una gira planetaria y las imágenes que recibe son registradas también con cámaras de 8K, según explica a La Tercera Craig Evans, director de la gira.
Las imágenes que se proyectan durante el show corren por cuenta de Anton Corbijn, el célebre fotógrafo, director de cine y antiguo colaborador de U2 que se encargó de la imagen de The Joshua tree hace tres décadas y que ahora realizó los clips que acompañan cada canción.
Así es el show
Sobre el listado de temas, no hay mayores novedades. Se sabía que se trataba de un periplo armado para revisitar uno de los álbumes más populares de los 80. La curiosidad estaba en saber cómo iban a ser presentado.
Finalmente, todo decantó en que el primer bloque del concierto parta con antiguos éxitos de los discos War (1983) y The unforgetabble fire (1984), como Sunday bloody sunday (con la que abren la cita), New year's day, A sort of homecoming, Bad y Pride (in the name of love). Luego, la segunda parte está dedicada, lógicamente, a revivir The Joshua tree, de modo íntegro y en el mismo orden original, partiendo por Where the streets have no name y terminando con la ya mencionada Mothers..., la que durante su interpretación es secundada en la pantalla con visuales de mujeres sosteniendo velas, en referencia a las madres que sufrieron la pérdida de sus hijos (ver fotos).
Después pasan clásicos como With or without you, Bullet the blue sky y One tree hill, esa creación dedicada a Víctor Jara y que en su última visita, en 2011, cantaron con Francisca Valenzuela. La gran novedad para los seguidores es poder escuchar por primera vez en vivo Red hill mining town, el sexto track del trabajo. La canción, de hecho, fue remezclada este año por Steve Lillywhite (su productor original) y fue lanzada como single promocional del tour.
Nostalgia con mensaje
El show está lleno de guiños al U2 de la segunda mitad de la década de los 80, los que serán reconocidos de inmediato por los seguidores del cuarteto. Desde las imágenes que acompañan la temática de cada canción, hasta el regreso del Bono vaquero en la ovacionada Exit, cuya interpretación obsequia uno de los momentos más intensos de la noche.
¿Referencias a Donald Trump, la justificación que dieron los músicos para revivir un disco que les recordaba los tiempos de Reagan? Nada explícito. Solo un video de una escena de la serie de los 50 Trackdown, donde irónicamente aparece un personaje llamado Trump. El discurso de Bono en lo que va de estas jornadas se ha enfocado en un llamado a movilizarse socialmente y una invitación a pasar a la acción. A propósito de los millones de socios de la campaña ONE, que intenta luchar contra la pobreza, el vocalista dice que "nada aterroriza más a los políticos que millones de personas organizadas. Así es como debiera ser el gobierno, debiera temer de sus ciudadanos, no al revés". Tras ello, es ovacionado por sus fieles.
El cantante también habla de los derechos de las mujeres y dedica Ultraviolet (light my way) a las madres; y también habla de Siria y los refugiados cuando canta Miss Sarajevo. Aunque sea parte del libreto, conmueve. Nuevamente arranca aplausos desde todos los rincones del estadio.
Terminan con The little things that give you away, una canción nueva de su próximo disco, Songs of experience -atrasado tras la elección de Trump, según explicó el guitarrista The Edge, justificando la postergación porque "el mundo cambió"- que es aplaudida, en clara señal de aprobación.
Y a propósito de The Edge, el resto de la agrupación -que completan el bajista Adam Clayton y el baterista Larry Mullen Jr.- luce plena vigencia instrumental, con precisión para reflotar ese sonido afilado, crudo y áspero que inmortalizaron como marca de fábrica en los 80. Con todos superando ya largamente los 50 años y rumbo a los 60 (Bono tiene 57), aún mantienen gran vigor escénico, una habilidad que la marcha del tiempo no ha derrotado.
De hecho, esa salida final del libreto con I will follow, tema de su más profunda juventud, con los cuatro integrantes tomándose por asalto el escenario, como sí su historia recién comenzará, como sí aún estuvieran a prueba, como sí todavía las ganas y la amistad superaran el operativo comercial que supone una gira millonaria, es la muestra de que U2 puede girar sin problemas hacia el pasado. Porque siempre seguirán siendo una banda del presente.