La reunión de líderes del G20 comenzó hoy en Toronto con una cena de Estado que irá seguida mañana de la reunión plenaria del grupo en la que se abordarán temas como el gasto público y la reforma financiera global.
El primer ministro canadiense, Stephen Harper, y su esposa dieron la bienvenida a cada uno de los miembros del grupo, integrado por los principales países desarrollados y en desarrollo y que se ha erigido en el principal guardián de la economía global.
Por la alfombra roja instalada hoy en un hotel de lujo de Toronto, en el que se aloja la reina de Inglaterra cuando visita la antigua colonia, desfilaron entre otros el presidente español, José Luis Rodríguez Zapatero, el mexicano Felipe Calderón y la argentina Cristina Fernández de Kirchner.
El gran ausente fue el presidente brasileño, Luiz Inacio Lula da Silva, que canceló su asistencia por las inundaciones en el noreste del país y que está representado por el ministro de Hacienda Guido Mantega.
El G20 está integrado por la Unión Europea, el G8 (EE.UU., Canadá, Japón, Alemania, Reino Unido, Italia, Francia y Rusia), Corea del Sur, Argentina, Australia, Brasil, China, India, Indonesia, México, Arabia Saudí, Sudáfrica y Turquía.
Además, el primer ministro canadiense, Stephen Harper, invitó a los líderes de España, Holanda, Vietnam, Etiopía y Malawi.
El grupo resultó clave en la implementación de medidas para superar la peor crisis financiera y económica de las últimas décadas, pero con la incipiente recuperación han llegado también las tensiones.
El principal foco de desacuerdo es qué hacer con los paquetes de estímulo que se pusieron en marcha en el peor momento de la crisis.
Washington recomienda una retirada lenta de las medidas de estímulo, una medida que comparten muchos emergentes, mientras que Alemania, Gran Bretaña y el país anfitrión, Canadá, entre otros, hacen hincapié en la necesidad de poner en marcha ya un plan de austeridad fiscal.
Los países discrepan también en la propuesta respaldada por países como Alemania, Gran Bretaña, Francia y EEUU de imponer o bien un impuesto global a la banca o un tributo sobre las transacciones financieras para sufragar, entre otras cosas, potenciales rescates del sector.
Brasil y otros países emergentes se oponen a que la medida sea global aunque no se oponen a que aquellos países que lo consideren oportuno la implementen.