Era una jornada más compleja de lo habitual. El miércoles pasado, un día después del abrupto despido del jefe del FBI, James Comey, Donald Trump recibió en la Oficina a Oval a nada menos que el canciller ruso, Sergei Lavrov, y al embajador de Moscú, Sergei Kislyak. La cita no sólo estaba en el centro de la agenda por el despido de Comey, sino que también porque era la primera vez que el jefe de Estado norteamericano se reunía con altos funcionarios rusos en la Casa Blanca. Ello, en medio de la tormenta política generada por los supuestos vínculos del equipo de campaña de Trump y los rusos durante la contienda electoral, algo que investigaba el director del FBI antes de ser despedido.
Tras la reunión ya habían surgido los primeros problemas para Trump, ya que en un primer momento se informó que la Casa Blanca había vetado a la prensa local, permitiendo sólo el ingreso del fotógrafo oficial de Lavrov, Alexander Sherbak, de la agencia oficial TASS. Aquello generó todo tipo de suspicacias.
Sin embargo, a Trump se le abrió un frente aún más fuerte y complejo, después de que el diario The Washington Post informara que el mandatario reveló información altamente clasificada al ministro de Relaciones Exteriores ruso, por lo que pudo haber puesto en riesgo a una fuente de inteligencia relativa al Estado Islámico.
Citando a funcionarios y ex funcionarios como fuentes de su reporte, el Post sostuvo que la información que Trump le dio a Lavrov fue entregada por un socio de Estados Unidos como parte un acuerdo para intercambiar inteligencia.
El gobierno de Trump no tenía permiso para compartir los datos con Moscú, por lo que la decisión pone en serio riesgo la cooperación con un aliado que tiene infiltrados en el Estado Islámico, dijo el Post. De todos modos, en Estados Unidos el Presidente tiene autoridad para desclasificar secretos gubernamentales, por lo que sus comentarios eventualmente no pueden ser considerados una violación de la ley.
De todos modos, esta filtración a los rusos pone de manifiesto, una vez más, el particular estilo de Trump, que incluso ya provoca ronchas entre la propia bancada republicana en el Senado. De acuerdo con la versión del Post, en la reunión con el canciller ruso, Trump se salió del libreto y comenzó a describir detalles de una amenaza del Estado Islámico relacionada con el uso de computadores portátiles en aviones.
A juicio de senadores demócratas citados por el diario The New York Times, esto es un golpe serio a la comunidad de inteligencia por el intercambio de información altamente clasificada y por los compromisos que se adquieren para no revelar este tipo de material. Si ya el escándalo por el despido del director del FBI estaba siendo comparado con Watergate, Trump suma ahora un nuevo problema.