A veces pasaba 10 ó 12 horas frente a un tablero. Jugaba a la guerra. Tiraba los dados, movía las piezas y ensayaba estrategias para reescribir la historia. Comandaba pequeños batallones de papel que echaba a pelear, por ejemplo, por la Europa de los 40,  en mapas de cartón. Se ponía en el papel de los Aliados, otras se vestía del Eje, y desplegaba nuevos escenarios bélicos para la II Guerra Mundial. O para la Guerra Civil Española. O para la Guerra de Secesión de EEUU. Roberto Bolaño jugaba solo, con algunos amigos en Blanes o por correspondencia. Dicen que estuvo obsesionado. "Si no hubiera sido escritor, habría sido general", bromeó alguna vez. Dicen que a mediados de los 80, enviciado con los wargames que coleccionaba, pasó varios meses sin escribir ni una palabra. Difícil creerlo.

Cuesta imaginar a un Bolaño capaz de detener el caudal literario en que vivía. Al menos, apuraría un poema mientras esperaba su turno en el juego o planeaba un contraataque. Hizo otra cosa: escribió una novela sobre su obsesión. Corre la segunda mitad de los 80, es un anónimo escritor escondido en Blanes, un pueblo frente al Mediterráneo, que apuesta por concursos literarios y en verano lleva la tienda de bisutería de su madre. Lo mantiene su mujer, Carolina López. Como siempre, su vida se abre paso en su literatura. Los juegos de guerra pasan a ser la ocupación profesional de Udo Berger, el protagonista de El Tercer Reich, novela que terminó en 1989 y guardó en un cajón, mecanografiada. Antes de morir, alcanzó a pasar al computador 60 páginas. Pocos sabían que existía.

Se supo en la Feria del Libro de Francfurt 2008: había otro libro de Bolaño. El secreto del mal, la colección de relatos ensamblada por Ignacio Echevarría, y el volumen de poesía La universidad desconocida, esos dos libros publicados póstumamente (ambos en 2007), en realidad no habían agotado la cantera del autor de Los detectives salvajes, como alguna vez se dijo. La sorpresa, no tan inesperada en verdad, fue la carta con la que debutó el poderoso agente Andrew Wylie en la representación de la obra de Bolaño, marcando definitivamente el estallido planetario del escritor. El libro que se transó en la feria alemana era El Tercer Reich.

La novela se publica en España el 4 de febrero. En marzo estará en Chile. En poco más de 350 páginas recoge el diario del joven alemán de 25 años, Udo Berger, durante sus vacaciones en la Costa Brava española junto a su novia, Ingeborg. "Sin pecar de exagerado creo que estoy en el mejor momento de mi vida", anota a poco andar Udo, que pretende aprovechar el viento del Mediterráneo para terminar un ensayo en que expondrá una "variante inimaginable" para ganar el juego Tercer Reich, sobre la II Guerra Mundial. Aún no sabe que ahí, en el Hotel Del Mar, ingresará a una pesadilla. Absolutamente lineal, como pocas novelas de Bolaño, El Tercer Reich narra la inquietante difuminación de los límites entre un juego de guerra y la vida real.

JUGAR A LA GUERRA
A inicios de los 80 se veían prácticamente todos los días. Daban vueltas por Barcelona, tomaban café con leche, leían los inéditos del otro, fracasaron al intentar escribir un guión juntos, pero lo consiguieron con una novela, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. Cuando Bolaño se mudó a Blanes dejó de ver tan seguido a Antoni García Porta, pero mantuvieron cierto contacto. Entre cartas y llamadas telefónicas, Bolaño empezó a insistir en algo: pedía juegos de guerra. Entonces, García Porta seguía instrucciones y entraba a tiendas, preguntando por wargames como Auge y Caída del Tercer Reich o World in Flames, ambos sobre la II Guerra Mundial.

En 2000, consultado por cuál era su mayor extravagancia, Bolaño confesó: "Mi gran colección de wargames de mesa y mi pequeña colección de wargames de computador".

En el peak de su obsesión, Bolaño llegaba a la casa de García Porta, aunque no siempre iba a verlo a él. "En realidad, se quedaba horas y horas jugando con mi hijo", recuerda el español. El hijo, Joel, hoy de 33 años, lo confirma: "Cuando pasaba por casa nos íbamos al computador", cuenta. "El siempre quería ganar, daba igual que yo fuera un niño o un adolescente. Ganar era importantísimo para él. Los juegos eran una pequeña obsesión", añade.

Antes que los juegos, su obsesión era la II Guerra Mundial. Bruno Montané, que aparece como Felipe Müller en Los detectives salvajes, cuenta que a él no le pedía tableros sino libros: novelas de guerra y biografías de generales, como el mariscal soviético Georgi Zhúkov, clave en la contención del avance Nazi. "A Roberto le interesaban los juegos de estrategia como un reflejo de la historia. O de la posibilidad de la historia. Y por su interés en la II Guerra, que la veía como una historia humana del horror. El entendió esos juegos como estructuras narrativas", dice Montané.

VENGANZA
Para Udo, en El Tercer Reich, los juegos de guerra son una forma de vida. O podrían serlo. Campeón de Alemania, en las vacaciones practica para enfrentarse al norteamericano Rex Douglas en Francia y escribe su variación sobre El Tercer Reich. Si todo va bien, podrá dejar su trabajo en Stuttgart y ganarse la vida escribiendo para revistas especializadas en wargames. No todo irá bien.

En el hotel Del Mar, donde pasó varios veranos junto a su familia en la niñez, Udo se reencontrará con Frau Else, dueña del lugar. Y se enamora de ella. Paralelamente, Udo e Ingeborg conocen a otra pareja alemana, Hanna y Charly. A través de ellos, llegarán a el Lobo y el Cordero, dos buscavidas españoles, oscuros, que los conducirán por la noche salvaje de la Costa Brava. Y les presentarán a el Quemado.

En adelante, el perfume fresco de las primeras páginas de El Tercer Reich lentamente se transformará en un olor nauseabundo, denso y perturbador. Udo va y viene entre Ingeborg, los nuevos amigos, los juegos de guerra. El Quemado terminará por robarle su atención. Fisicoculturista aficionado, se gana la vida arrendando pequeños botecitos de paseo en la playa. Todas las noches los ordena para construir un refugio, donde duerme. Su nombre se debe a que "gran parte de su cuerpo está horriblemente quemado".

Latinoamericano y lector de poesía, el Quemado podría ser un exiliado torturado. "Los verdaderos soldados nazis que andan sueltos por el mundo", habrían sido quienes lo quemaron. El, un neófito de los juegos de guerra, será el contrincante perfecto para Udo en una partida del Tercer Reich. El Quemado mueve a los Aliados, el alemán al Eje. Entonces, la vida de Udo entra en jaque. El Quemado quiere venganza.

UN PANTANO
Como la mejor novela policial, pero sin asesino, El Tercer Reich encierra un misterio que obliga a pasar las páginas tan rápido como en Estrella distante. Aunque a ratos el tono parece el de La pista de hielo. Todas las manías de Bolaño están ahí: secretos, la posibilidad del horror, la aventura, el eco del fracaso político latinoamericano, la II Guerra Mundial y, a cambio de los escritores, hay una mirada por dentro al gremio de los jugadores de wargames. Sin embargo, Bolaño tuvo sus dudas.

"No te metas en los juegos, es un rollo pantanoso. Te metes y no sabes como salir", le advirtió a García Porta. En una carta de 1986 le cuenta a Montané que está escriendo una novela llamada Estrategia mediterránea (la estrategia en que trabaja Udo) y "le da muchos dolores de cabeza".  De hecho, la consideró muy larga para presentarla a concursos literarios. La guardó. En ese sentido, prefería La pista de hielo, de 1986.

Montané agrega algo más: "Roberto comentó a gente amiga que era un proyecto fallido". Acaso por eso Bolaño prefirió desempolvar Amberes, escrita en 1980, en lugar del El Tercer Reich. García Porta duda: "Desde el año 99 pensamos en reeditar Consejos... (2006) y lo fuimos dilatando porque él quería guardarla: 'El día que yo no pueda escribir por mi enfermedad, entonces iré sacando todo este material que tengo'. El preveía que pasaría alguna temporada sin escribir, aun en el caso de que el trasplante de hígado fuera muy bien. Al menos, le pagaría lo mínimo para ir subsistiendo. Quizás pensaba igual con esta novela".

Puede ser. Alcanzó a pasar 60 páginas en el computador que compró en 1996. Tenía otra urgencia. Con la muerte pisándole los talones durante los 90, Bolaño se dedicó a escribir todos los libros que tenía en la cabeza. Los detectives salvajes, 2666, etc. Los juegos de guerra encontrarían un lugar en noches de insomnio frente al computador. El tablero, los dados, las fichas y los mapas están en El Tercer Reich como las pruebas del Bolaño que jugó en el pasado ensayando la literatura del futuro.