A poco más de dos horas de Praga -173 kilómetros- existe un pueblito que posee todos los ingredientes para hacer el mejor cuento infantil: príncipes, duquesas, una gran corte, sirvientes, enormes osos que deambulaban por los alrededores, artesanos que fabrican marionetas y, por supuesto, un gigante y hermoso castillo. Cesky Krumlov (se pronuncia chesqui) es un viejo poblado checo que fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, ya que es una de las ciudades renacentistas más lindas del Viejo Continente.

Emplazada a orillas del río Moldava, el mismo que pasa por Praga y gran parte de República Checa, la ciudad (14 mil habitantes) se levantó en torno al castillo o Horni Hrad, el que inició su construcción en el siglo XIII. Es el segundo más grande del país después del monumental castillo de Praga y tiene un interior de gran belleza que ha experimentado modificaciones durante varios siglos, por lo que es posible observar claros estilos góticos, renacentistas y barrocos. Fue sede de las dinastías Rozmberk, Habsburgo, Eggenberg y Schwarzemberg, todas, de gran tradición y enorme poder económico.

Realizar un recorrido por el castillo es imprescindible. Posee casi 300 habitaciones, una torre de seis plantas, enormes salones, salas de baile y uno de los teatros mejor conservados de Europa. Pero como son tantos los atractivos y tan variados los intereses de los visitantes -recorrerlo entero demoraría días-, se ofrecen tours a la carta, que abarcan temas o períodos específicos.

En varios de ellos se cuenta que el fantasma de Perchta de Rozmberk, conocida como la Dama de Blanco, ronda por el palacio. La leyenda dice que fue casada contra su voluntad con un millonario déspota que la trató pésimo toda su vida. Fue, precisamente durante su agonía que el cruel marido le rogó perdón, pero ella se lo negó. Por eso la maldijo y, desde que ella murió, su alma en pena da vueltas por el castillo asustando hasta a los turistas.

Pero más allá de historias, visitar el castillo permite conocer cómo vivía la antigua nobleza checa. Desde su torre, con 162 escalones, hay grandes vistas a la ciudad y a los campanarios de iglesias tan destacadas como San Vito y San Justo. Su teatro barroco, único, es uno de los mejor preservados del mundo y todavía exhibe equipos originales desde 1755, como maquinaria para efectos especiales, luces y cortinajes. El salón de baile reluce con sus grandes pinturas murales, o los carruajes de oro o las habitaciones donde las alfombras son enormes osos embalsamados, con sus grandes colmillos, que asombran al visitante.

Pero Cesky Krumlov no es sólo un castillo. Es un ejemplo único de pequeña ciudad medieval de Europa Central, con 300 edificios considerados de interés histórico. Su planificado desarrollo ha permitido conservar intacto su patrimonio por más de cinco siglos, lo que se percibe al recorrer su centro peatonal, donde están prohibidos los autos.

El Centro Egon Schiele de Arte es una visita del todo recomendable para conocer parte de las obras del pintor austríaco, que vivió acá, aunque fue expulsado, ya que su obra se consideraba pornográfica a inicios del siglo XX.

Atelieres, talleres de artesanos, en especial, fábricas de marionetas entusiasman a los turistas. Y si la caminata lo inspira, pruebe la cerveza Eggenberg en cualquier taberna. Se elabora, apenas, desde 1560 y su fábrica puede visitarse en un tour.

Karlovy Vary, ciudad spa

Karlovy Vary, de apenas 60 mil habitantes, es una de las más antiguas ciudades spa de Europa. Tiene más de 660 años de historia y su gente luce un relajo que parecen llevar en la sangre. Caminar por sus calles, asombrándose con bellas fachadas, paseando entre columnas antiquísimas por las que han pasado los más diversos personajes de la historia y eligiendo el hotel perfecto para entregarse por completo a la más exquisita terapia de relajación, es un gusto que día a día se dan turistas de todo el mundo.

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Vista de Karlovy Vary.

Vista de Karlovy Vary.[/caption]

Karlovy Vary está a un paso de Praga (a 120 kilómetros), en la zona de Bohemia, y a apenas 40 km de la frontera alemana, por lo que varios germanos la visitan por el día. Su nombre quiere decir "los baños de Carlos", en referencia al emperador Carlos IV, el más importante personaje de la historia checa. La historia cuenta que por 1350, éste, como tantas otras veces, salió a cazar cuando el aullido de uno de sus perros lo alertó: se había caído a un pozo donde el agua superaba los 70 ºC. El emperador romano y rey checo descubrió así los cerca de 100 manantiales que brotan en el valle del río Teplá y que por siglos han atraído a visitantes por sus propiedades curativas y relajantes.

Basta poner un pie en Karlovy Vary para ver que todos andan con un jarrito de porcelana con asa. Tienen formas y diseños diversos, pero todos tienen, eso sí, una larga boca. Los usan locales y turistas, hombres, mujeres y también niños, para sacar agua de alguna de las tantas fuentes que hay repartidas en la ciudad y bebérsela. A los pocos minutos de llegar uno se da cuenta de que las jarritas se venden como souvenir en prácticamente todos los quioscos y tiendas del centro. Pero a diferencia de otros recuerdos que se ofrecen en todas partes, estos se usan. Y mucho.

Al primer sorbo, el agua sabe horrible. En la Fuente de la Roca, marcada con el número 10, una placa dice que brota a 53 ºC. Se siente menos caliente que un té de hierbas recién servido, pero mucho más amarga y salada debido a sus altos índices de azufre y minerales como sodio, bicarbonato o sulfato que, aseguran, hacen muy bien para el aparato digestivo.

En el bello Paseo de Venus, frente a la Fuente de las Avispas, la guía checa de un grupo de turistas, que habla perfecto ruso y español, pero detesta a los primeros tanto como muchos checos debido a los sufridos años de la ocupación soviética, dice que en los últimos años los rusos se han vuelto dueños de media ciudad. Compran hoteles y grandes propiedades que usan sólo para su mercado.

Desde la Edad Media y hasta fines del siglo XVI las terapias que se ofrecían sólo se centraban en baños de inmersión, los que podían durar hasta 10 horas diarias. Como para salir convertido en pasa. La terapia de beberse el agua comenzó en el siglo XVII, y por entonces, algunos pacientes tomaban hasta 70 vasos al día o pasaban horas haciendo gárgaras. Afortunadamente, en el siglo XVIII llegó la sensatez y primó una mezcla saludable de baños, agua y ejercicios físicos, y se inició el auge de la hidroterapia que dura hasta nuestros días.

En la actualidad, más que enfermedades es el combate al estrés y los tratamientos que mezclan terapias reductivas y rejuvenecedoras las que tienen mayor demanda. Cada hotel tiene su artillería de programas, de una a 14 noches. Antiestrés, familiares y de pareja, programas de embellecimiento, oxigenoterapia, inhalación de ultrasonido, baños de vino y cerveza, de barro y parafina, crioterapias (basadas en golpes de frío), entre muchísimas más, contempla la oferta para quienes deseen quedarse.

Muchos turistas que vienen por el día aprovechan de darse un masaje o una sesión de relajación de un par de horas. Sitios hay muchísimos, pero tal vez ninguno con el encanto y la tradición del Gran Hotel Pupp, un cinco estrellas de impresionante arquitectura y que ha albergado a casi toda la aristocracia europea. Su café Pupp, mantiene la tradición de la repostería checa.

Las piscinas del Hotel Thermal son también muy frecuentadas. Otros balnearios públicos interesantes de visitar son los de Isabel, con las instalaciones más grandes de toda la ciudad, Casa Balnearia III y los Baños del Castillo.

Entre terapia y terapia se puede visitar la fábrica de cristales Moser para ver el trabajo de los maestros sopladores en vivo. Aquí podrá observarlos junto a los hornos siempre encendidos dando formas a jarrones y copas perfectas. Los sopladores inician su jornada a las cinco de la mañana y, mientras trabajan, toman cerveza. Y es que deben reponer líquidos y vitaminas perdidos con la deshidratación. Entre agua y cerveza, deben tomar ocho litros al día. Tras visitar la fábrica, el Museo de Moser, con más de dos mil piezas, es un buen resumen de la historia de esta marca, que desde 1857 ha surtido de la más fina cristalería a monarcas y jefes de estado en todo el mundo.

Moravia del sur, puro romanticismo

La zona de Moravia del Sur, una de las más extensas de República Checa, está localizada cerca de los límites con Austria y Eslovaquia. Región de viñedos -que por estos días están terminando sus vendimias-, grandes castillos y de tradiciones arraigadas es, también, una gran elección para viajeros que buscan una escapada romántica por pequeños villorrios, extensos parques y largos senderos para caminar, hoteles con encanto y vino para celebrar, porque aquí hay cientos de antiguas bodegas, que producen frescas y variadas cepas, siendo las blancas las más destacadas.

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Viñedos en la zona de Moravia del sur.

Viñedos en la zona de Moravia del sur.[/caption]

En Moravia del Sur hay que olvidarse de las grandes ciudades, la zona es antónimo de multitud. No hay ni cadenas hoteleras internacionales ni grandes complejos. Sí, en cambio, casonas transformadas en lindas pensiones, restaurantes de pocas mesas, atendidos por mozos amables.

Para el recorrido, lo ideal es partir por Lednice y Valtice, dos pueblos que, en conjunto, conforman un área de unos 300 km2 y que es considerada el más extenso parque artificial creado por el hombre en Europa. En palabras simples, es una sucesión de lagunas, bosques, jardines, senderos y palacios, todos levantados por la dinastía Liechtenstein a partir del siglo XVII y que, por su valor arquitectónico y paisajístico, fue declarado Patrimonio de la Unesco en 1996.

Por ello, Lednice–Valtice es, por lejos, uno de los más seductores paseos para hacer en pareja o con amigos. En especial, durante el otoño europeo, cuando los colores cambian con sorprendente rapidez. Ya sea contratando un tour establecido (hay agencias en ambos pueblos), caminando por sus innumerables senderos que se internan y llevan -con buena señalización- por puentes, miradores y hasta un minarete musulmán o, una excursión en bicicleta al ritmo propio y que da una completa visión de la zona, las formas para recorrer este lugar son variadas. El circuito más frecuentado tiene 15 kilómetros, pero tiene paradas habituales y los atractivos tantos, que la capacidad de asombro no se agota.

Saliendo del costado del Castillo de Lednice, lugar de veraneo de los duques y que ofrece visitas guiadas por sus impresionantes interiores, su invernadero con más de tres mil plantas tropicales y sus extensos jardines, el circuito en bicicleta lleva por las ruinas del Castillo de Juan (1802), el templo de Apolo (1817), de inspiración griega y que domina una gran laguna llena de cisnes. Sin dejar nunca un sendero entre bosques, pasa por las Tres Gracias, grandes columnas cubiertas, capillas góticas, un arco de triunfo de estilo romántico y un minarete (1798) de 60 metros, desde donde es posible ver Lednice y la cercana frontera con Austria (Viena está a unos 100 km).

El Palacio de Valtice, donde suele terminar el recorrido, es un castillo que data de 1395, pero que fue reconstruido en varias ocasiones, pasando por diversos estilos, desde renacentista hasta el barroco, que es el actual y que conserva desde el 1730. Tanto Valtice como Lednice son pueblos de una tranquilidad que seduce. Se nota en las casas, ninguna tiene barrotes ni rayados en sus fachadas.