"¡Somos pésimos!", gritó una fanática frente a la tumba de su ídolo, con sus ojos rojos y la pintura corrida de tanto secarse las lágrimas con la manga de su camiseta negra. El centenar de personas a su alrededor, que hasta ese momento cantaba emotivamente canciones de Soundgarden, se echó a reír con complicidad. Y en efecto: el coro improvisado que se había formado alrededor de la tumba de Chris Cornell, músico estadounidense que falleció el 7 de mayo, no le hacía justicia a una de las mejores voces del rock del último siglo. Las desentonaciones de los fans, entre llantos y sollozos, hubiesen hecho sonreír al mismo rockero de 52 años.
La tarde del pasado 26 de mayo, tras varias horas de espera a las afueras del Hollywood Forever Cemetery en el norte de Los Angeles, California, sus seguidores por fin pudieron despedir al músico. Los asistentes entonaron y desafinaron, una y otra vez, deteniéndose sólo para hacer espacio a otros fanáticos recién llegados. Cantaron como público de un recital inconcluso, donde los fans quedaron a la espera de alguna melodía que explicara el suicidio del vocalista que conmovió por su amplio registro tonal.
"Estoy devastado y profundamente triste por tu partida, querido amigo. Pero tu desenfrenado 'rock power', tus atrapantes y delicadas melodías, y el recuerdo de tu sonrisa estarán con nosotros para siempre", dijo Tom Morello, compañero de banda de Cornell en Audioslave, durante la ceremonia privada a la que tuvo acceso La Tercera.
"Sigo sin creer cómo murió. Sigo sin entender por qué lo hizo. Es lo más difícil. Al principio no lo creía. Pensaba que era una broma", comentó la fanática Valery Harrison, acompañada de sus hijos de idéntica apariencia: pelo platinado, pantalones negros y la misma camiseta que dice Soundgarden.
Para Valery, y para los otros fanáticos que llegaron a primera hora hasta el frontis del cementerio, el funeral de Cornell fue más bien un recital de despedida. Caminaron en una fila ansiosa hasta poder ver el escenario. Allí, apretados contra la valla de contención, fueron testigos privilegiados de la despedida de un ícono del rock mundial, entonando Like a stone, The promise y All night thing que sonaron por los alto parlantes de la acrópolis. Los asistentes se emocionaron al escuchar las palabras del guitarrista y del baterista de Soundgarden, Kim Thayil y Matt Cameron, mientras intentaban registrar con sus celulares la voz del vocalista de Linkin Park, Chester Bennington, cantando el himno de Leonard Cohen, Hallelujah.
Presentes también, aunque lejos de los fanáticos y las cámaras, estuvieron Lars Ulrich y James Hetfield, de Metallica; Perry Farrell y Dave Navarro, de Jane's Addiction; el británico Billy Idol, la viuda de Kurt Cobain, Courtney Love; Pharrell Williams y el ex bajista de Nirvana, Krist Novoselic. Además, de los actores Brad Pitt, Josh Brolin, James Franco y Christian Bale, todos acompañando a la viuda de Cornell, Vicky Karayiannis, y a sus hijos.
Las cenizas del músico nacido en Seattle fueron enterradas a un costado de otro emblema del rock, el guitarrista de Los Ramones, Johnny Ramone. "Voz de nuestra generación y un artista por todos los tiempos", dice la lápida de letras blancas que pronto quedó cubierta con rosas rojas y uñetas de guitarra.
Una hora y media más tarde de que las celebridades abandonaran el lugar, y sólo después de que los guardias dieran su visto bueno, las puertas del cementerio se abrieron para los cientos de fanáticos que esperaron a las afueras el término de la ceremonia. Un público que, vestido de negro y caminando a paso lento y pesado como horda de zombis, se acercó durante todo el día a la tumba de su ídolo para decir adiós como melómanos llenos de pena. Pero también llenos de ese rock que musicalizó a una desencantada generación X en la década de los 90.
Ese mismo rock que llevó a un fanático a poner una botella de cerveza entre las flores y cartas que rodeaban la lápida, ante las miradas incrédulas de algunos y los aplausos de otros. El que hizo que Melody Andrade llevara a su hijo de 4 años al cementerio, ambos vestidos con una polera que decía "Say Hello 2 Heaven", en referencia a la canción escrita por Cornell para Temple of the Dog. Y que empujó a Camila Alvarez a faltar al trabajo y a viajar desde Santiago el día anterior al funeral, acompañada de su madre, con el solo propósito de despedirse del ídolo de su vida.
Y, por supuesto, ese mismo espíritu con que un guardia de seguridad pegó una hoja de cuaderno en que un fanático había escrito la palabra "sound", justo sobre el cartel que indica la sección del cementerio en que quedó enterrado Cornell. Un sector que, al menos por ese día, dejó de llamarse Garden of Legends -o Jardín de las Leyendas- y fue bautizado como "Soundgarden of Legends".