Dos o tres veces al año, Roberto Bravo se concentra. Más o menos como los futbolistas antes de un partido difícil o los deportistas de alto rendimiento cuando deben preparar una nueva prueba atlética. Toma el auto, coge algunas de sus cosas y maneja hasta Vicuña, en el valle del Elqui. Ahí, en una hostería que alberga un piano algo destartalado, Bravo ensaya por las mañanas y por las noches. Entremedio, camina por los alrededores o conduce hasta Cochiguaz o Pisco Elqui. En ese entorno se templan sus dedos y hay cierto aire de trascendencia que no encuentra en ninguna otra parte. Para él, el valle del norte chico es un "gran afinador de pianos".
En ese entorno de conexicón con alguna fuerza telúria que ni él mismo puede explicar, Bravo ensaya a Liszt, a Bach, a Piazzolla y a los chilenos Enrique Soro y Alfonso Leng. De ellos tocará piezas el próximo miércoles en el Teatro Municipal, dejando a un lado a Beethoven, que era parte del programa inicial. "No me siento en conexión con Beethoven en este momento. Iba a tocar su Sonata número 27, pero no me fluye. La puedo hacer, pero uno no va a un teatro a tocar notas. Hay que tener una real conexión interior con el compositor para hacerlo y en este momento no la siento", dice.
También, en el concierto interpretará la Rapsodia macabra del chileno Juan Cristóbal Meza, utilizada originalmente en la película Fuga de Pablo Larraín. La composición guarda evidentes lazos con la música de Liszt, que será el plato fuerte de la presentación. "Haré al Liszt más religioso y místico, el de los últimos años, cuando tomó las órdenes franciscanas. Es una música que se mueve entre lo humano y lo divino y eso me toca muy de cerca", explica el pianista nacido hace 71 años en Santiago.
La última vez que el músico tocó en el Teatro Municipal fue en agosto del 2012 al celebrar 50 años de carrera. Desde esa fecha hasta ahora se ha presentado en promedio ocho veces por mes en distintos escenarios de Chile, privilegiando casi siempre las iglesias, los colegios y las presentaciones en municipalidades apartadas del país. "Algunos de los momentos más inolvidables los he vivido, por ejemplo, cuando toqué en la Antártica o en Isla de Pascua", dice Bravo, que actualmente maneja cinco programas diferentes de conciertos. "En total estoy como con 90 piezas en la cabeza, desde música de películas hasta Chopin, pero es lo que me gusta hacer aunque todavía haya algunos que se espanten", explica.
A principios de noviembre se presentó en el Teatro Nescafé junto al grupo La Flor del Recuerdo ("unos muchachos de la Sinfónica que tienen un grupo de boleros") y la semana pasada estuvo tocando en una cancha de fútbol de Quilpué. "No había ningún recinto adecuado, así es que decidimos instalar una carpa en la cancha. Ahí hice Bach, Liszt y Chopin, además de música de películas. No es muy diferente a lo que haré en el Teatro Municipal", afirma.
Consciente de que hipotecó una eventual carrera en el extranjero por su apego a Chile, Bravo tiene claro donde pertenece: "Yo no hago falta en Alemania o en España, donde hay tantos buenos intérpretes. En cambio, en Chile está todo por hacer. Además tenemos muy buenos pianistas como Alfredo Perl, Luis Alberto Latorre y Mahani Teave, de quien me siento particularmente orgulloso".
Durante estos días, el músico prepara un disco dedicado al jazz junto a Daniel Lencina, tratando siempre de engrosar su repertorio. "Ahora es normal que todos toquen música crossover, desde Yo-Yo Ma hasta Daniel Barenboim. Pero hace 30 años atrás, cuando yo lo empecé a hacer en Chile, todo era diferente. Sin embargo, no me importa. Siempre me ha gustado toda la música. En casa heredé el gusto musical de mi madre, que aún está viva y tiene 97 años. Ella tocaba el piano y amaba el tango y la música popular. Para mí un bolero tiene la misma trascendencia que Bach. ¿Hay algo mejor que un bolero de Manzanero? Probablemente otro bolero de Manzanero".