Histórico

Rivalidad con todas sus letras

Palabras como madre, monja o zorra forman parte ya del diccionario de galería del hincha. Éste es el origen de los conceptos empleados por los fanáticos para encender los clásicos.

Rivalidad, Hinchas,

Fue a fines de la década de los 80, con el desembarco del barrismo en Chile, cuando el discurso de las hinchadas se transformó. El fútbol continuó siendo el mismo, pero en las tribunas comenzaron a aflorar nuevos términos, de corte fundamentalmente discriminatorio y marcadamente sexista, para designar lo que ya existía. O, más bien, para atacarlo, para ridiculizarlo. Nombres que terminaron consolidándose entre los fanáticos dando paso a un nuevo discurso (importado, por cierto, desde el otro lado de la cordillera), y responsable de la conformación de un burdo diccionario de galería. Y fue así como a los hinchas de la U, sus archirrivales comenzaron a llamarles madres; monjas a los seguidores de la UC y zorras a los de Colo Colo, por citar algunos ejemplos.

Pero para encontrar el origen de estas nuevas acepciones no es necesario remontarse demasiado en el tiempo. Ni buscar muy lejos. Para el sociólogo deportivo Andrés Parra, el nacimiento de estos apodos podría tener su origen en la transición de la dictadura a la democracia y el posterior ascenso de las barras bravas y de "su estrategia mafiosa de apoderarse de los clubes". "Debió ser a mediados de los años 90 cuando se pasó del canto de apoyo a tu club, al de desprestigio del rival, incluyendo elementos de sexualización y dominación en los cánticos", sostiene Parra. "La femininización y prostitución del adversario", como lo definía la escritora argentina Lelia Gándara. Y es que si existe un patrón común entre los tres apelativos empleados (monja, zorra y madre), es el género utilizado.

Las teorías sobre el origen de la etiqueta "madre", presuntamente la primera en aparecer, son diversas. En opinión del periodista Luis Urrutia O'Nell, Chomsky, la tradicional paternidad en enfrentamientos directos registrada entre Colo Colo y la U, podría haber llevado a los hinchas albos a tildar así a sus adversarios, empleando, de manera machista, el concepto de maternidad como síntoma de debilidad o de inferioridad en un deporte dominado por los hombres.

Zorra, por su parte, nacería como una suerte de contraataque, el resultado de pervertir la palabra "garra" de la Garra Blanca, la principal barra colocolina, para convertirla en "zorra", atribuyéndole de paso connotaciones sexuales y sexistas. Monjas, en tanto (y en femenino, claro, siguiendo la tradición del discurso de galería), terminaría convirtiéndose en el favorito para desprestigiar a los hinchas cruzados, ahondando en las raíces religiosas del club y otorgándole, probablemente, cierto cariz de mojigatería.

Pero no sólo de zorras, madres y monjas vive el fanático de los clásicos chilenos a la hora de tratar de intimidar a su adversario. La amalgama de conceptos empleados y el gusto por sacar brillo a los estigmas del vecino están también a la orden del día.

Así, por ejemplo, el hincha albo, el hincha indio,el fan del autoproclamado Eterno Campeón, deberá soportar que se le denomine malintencionadamente incoloro; que se le eche en cara la presunta participación de Pinochet en la construcción de su estadio; o que se le achaque que, pese a declararse seguidor del denominado cuadro popular, abandone a su equipo en las malas.

Al de la U (letra impronunciable para los colocolinos, que llegan a incluso a omitirla en la escritura), al hincha del Bulla, del Romántico Viajero, al fanático chuncho; le preguntarán de dónde salió el león del que hablan sus canciones, y tras reconocerle su fidelidad en tiempos de sequía, le recordarán con insistencia que no tiene aún estadio propio.

Al fanático cruzado, finalmente, al de la franja en el pecho, al de la precordillera, lo vincularán con la clase alta, le dirán que su hinchada es siempre minoría, lo tacharán de beato y de cuico, de pecho frío -por ser presuntamente desapasionado- y de segundón, por quedarse tantas veces a las puertas del título.

Así es, después de todo, el lenguaje de los clásicos modernos, la rivalidad con todas sus letras.

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