Ala larga, puede que el documentalista y provocador profesional Michael Moore siempre encuentre más verdad en su comarca, que explorando en los cinco continentes del planeta. Nacido, criado y vecino del pueblo de Flint, en pleno estado de Michigan, el autor de Fahrenheit 9/11 (2004) ha tenido una privilegiada sintonía con la problemática cotidiana del americano de las ciudades pequeñas, lejos de las grandes metrópolis costeras. Es la dinámica que reflejó con habilidad en Bowling for Columbine (2002), la película que lo hizo masivamente conocido y, al parecer, es la misma tensión social que supo leer como pocos cuando hace cuatro meses predijo que Donald Trump sería electo presidente.
Tras el triunfo del magnate de las grandes torres hoteleras el martes pasado, las palabras de Moore comenzaron otra vez a circular en las redes sociales y en los medios estadounidenses. Ahora, a diferencia de la primera vez, eran tomadas en serio, como una profecía pasada por alto. Por si fuera poco, Moore había realizado una inteligente jugada mediática tres semanas antes de las elecciones: sin previo aviso, estrenó su película Michael Moore in TrumpLand, en apoyo a la candidatura de Hillary Clinton, en uno de los principales teatros de Nueva York. La cinta, con tono irónico y confrontacional, mostraba al realizador efectuando un acto de apoyo a Clinton en uno de los condados más abiertamente pro-Trump del estado de Ohio.
Es decir, en menos de medio año, el realizador que en algún momento fue el enemigo mediático número 1 de la administración del presidente George W. Bush, otra vez logró instalarse en el terreno del debate político y social estadounidense.
Relativamente desprestigiado en el mundo intelectual y entre sus propios colegas (que nunca lo ven como un documentalista, sino como un showman), el ultra liberal Michael Moore venía más bien a la baja en la bolsa de valores mediática. Sus últimos dos largometrajes, Capitalismo: una historia de amor (2009) y ¿Qué invadimos ahora? (2015), no habían logrado la masividad ni la urgencia de sus filmes anteriores. En términos simples, habían perdido la relevancia de Bowling for Columbine, que le significó el Oscar a Mejor Documental en el 2003, y de Fahrenheit 9/11, por el que se llevó la Palma de Oro en Cannes 2004.
Esta última cinta, que era básicamente una crítica a la invasión de EEUU a Irak y Agfanistán tras los atentados del 11 de septiembre del 2001, fue estrenada en el año 2004 con el objetivo no logrado de evitar la reelección de George W. Bush. Un poco como la reciente Michael Moore in TrumpLand buscaba evitar que los votos fueran hacia el candidato republicano que hace una semana derrotó a Hillary Clinton. La diferencia era que en el 2004 Moore aún era visto como una voz de categoría en el panorama americano. Doce años más tarde, el cineasta estaba más bien reducido a una sombra de su viejo rol de francotirador anticapitalista.
Uno de los más duros detractores de Fahrenheit 9/11 fue el intelectual británico Christopher Hitchens (1949-2011), quien criticó la película por su falta de exactitud en el manejo de datos y también por su superficialidad. La verdad de las cosas es que es difícil pedirle mucha densidad a una película de Moore, quien tras el estreno de ¿Qué invadimos ahora? en Argentina hace un par de meses fue descrito acertadamente por el crítico de La Nación, Javier Porta Fouz, como "maestro del simplismo".
El corpulento showman de Michigan es un evidente hombre de perspectivas simples, y precisamente es aquel talento para graficar con claridad el que le dio popularidad a su primer documental, Roger and me (1989). En aquella cinta inauguró su estilo coloquial, conduciendo sus entrevistas con el humor, el desparpajo y la intrepidez que fueron luego marcas de fábrica.
Si en Roger and me contaba la decadencia de su pueblo de Flint tras el cierre de las plantas de General Motors, en Bowling for Columbine disparaba contra la tenencia indiscriminada de armas a través de las vidas de los habitantes de la pequeña ciudad de Colorado, donde se desató la masacre de abril de 1999. Fahrenheit 9/11 lo hizo apostar a una producción más ambiciosa, y la cinta, a pesar de sus detractores, llevó 222 millones de dólares a sus arcas, transformándose en el documental más taquillero de la historia.
Tras la elección de Barack Obama en 2008, la figura de Michael Moore fue perdiendo relieve y al mismo tiempo se vio envuelto en problemas personales que iban desde su divorcio hasta la disputa con los productores por los dineros recaudados por Fahrenheit 9/11. Pasaron seis años en que no hizo una sola película hasta la reciente ¿Qué invadimos ahora?, recibida con críticas discretas. Ahora, sin moverse de Michigan, está de vuelta y, al parecer, con bastante que decir.
Hijo y nieto de trabajadores de General Motors, Moore conoce de cerca la realidad de un estado de clase obrera que tradicionalmente fue demócrata y que el martes pasado se transformó sorpresivamente en republicano al votar a Trump. Desde allá, en su hogar, escribió en su portal las cinco razones por las que él creía que el magnate neoyorquino ganaría las elecciones.
Cuatro meses más tarde, este sábado para ser exactos, Moore viajó a Nueva York, entró a la Trump Tower de la Quinta Avenida, llegó hasta el lobby y con cámara en mano pidió hablar con el presidente electo. No lo dejaron, pero a cambio le permitieron escribir una nota en un papel. Decía: "Señor Trump. Estoy aquí. Quiero hablar con usted". Si hay respuesta y si hay reunión en vivo y en directo, es un hecho que estará en la próxima película de Moore.