Joaquín Márquez (sicólogo, 23 años) nació en una familia católica y hasta los 15 años fue habitual de la parroquia Santa Clara de La Cisterna, donde cantaba en el coro y participaba de la pastoral, pero a esa edad algo pasó y empezó a buscar respuestas en otra parte. Así comenzó una búsqueda espiritual que lo llevo al budismo, hinduismo, taoísmo filosófico y de a poco fue fabricando una creencia propia, a su medida.

“Hoy me mantengo practicando algunas cosas, como meditación y ciertas lecturas. No abandonaría los textos sagrados, el nuevo Evangelio es super bonito, igual que la volada de Jesús. Pero también la de Buda es bonita, la de Lao-Tse, la de Krishna”, cuenta y dice que en su pieza tiene imágenes de Cristo, los ángeles, un Buda, un tríptico ortodoxo ruso, un pedazo del Tao Te King, el símbolo del Ying y el Yang y un rosario budista. “Los tengo por mi relación personal con los símbolos. Cuando los veo pienso en todo lo fundamental de esas creencias. Los colgué como un recordatorio”, dice Joaquín, que lleva un anillo con un símbolo de la cábala que representa uno de los 72 nombres de Dios.

Si te pregunto qué religión profesas, ¿qué respondes?

Difícil. Te diría que cristiano, para salir del paso.

Ensamblaje

Hoy no son pocos los que van por la vida en una constante búsqueda espiritual, probando creencias y asumiendo que la religión es algo personal, lejano a las instituciones y adaptable. A veces demasiado adaptable a los gustos del consumidor, tal como lo demostró la semana pasada el caso de Gabriel Saavedra, el primer “pastafari” chileno, y su batalla contra el Registro Civil para que lo dejaran sacarse la foto de carnet con un colador en la cabeza, símbolo de esta suerte de movimiento social que surgió en Estados Unidos en  2005 como una protesta a la difusión en las escuelas públicas de la hipótesis del diseño inteligente y hoy tiene a miles de personas en el mundo rindiéndole culto al Monstruo del Espagueti Volador. Una ironía que es reconocida como religión en Holanda, mientras que Nueva Zelanda legalizó sus matrimonios. “Más que una religión el pastafarismo es una filosofía sobre cómo vivir los derechos civiles. Hay muchos ateos que decimos que somos pastafaris porque el declararnos ateos nos deja mal parado”, explica Saavedra.

Aquí en Chile algunos estudios buscan explicar la baja de fieles en la Iglesia Católica, que sigue siendo la principal en el país. A falta de un censo para comparar, en 2014 la Encuesta Nacional Bicentenario de la UC y Adimark, mostró que un 59 por ciento de los chilenos se considera católico, una baja en relación con el 70 por ciento que lo afirmaba en 2006. Mientras tanto, de acuerdo a la Encuesta Nacional de Percepción Social de la Ciencia y la Tecnología, publicada en junio por Conicyt, un 65 por ciento de los chilenos cree en los milagros, la mitad en los espíritus, y un 20 por ciento en que el tarot, el horóscopo, la adivinación y las cartas sirven para predecir el futuro.

Uno de los estudios que analiza el fenómeno entre la gente joven fue Espiritualidad juvenil en Chile hoy, hecho en 2010. Javier Romero, director de la Escuela de Sicología de la Universidad Central y coautor del informe, dice que hoy alejarse del credo de los padres o abuelos ya no tiene un costo social. “Está la posibilidad de armar una religión más bien personal, como a la carta. Eso fue lo nuevo que apareció en nuestro artículo”, explica.

Esto significa que a alguien le puede gustar la preocupación social del catolicismo, la conexión con la naturaleza de los krishnas, las certezas del tarot, la meditación a los ángeles y ensamblar todo en su propio credo. “Nos dimos cuenta de que en estos grupos de jóvenes la elección y la combinación de elementos son posibles”, cuenta Romero, sobre el fenómeno conocido como sincretismo religioso.

Esto también tiene que ver con el proceso de desinstitucionalización como sociedad. “Estamos en una época en que se valora mucho la autonomía y las elecciones individuales. Las personas hacen las cosas por el sentido que creen que tienen más que porque una institución se los diga”, dice Carmen Luisa Silva, sicóloga social del Cisoc de la Universidad Alberto Hurtado y coautora del estudio.

Se trata de un fenómeno latinoamericano. Gustavo Morello, sacerdote jesuita argentino y profesor del Departamento de Sociología del Boston College en Estados Unidos, lidera hace un año el estudio Transformaciones de la religiosidad, financiado por la John Templeton Foundation y realizado en Montevideo, Córdoba, Lima y con latinos residentes en Bilbao y Roma. Los primeros resultados muestran que efectivamente hay una cierta flexibilidad religiosa. “Esto no es una moda, sino que las personas usan la religión para hablar del sentido de la vida, y cuando el lenguaje católico, budista o ateo no es suficiente, no tienen ningún problema en recurrir a otro”, dice el jesuita, quien agrega que se siguen identificando con sus religiones de origen, pero se permiten tomar expresiones, prácticas o ideas de otras visiones.

Otro estudio interesante sobre el tema en Chile es Jóvenes, cultura y religión, hecho con dos grupos de estudiantes de la UC que ingresaron en 2007 y 2008 y respondieron el mismo cuestionario en primero, tercero y quinto año de sus carreras. “Vimos que a lo largo del tiempo hay una caída en los niveles de identificación religiosa, globalmente”, dice Roberto González, investigador de MIDE UC y del COES y coautor de la investigación que se hizo con cuatro mil alumnos.

El sicólogo agrega que entre los resultados apareció que los grupos más permeables a cambiar sus creencias eran los “católicos nominales” (personas que se definen con esa religión pero no la practican) y los “creyentes no adherentes” (quienes creen aunque no se identifican con ninguna religión), los que transitan al agnosticismo o se vuelven ateos de frentón. “Nos dimos cuenta que la principal razón de por qué dejaban de creer no era porque se decepcionaran de los curas o por los abusos, sino que porque habían literalmente perdido la fe”, dice González.

Los resultados mostraron cómo se iban modificando las creencias durante la universidad. Así, el 78 por ciento creía en Dios en primer año y el 73 por ciento lo hacía en quinto. Además, el 71 por ciento partía creyendo en Jesucristo y el 67 decía lo mismo al final de la carrera. En quinto año, el 43 creía en los santos, el 26 en la madre naturaleza, el 11 en la astrología, el 9 en el tarot, el 7 en Buda y el 2 en Mahoma.

El mercado espiritual 

Entre junio del año pasado y abril de este, Luis Bahamondes, académico del Cisoc, empezó a investigar los principales núcleos de lo que él llama “la mercantilización de lo sagrado” en Santiago. Su trabajo lo llevó con frecuencia a uno de lugares más cosmopolitas de la capital: la calle San Antonio, donde la inmigración se refleja en restaurantes, el ejercicio del comercio sexual y tiendas de artículos religiosos o espirituales, que son 18, de acuerdo al investigador.

Estos almacenes son el sincretismo mismo y se pueden encontrar cruces, runas, estampitas de San Expedito y San Pancracio, velas, pociones para el amor, Budas, cristos, inciensos, péndulos, pirámides, sales de descarga, ángeles, rosarios católicos y budistas, aceites rituales, imágenes hindúes o polvos, entre muchísimos otros productos. “Un mercado que claramente es alimentado por la población extranjera. Por ejemplo, se ve mayor presencia de santería, cosa que hace 25 años atrás era más difícil de encontrar”, dice Bahamondes.

La veinteañera Yoshira trabaja detrás de la vitrina en uno de estos verdaderos santuarios multirreligiosos. Cuenta que la tienda fue instalada por sus padres peruanos hace 14 años, que su público son principalmente chilenos, colombianos, peruanos y últimamente haitianos. Que el fuerte del negocio es la santería, pero que para el Año Nuevo los Budas y el animal que toca en el año chino se venden mucho. Que hace un par de años empezaron a traer figuras hindúes con buenos resultados y que los elefantes de esa tradición tienen mucha salida porque se supone que traen buena suerte, pero que hay que tener tres: uno comprado, uno regalado y otro robado, lo que significa que tiene que tener mucho ojo con los clientes que preguntan por ellos.

“¿Los chilenos? Son muy influenciables, pueden ver a una persona comprando algo, preguntar qué es y llevar lo mismo”, prosigue Yoshira y especula sobre que el chileno busca rentabilizar su inversión espiritual: “Llevan de todo y son bien cambiantes en términos religiosos. Si San Pancracio no les funciona, vienen y me preguntan qué más les puede servir”.

Para Javier Romero esa búsqueda de efectividad es una de las razones de por qué San Expedito, los santuarios y las animitas siguen siendo tan populares en tiempos de crisis religiosa. “En ellos la gente encuentra algo muy coherente con la religión a la carta: vas solo, te conectas con la divinidad que sea, le pides algo personal y si te lo cumple, le pagas”, explica. “Eso es super neoliberal. Voy, contrato algo, lo consigo y listo”, agrega el especialista.

Morello, por su parte, dice que aunque la devoción a estampitas de santos y animitas se asocia más a los estratos socioeconómicos bajos, tiene su paralelo en grupos medios y altos. “Ahí, en vez de animitas, hablan del curso de reiki, de las piedras con energías que tienen en el escritorio o de algún colgante de color azul que usan y lavan en un copa de cristal para que los proteja”, dice el jesuita.

El sicólogo Juan Flores, presidente de la International Federation of Psychoanalytic Societies (IFPS), cuenta que ha visto en su consulta que hay una búsqueda esotérica para alcanzar el crecimiento espiritual y la atribuye a la comodidad de las personas para dar con soluciones. “Estas ‘visiones mágicas’ pretenden afirmar que la explicación de lo que nos sucede está fuera de nosotros, en un orden externo (la Providencia, las energías, las runas o los astros) y no en la indagación de nuestra historia”, opina.

Una cuadra más al poniente de San Antonio, al costado de la iglesia de San Domingo, Bahamondes identificó otro lugar para su estudio: la industria de los tarotistas de Santiago Centro. Son dos grupos divididos por el color de sus toldos: los azules, del Sindicato Nacional de Artes Esotéricas (Sinae), y los rojos, del Sindicato Revelación. Cada uno tiene personalidad jurídica, once miembros y hace dos años los permisos municipales para funcionar.

Claudia Morris, presidenta de Sinae, cuenta que su sindicato se hizo conocido en 2003 cuando se movilizó para derogar una ley que prohibía las prácticas esotéricas y hoy, después de años trabajando con permisos temporales o sin autorización, pueden realizar su actividad sin que nadie los moleste. “Éramos iguales que los comerciantes ambulantes”, dice.

Del otro lado, una de las tarotistas del sindicato Revelación explica que el interés de la gente por el tarot siempre ha sido alto, pero que desde que llegaron a la televisión dejaron de ser un tabú. “Eso nos favorece porque la gente viene con más tranquilidad sin sentir que es algo que va en contra de Dios”, dice y destaca a Pedro Engel, Jaime Hales, Ángeles Lazo, “el joven Ayun” y la “Brujita Caramelo”.

Paola Bahamones (ingeniera comercial, 35) se acercó al tarot hace dos meses, con un curso en una tienda de los Dos Caracoles de Lyon, el que asegura la llevó a reencantarse con Dios. Por eso empezó a leer libros y ver documentales sobre religiones. “Esto es como un popurrí de cosas, una te lleva a la otra y vas descubriendo”, explica, mientras sostiene libros sobre la Torá, la Cábala, el Talmud y otros sobre brujería sajona. Tienen partes subrayadas con destacador y páginas con post-it. ¿El último libro que se compró? La Biblia.

A esta búsqueda espiritual se sumó su pareja, Rodrigo Lorca (37), con quien se va a casar el próximo sábado. “Habíamos pensado irnos a Machu Picchu y que nos casara un chamán para identificarnos con un rito propio que nos haga sentido a los dos”, explica Lorca.

Su caso refleja otra de las características del mix espiritual: aunque ha bajado la asistencia a misa, los bautizos, matrimonios y funerales se siguen haciendo. “El rito es valorado socialmente, puede ser que no tenga la misma intención que hace 50 años, pero sigue siendo importante”, dice Romero.

Buscando la flor de loto

Son las siete y media de la tarde de un frio martes de agosto, pero en el centro Shambhala de calle República de Cuba, en Providencia, ocho jóvenes llegan a aprender a meditar. Danica Granic, directora de la corporación cultural Shambhala, cuenta que todos los martes tienen esta instancia y el entusiasmo ha sido alto gracias a un detalle del centro: más allá de tener inspiración budista acepta gente de todas las religiones.

Juan Marcelo Luengo (ingeniero civil, 30 años), director de prácticas y educación del centro, cuenta que muchos de los instructores que enseñan ahí son profundamente católicos y que han tenido que limitar los cupos  para “la primera instrucción”, porque ha crecido mucho el interés. Tanto,  que para la última visita del líder Shambhala Sakyong Mipham Rinpoche a los dos encuentros organizados en la Casa Central de la UC y el colegio Institución Teresiana llegaron más de 400 personas y quedó gente afuera.

Vienen numerosos jóvenes. Uno de ellos es el economista Andrés Leslie (26), quien empezó hace tres años y hoy es instructor. “El budismo no es dogmático, pero tampoco es totalmente escéptico. Tú tomas las palabras del Buda como una hipótesis de trabajo y las pones a prueba. Lo que me llama la atención es que en ese experimento la mayoría llega a las mismas conclusiones: la compasión, la ecuanimidad, cosas super humanas”, dice Leslie buscando explicar el boom.

Silva cree que en este escenario la Iglesia Católica, la más grande en Chile y la que los estudios demuestran que ha perdido más fieles, ha dado señales de tolerancia. “Si hace 20 años un joven hubiera llegado a una vicaría contando que medita, no lo hubieran dejado, pero hoy hay una apertura y se convive con eso, no se impone un dogma, sino que más bien se trata de transmitir la propia fe”, dice la investigadora de la Universidad Alberto Hurtado. Ella ve ahí una oportunidad para las vicarías especializadas: buscar formas de llevar el mensaje católico en una época que rechaza los dogmas. “Hay una distancia con la institución, pero hay una base de creencias, valores y relaciones cristianas que siguen estando. Hay que ver qué nuevas formas institucionales y relacionales se crean para poder comunicarse con las personas del mundo de hoy”.