Son las cuatro en punto de una tarde de sábado de enero y la temperatura fácilmente supera los 34 grados. Por unos parlantes de excelente definición, se anuncia que una vez más comenzará el show de olas en una de las grandes piscinas, mensaje que se repite religiosamente cada hora. Dos niños se paran exaltados y literalmente arrastran del brazo a su papá, que viene llegando desde el bar con una cerveza en una mano y un trago de color azul profundo y sombrilla en la otra.

"Vayan con la mamá, niños, le toca a ella", grita el hombre tratando de salvar sus bebidas sin éxito, mientras su señora no se da por aludida y se concentra en echarle bloqueador a la abuela, que permanece sentada bajo un quitasol.

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Resignado el hombre se sumerge junto a los niños en una inmensa piscina que, ya repleta de gente, de un momento a otro se llena de olas al ritmo de una canción de Maluma, tal como debe estar pasando a esa misma hora en cientos de resorts en el Caribe. Pero la escena no ocurre en el Caribe, sino que en Chile, en el resort Rosa Agustina de Olmué.

Es la tercera vez que la familia Inostroza Muñoz llega de vacaciones una semana a este complejo ubicado en la Región de Valparaíso. "Aquí realmente se descansa y no tienes que preocuparte de nada", explica Natalia, tecnóloga médica casada con Esteban, ejecutivo de cuentas de un banco, quienes llegan acompañados de sus dos hijos y la madre de ella. "Para nuestra luna de miel fuimos a un resort en Punta Cana, pero la verdad es que preferimos Rosa Agustina, y no por un tema de presupuesto, sino porque aquí nos sentimos más cómodos, nos gusta más la comida y las actividades nocturnas, además de su cercanía y estilo menos gringo", continúa Natalia.

Rosa Agustina es de los pocos resort all inclusive del país y sigue el modelo impuesto por las grandes cadenas hoteleras que abundan en el trópico, es decir un sistema que por un precio definido de antemano permite obtener comida y tragos durante el día entero, y además ofrece entretenciones nocturnas, juegos infantiles, acceso a grandes piscinas con toboganes, actividades deportivas y un largo etcétera. Pero a la vez el hotel le da un toque local a ese modelo, ya que está pensado por y para chilenos y por eso las empanadas de horno y el cordero al palo reemplazan a las hamburguesas y a los nachos con guacamole y las cuecas como "La Consentida" y el "Guatón Loyola" son parte del playlist de música ambiental.

Inaugurado en 1999 como un pequeño centro de recreaciones y picada para camioneros por el empresario gastronómico Humberto Ríos, quien antes fue dueño de carnicerías, restaurantes y supermercados de la Quinta Región, Rosa Agustina –que lleva este nombre en honor a la madre de Ríos-, ha crecido de manera explosiva.

Hoy existen dos recintos muy cerca el uno del otro, que en total pueden alojar hasta a 1.200 personas y recibir hasta a cinco mil en un día porque también se ofrecen pases diarios. Tiene tres piscinas al aire libre con toboganes, un "río lento", donde se puede navegar sentado en grandes flotadores, un spa con piscina temperada techada, pistas de bowling, canchas de tenis, simuladores de video, comedores con servicio buffet, restaurantes temáticos, salas de conferencia, un amplio salón para eventos nocturnos, entre varias otras instalaciones.

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"No queremos ser un Sheraton, u otro hotel de cinco estrellas", cuenta Lilian Osorio, gerente comercial. Por eso, la ejecutiva no recomienda este lugar para parejas en plan de pololeo o luna de miel, ya que el ambiente aquí es familiar y pensado para quienes les gusta comer sin importar la hora. "Rosa Agustina debe ser de los pocos resorts del mundo que junto con los servicios de desayuno, almuerzo y comida, incluyó la hora del té", dice sentada en un comedor con capacidad para cerca de mil personas, al atardecer, hora en que, pese al calor, varios huéspedes dejan por un momento la piscina para comer las sopaipillas pasadas, los waffles con manjar o las marraquetas con palta que ofrece el buffet a esa hora.

El resort tiene planes ambiciosos de crecimiento: actualmente se está construyendo un mall en el mismo recinto, con tiendas, supermercados, centro médico, cafés y otros servicios, y que dicen que debería inaugurarse en los próximos meses. Por otra parte, los ejecutivos tienen puestos los ojos en las playas de la Cuarta Región donde en un plazo de tres años les gustaría construir otro complejo, esta vez con acceso al mar, para consolidar así este modelo hotelero en el país.

Karaoke y concursos

Pasadas las nueve de la noche, después de la "cena temática", en la que cada día se ofrecen platos de diferentes países -y donde a juzgar por las filas, el carro de shawarmas árabes y el sushi son esa noche los preferidos- toma protagonismo el team de entretenimiento del hotel.

Un equipo de cerca de 10 personas, entre músicos, animadores y bailarinas suben a un escenario y aleonan a un público de al menos 300 personas que bailan y gritan entusiastas en un gran salón con luces de neón, rayos láser y humo, mientras desde el bar hay una fila que se renueva constantemente para pedir pisco sours, mojitos y otros destilados.

Comienza el karaoke o "kararocker", que es la versión con banda en vivo de esta práctica japonesa y el animador empoderado en su rol, los presenta, y hace chistes con cada uno de los participantes, que cantan un repertorio que pasa por Chayanne, Buddy Richard, Los Vásquez y Mon Laferte.

Sube, por ejemplo, al escenario una mujer en sus cuarenta llamada Zaida que viene con sus primas desde La Serena: -¿Por qué le pusieron así?, pregunta el animador. -¿La verdad?, porque cuando nací mi papá era fanático de una vedette que tenía ese nombre, responde ella coqueta, mientras el público grita "ídolo, ídolo". Las carcajadas y los aplausos son generales.

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La fiesta sigue y el animador hace concursos de baile y ofrece días gratis en Rosa Agustina para la mesa que más aplauda, así hasta la medianoche, hora en que de a poco la gente vuelve a sus piezas o se queda jugando pool, ya que, a la mañana siguiente, las actividades como clases de baile entretenido o acondicionamiento físico comienzan a las nueve de la mañana, hora en que los parlantes comienzan a anunciar nuevamente que se vienen las olas en la piscina.