De los mismos autores de la inscripción automática y el voto voluntario: ley de primarias y pertenencia a los partidos.
Por senderos misteriosos y métodos silenciosos, cargando sacos de buenas intenciones, un conjunto de instituciones con variado pelaje y prestigio ha venido convirtiendo en un pequeño infierno el solemne pero sencillo acto de elegir a las autoridades del país. Esta no es una afirmación baladí: que votar sea sencillo es la condición esencial para que sea democrático, dadas las asimetrías de información que existen en toda sociedad, especialmente de información política.
Pero he aquí que entidades como el Ministerio Secretaría General de la Presidencia -donde se originan las leyes-, el Congreso, los partidos políticos, el Registro Civil, el Servel, el Tricel, en conjunto con los ingenieros de la participación y la transparencia, parecen haber concordado en convertir el admirado sistema electoral chileno en un parque de juegos con montañas rusas, palacios de la risa, casas del terror y carpas de magia.
Mucho de esto parte de la inscripción automática y el voto voluntario, que además de quitar todos los incentivos -sí, incluyendo los punitivos- para participar votando, mantuvo las obligaciones más discutibles, como la de ser vocal de mesa. Este absurdo llega al paroxismo en elecciones como las primarias de hoy, que por definición están libremente reservadas a los que tienen interés o adhesión en las agrupaciones que las organizan.
No es necesario dar explicaciones por no votar por Chile Vamos ni por el Frente Amplio, pero hay que ofrecer especiosas y fundadas justificaciones por no concurrir a ayudar a esas organizaciones a ordenar y contar sus votos, y aun así se puede ser penalizado. Para qué decir en las elecciones generales: la voluntad de abstenerse -que antes se expresaba en un claro voto blanco o nulo- opera ahora por simple omisión…, excepto que esté uno obligado nuevamente a facilitar el servicio personal de ocho horas en eso mismo que no le interesa.
Una vez que se han superado estos escollos, las malas noticias continúan: tampoco se puede salir a comprar, porque los centros comerciales están obligados a cerrar. Queda la alternativa de salir a almorzar, pero ha de ser sin la más ligera bebida espirituosa, porque ese día hay ley seca hasta dos horas después del cierre de las mesas de votación. La decrépita ley deja una excepción: los hoteles, aunque hay que haber pernoctado en ellos.
Y todo esto, si es que no ha tenido el infortunio de requerir nuevo carné o pasaporte después del 2014, porque en este caso puede tener esta obligación en un lugar del territorio completamente inimaginado. Ah, y siempre que no esté muerto, porque también en este caso puede figurar en el padrón. Regalos del Registro Civil, para servirlo.
Luego están las primarias mismas, lo que ya no tiene que ver con las normas de votación, sino con su obligatoriedad. Hay buenas razones para pensar que después de las recientes experiencias de Chile Vamos y el Frente Amplio -con sus franjas televisivas y sus debates para el olvido-, los conglomerados del futuro querrán más bien evitar estos procesos penosos, donde se hacen tan estridentes los recursos al insulto (no sólo contra el adversario, sino sobre todo contra la inteligencia del público). Quizás se trate sólo de un fenómeno propio de las elecciones de este año, las peores desde 1989, y se necesite un poco más de paciencia. El caso es que hasta aquí, las únicas primarias exitosas como ejercicios cívicos han sido las de la Concertación en 1999 y el 2013. Una sin ley, la otra con los 44 artículos ingeniados en el gobierno de Piñera.
Primarias que, a todo esto, no podrían haber hecho Ciudadanos y Amplitud, porque el Servel mantuvo a los militantes de Ciudadanos en el limbo de la inexistencia durante dos meses, hasta que esta semana el Tricel decidió que una declaración jurada es algo en lo que se debe confiar, con lo que convirtió a Ciudadanos en un nuevo partido. Sólo que el Servel le hizo perder dos meses en un año electoral que dura menos que 12.
La decisión del Tricel suena muy bien, si no fuera porque, en paralelo, hay casi 500 mil ciudadanos que no son ni militantes ni independientes, sino unos nonatos resultantes del proceso de refichaje -otro bulo en el saco de las buenas intenciones-, porque para renunciar a un partido hay que seguir un procedimiento peor que el de inscribirse, y además debe pasar un tiempo antes de que uno pase a ser independiente. ¿Quién estableció esto? Bingo: el Tricel. El mismo tribunal que les ha devuelto la necesaria fe pública a las declaraciones juradas en el caso de Ciudadanos.
Por otro lado, los partidos políticos parecen haber hecho un charquicán de su militancia. Los mayores recordarán las carpas naranjas del Partido Humanista, con Florcita Motuda invitando a inscribirse contra la dictadura en las postrimerías de los años 80. Los más de 100 mil militantes surgidos de eso eran una pura evanescencia, pero muchos de ellos siguen apareciendo en unos registros que parecen tallados en piedra.
Entre los trasladados por el Registro Civil, los suspendidos por el Servel, los refichados y los militantes nuevos se ha constituido una tal melaza, que por primera vez desde la restauración democrática resulta indispensable cerciorarse de la situación personal antes de aventurarse a votar.
En el Chile de la ingeniería electoral está resultando más difícil ser independiente y más fácil abstenerse, dos cosas clamorosamente contradictorias, y es un milagro que en todo esto no se divise la huella de una manipulación parcializada del padrón electoral -a la mexicana- o de las instituciones que lo resguardan –a la venezolana-, aunque sí se han creado todos los incentivos para el regreso triunfal del cohecho. Lo que se ve es una maraña de huellas que, siguiendo el empedrado de las buenas intenciones, han convertido al acto de votar en un verdadero desvarío.