Richard J. Davidson (66) ha sido pionero en varios ámbitos. En mostrar la base neurológica de las emociones, hallazgo que expuso en su libro The Emotional Life of Your Brain (2012). En popularizar el concepto de neuroplasticidad, que indica que el cerebro es maleable y pueden crearse en él nuevas conexiones y neuronas. En proponer que el bienestar mental no es otra cosa que un conjunto de habilidades susceptibles de aprenderse y cultivarse, tal como un deporte. Y en investigar sistemáticamente cómo la meditación y otras técnicas contemplativas impactan positivamente en el cerebro, siendo famosos sus estudios que monitorean la actividad cerebral de monjes tibetanos.
Hoy la neurociencia dialoga con facilidad con el budismo, y las universidades estudian y promueven lo que en cierto sentido es su versión secular, el mindfulness. Pero no siempre fue así. Davidson aprendió meditación cuando hacía su doctorado en Harvard en los 70, pero lejos de la academia. No era algo como para contarles a sus profesores, ha dicho. Estuvo en el clóset 20 años con la meditación, práctica que define como un conjunto de estrategias para familiarizar a una persona con su propia mente.
Más tarde la convertiría en uno de sus mayores objetos de estudio. Lo motivó en buena parte un encuentro con el Dalai Lama, en 1992, quien le preguntó por qué usaba las herramientas de la neurociencia moderna únicamente para estudiar la ansiedad y la depresión y no atributos como la bondad y la compasión.
Davidson fundó más tarde el Center for Healthy Minds en la Universidad de Wisconsin, dedicado exclusivamente a investigar el bienestar mental y a la neurociencia contemplativa. Su trabajo ahí, además de sus cientos de artículos y sus 14 libros, lo han convertido en el mayor experto en estas materias. Ha sido premiado por la American Psychological Association, fue elegido entre las 100 personas más influyentes del mundo por la revista Time y es figura recurrente en documentales sobre la mente, como Happy, The Altruism Revolution y, uno exclusivo sobre su trabajo, Free the Mind, el que muestra cómo un programa de meditación y yoga elaborado por su centro ayuda a soldados con estrés postraumático y a niños con ansiedad. Los tres pueden verse en Netflix.
¿Por qué tan importante es el concepto de neuroplasticidad?
Es posible que sea la idea más significativa salida de las neurociencias. Nuestros cerebros están constantemente siendo formados con, o sin querer, la mayor parte del tiempo involuntariamente, afectados por lo que nos rodea. Pero normalmente no tomamos el control intencional de nuestras propias mentes y cerebros. Y el trabajo en neuroplasticidad nos está invitando a adaptar posturas más intencionales y permitiendo dar forma a nuestro cerebro de maneras que sean más beneficiosas.
Una de las maneras que usted propone es la meditación o el mindfulness. ¿Por qué se ha popularizado tanto en estos últimos años?
En parte por el aumento de evidencia científica que muestra su eficacia para mejorar la atención, en modular nuestras emociones, en regularlas mejor, y en ciertos indicadores de salud, particularmente en reducción de estrés y de procesos inflamatorios.
Para aprender hay diferentes caminos. Tradiciones orientales o de la sicología contemporánea. ¿Qué recomienda?
No creo que sea posible recomendar un enfoque para todos, y creo que cualquiera que diga eso no está atendiendo a la evidencia que indica claramente que diferentes tradiciones y prácticas sirven para diferentes tipos de personas. Creo que es algo que los individuos deben explorar por sí mismos. Sí le recomendaría a la gente que empiece, de manera muy gradual, practicando algunos minutos al día para construir un hábito en vez de fijarse un objetivo poco realista.
Ha estudiado el impacto de la meditación en niños, como se ve en el documental Free the Mind. ¿Qué tiene de particular a esa edad?
Comenzamos a investigar las aplicaciones de este tipo de método en niños a partir de los cuatro años de edad y, obviamente, la forma en que a un niño se le enseñan estas prácticas es muy diferente a la de un adulto. Y la investigación científica en esta área está realmente en las primeras etapas. Pero hay una creciente evidencia que indica que los niños pueden aprender simples prácticas de mindfulness, así como simples prácticas de bondad de una manera que cambia el comportamiento y promueve bienestar. También creemos que, particularmente a la luz de pruebas neurocientíficas que sugieren que hay períodos sensibles en el desarrollo del niño donde el cerebro es especialmente plástico, es muy importante investigar y refinar las estrategias con niños.
Hoy hay mindfulness para todo, para el trabajo, la alimentación, etcétera. Da la sensación de un sobreuso del concepto. ¿Está de acuerdo?
Sí. Me preocupa y creo que es una preocupación legítima. Estamos viendo la palabra mindfulness aplicada a todo tipo de cosas y creo que la forma original en que el mindfulness es entendido en la tradición contemplativa prácticamente se ha perdido en esta utilización generalizada que hoy tiene en Occidente. Muchas intervenciones basadas en mindfulness están siendo promovidas con muy poca o nada de evidencia respecto a su eficacia. Aspiro a que las personas miren los hallazgos científicos rigurosos para ayudarse a navegar en este paisaje y escoger las alternativas más sólidas.
¿Qué le parecen las apps para aprender a meditar?
No hay un una sola app de mindfulness de la que esté al tanto que tenga evidencia que pueda demostrar su eficacia. Cero. Así que aunque algunas personas pueden encontrar útil alguna, no hay en absoluto evidencia de que sean beneficiosas en este momento.
¿Y qué piensa de las hechas por profesores muy conocidos? Están las de Joseph Goldstein (10% Happier) o Judson Brewer (Eat Right Now), por ejemplo.
Las creadas por profesores muy destacados a quien personalmente conozco, y creo que son maravillosos profesores, probablemente sean muy útiles para las personas. Pero simplemente todavía no tenemos evidencia que indique que son efectivas ni para quiénes.
Hoy en día hay muchos centros universitarios que estudian la mente. ¿Qué distingue al que dirige el Center for Healthy Minds?
Tenemos la misión de cultivar el bienestar y aliviar el sufrimiento a través de la comprensión científica de la mente, y usamos técnicas de vanguardia en neurociencias, ciencias biológicas y del comportamiento para hacerlo. Así que lo que nos distingue es la amplia gama de ciencias en las que nos basamos y la combinación de investigación básica y aplicada. Además, tenemos el compromiso de llevar a la sociedad lo que aprendemos y nos asociamos para ello con otras organizaciones que quieren ayudar a entender que el bienestar puede ser cultivado.
Hoy se habla mucho del concepto de flow y de cómo quienes practican actividades inmersos en el presente, como ciertos deportes, reportan mayores índices de felicidad. ¿Qué le parece?
Flow es un concepto que fue propuesto por el sicólogo Mihaly Csikszentmihalyi y obedece a estados mentales en los que la habilidad de una persona está bien unida con los desafíos de una situación, y tiene total atención en lo que está haciendo y la experiencia es muy placentera. Csikszentmihalyi ha estudiado, por ejemplo, escaladores de roca. Cuando los escaladores están en estado de flow, se encuentran prestando total atención a lo que hacen. Y por lo tanto ciertamente pensamos que esto es una investigación muy interesante e importante. Nuestro punto de vista es que en los trabajos hechos con el flow se centran mucho en los factores ambientales específicos que pueden producir este estado, como deportes. Sin embargo, nosotros creemos que es posible cultivar flow 24/7, que no depende de factores ambientales, que puedes entrenar la mente para que esté en ese estado todo el tiempo. Una de las cosas sobre el flow que muestra la investigación es que tan pronto como el escalador de roca termina de escalar, vuelve a su estado normal. Bueno, no estamos interesados en estos cambios de estados, sino en cambios de rasgos, que son los duraderos. El bienestar en su verdadera forma es una cualidad persistente. No depende de la participación en actividades específicas ni la adquisición de posesiones materiales determinadas. Todos tenemos esta capacidad intrínseca en nuestras mentes y si la entrenamos de manera correcta puede expresar esas cualidades todo el tiempo.
En algunos meses más edita un nuevo libro, coescrito con Daniel Goleman. ¿Qué puede adelantarnos?
Se llama Altered Traits (Alterar rasgos) y examinamos los hallazgos de la investigación sobre la meditación, específicamente atendiendo a la posibilidad de cambios duraderos. Ahí es donde entra el término "rasgos". Estamos interesados en mostrar qué descubrimientos indican que realmente podemos cambiar la mente de alguien, si esa persona lo desea, de una manera que es más permanente.
Conoció bien al neurobiólogo chileno Francisco Varela. ¿Cómo lo recuerda?
Fui amigo muy cercano y colega de Francisco. Y Francisco fue un gran neurocientífico y también un contemplativo. Hizo una contribución seminal a este campo. Él realmente fue quien lo inició y estamos en gran deuda con él y su trabajo. Fue un visionario porque anticipó la importancia de la neurociencia para el campo contemplativo antes que nadie. Fue una gran influencia y realmente monumental. Su partida prematura es una tremenda pérdida para este campo.
Varela era budista. ¿También lo es usted? ¿Es compatible con ser científico, dado que creen en la reencarnación o que Buda es omnisciente?
Es una pregunta muy complicada y no puedo contestarla rápido. Sí puedo decir que una de las razones por las que los científicos se sienten atraídos por el budismo es porque no es una tradición teísta. No hay ningún Dios en la tradición. El Dalai Lama escribió un libro sobre ciencia y espiritualidad y al principio dice que si hay algún principio del budismo que sea directamente contradicho por algún dato científico está dispuesto a renunciar a él. Tomaré la misma postura.