Picazón en los ojos, mal olor, turbiedad y un inusual agua de color verde fueron algunos de los ingredientes que marcaron el inicio de las competencias de piscina en los Juegos Olímpicos de Río.

Por varios días se mantuvo el misterio, y la explicación rondaba entre algas o cobre oxidado provocados por mala mantención. El problema se acrecentó cuando no fue sólo una, sino dos las piscinas olímpicas con el problema.

Y recién hoy se supo cuál fue la razón: un vertido no planificado de 160 litros de peróxido de hidrógeno realizado por una empresa encargada del mantenimiento, lo que neutralizó el cloro y ayudó al crecimiento de pequeñas algas y diversos "compuestos orgánicos" añadidos por los atletas en los entrenamientos y competencias.

De acuerdo a lo recogido por el New York Times , el peróxido de hidrógeno puede ser utilizado para la limpieza de las piscinas siempre y cuando no se combine con el cloro, precisamente lo que ocurrió. Es por esto que los análisis del agua mostraban que la cantidad de cloro era la adecuada, aunque no pudieron detectar que no funcionaba.

La primera solución contemplada por los organizadores fue la densificación de las algas para ayudar a su retiro, aunque por los tiempos esto no pudo ser posible. Fue entonces cuando optaron por drenar el agua y cambiarla con los 3.725.000 de litros de agua provenientes de las piscinas de entrenamiento.

Al menos, no todo fueron quejas: los mismos participantes afirmaron que el contraste entre el azul del cielo y el verde de la piscina les ayudó a tener un punto de referencia entre todas sus piruetas para ingresar al agua de mejor manera. Además, de ninguna forma suponía un riesgo para los atletas.