Siendo justos, la idea de la "nueva versión" no es nueva. Es tan vieja como el cine. El mismo clásico bíblico Los Diez Mandamientos es, de hecho, una versión en technicolor de un filme mudo que el mismo director Cecil B. DeMille había hecho de la leyenda de Moisés en 1923. Y Howard Hawks, uno de los grandes cineastas del Hollywood clásico, tomó el guión de su obra maestra Río Bravo (1959) apenas once años después para usarlo como base de Río Lobo (1970), su última película.
¿Por qué tanto descaro? Porque les daba lo mismo. Más allá de la mirada romántica que críticos y cinéfilos tienen de la Era Dorada del cine, los años antes de la aparición del Director como Autor (es decir, el período que va desde 1896 hasta fines de los 60) fueron tiempos de grandeza e ingenio creativo, pero también de absoluto desprecio por el cine en tanto arte dramático. Hitchcock re-filmó El hombre que sabía demasiado (1934) en 1956, con distinto elenco y más recursos no sólo porque tenía reparos con la primera versión, sino porque la cinta original de 1934 apenas veinte años después ya casi estaba fuera de circulación por completo.
En estos tiempos que vivimos, gracias al DVD, a los archivos digitales, Neftlix, Cuevana y YouTube, las películas viejas han protagonizado una especie de resurrección/animación suspendida que les permite saltar a la palestra una y otra vez, no sólo en la memoria colectiva sino también en los escritorios de los productores.
Mad Max: Fueria en el camino es una obra maestra y una de las grandes películas de acción que hemos visto en la era post-CGI (efectos digitales). Lo que la hace una rareza es que la filmó George Miller, director de la trilogía original quien además tiene casi setenta años y que, en muchos sentidos, la compuso, fotografió y editó en contra del estilo del cine de acción contemporáneo. Esa es la brillante paradoja de la película: quienes la alaban lo hacen por la pureza y sencillez de su narración, a años luz de los entretejidos del cine de superhéroes Marvel o de sagas como Los juegos del hambre.
Digan lo que digan los publicistas, hay poca nostalgia en el remake y el reciclaje del cine de nuestra infancia. Y está bien que así sea. Como dijera en Twitter el director Joe Carnahan (Narc): si un simple remake de tu filme favorito es capaz de "arruinar tu infancia", entonces tu infancia era bien poca cosa para empezar.
Desde luego, la mirada apocalíptica sobre las reinvenciones y remakes siempre le da mucho prestigio al crítico y al columnista. Se dice que el cine actual está falto de ideas -yo diría que le sobran, buenas y malas- y que los nuevos Robocop, Star Wars, Indiana Jones y Terminators son signos de decadencia cultural. Discrepo y tengo dos casos ejemplares a la mano. El primero es El enigma de otro mundo (1981), la obra maestra absoluta de John Carpenter que es, por supuesto, un remake de The thing from another world (1951). Carpenter tomó la premisa de un filme cumplidor pero olvidado y la convirtió en la base de una de las grandes películas de terror de la historia. El segundo caso es La mosca (1986), de David Cronenberg. Que también es un remake de un filme menor y que también terminó volviéndose con los años en un clásico del género y en la película que sacó a Cronenberg del nicho del cine de terror para siempre.
Por supuesto que el Robocop de 2014 fue una mugre. Pero eso no se debió a que se tratara de un remake, sino a que tenía un guión idiota lleno de cabos sueltos. El mismo original tenía varios cabos sueltos, que Paul Verhoeven esquivó y zurció en base a talento y estilo. Y desde luego que Jurassic World deja mucho que desear en tanto espectáculo y relato de aventuras. Pero la idea de volver al mundo de los dinosaurios clonados era neutra en su origen. Es la ejecución la que la derrumbó en pantalla.
Un buen ejemplo de la naturaleza ambigua de los remakes, reinicios y secuelas/precuelas está en Terminator. Podría decirse que el primer filme ya era un relato cerrado. Y el mérito de Terminator 2 fue, justamente, expandir la idea hacia una segunda aventura que fue, a la larga, la expresión definitiva del concepto. La ironía es que todas las secuelas subsiguientes han debido convertir la misma idea de ser secuelas -de reescribir la idea original- en parte de sus historias. Tal vez por eso las dos últimas (Terminator 3 y Terminator: Salvación) fracasaron tan canallamente. Tal vez por eso sigamos admirando como superior al filme de 1990, al menos hasta que un director a la altura llegue a patear el tablero y a decirnos, como le explica Sarah Connor a Kyle Reese que "las reglas han cambiado".