Hace apenas tres meses Ricardo Gareca fue oficializado como director técnico de la selección peruana. El Tigre, que había dejado la banca de Palmeiras, tomó el conjunto del Rímac con una sola misión y un sólo pensamiento: devolverle el fútbol con la mente puesta en Rusia 2018.

Y la tarea se cumpliendo con creces. El ex director técnico de Vélez Sarsfield reemplazó al uruguayo Pablo Bengoechea en el conjunto de la banda sangre. El charrúa dirigió nueve compromisos, sumando cinco triunfos y cuatro derrotas, pero exhibiendo un rendimiento a lo sumo aceptable, con escaso ritmo futbolístico, lo que motivó al por ese entonces entrante presidente del fútbol incaico, Edwin Oviedo, a prescindir de sus servicios.

Gareca arribó con el discurso del trabajo a largo plazo. “Pensando en la Copa del Mundo de Rusia”, según diría en su primera intervención ante los medios de comunicación peruanos. Sin embargo, en apenas 90 días ha revolucionado el fútbol del vecino país y le cambió la cara de manera radical al equipo nacional con un juego directo, punzante y efectivo.

Con esas cualidades logró ingresar a semifinales de la Copa América y amenaza a Chile con un juego fuerte por las bandas, velocidad en el contragolpe, presión constante y mucha prolijidad defensiva.

En Perú, incluso, algunos lo tildan de salvador, pero él, humilde, dice que no se siente como tal. “Mi única intención es participar de un proceso con jugadores muy competitivos. Lo único que quiero es llegar a lo más alto con el equipo. Apuntamos a la Copa del Mundo. ¿La Copa América? La idea es lograr pasar de ronda”, decía antes del torneo continental.

Hoy, ya entre los cuatro mejores de América, no pierde la ilusión y, pese a la mesura inicial, ya sueña con más. “Para ganarle a Chile hay que mejorar y exigirse al máximo, pero se puede. Sólo depende de que estemos concentrados”.