Roy Mackenzie: El primer chileno en el golf europeo

Antes que cualquier otro, el nacional hace 22 años hizo dos circuitos Challenge manejando un auto entre cada torneo. Ganó uno, entró al ranking mundial y logró clasificar al European Tour 1993.




Roy Mackenzie, golfista chileno, 25 años, llega al aeropuerto de París y arrienda un auto. Es mayo de 1991 y su destino no está cerca: Milán.

Doce años antes de que Felipe Aguilar diera sus primeros golpes en el Viejo Mundo y 16 temporadas atrás desde que Mark Tullo consiguiera entrar al Challenge Tour, Mackenzie manejaba un automóvil, miles de kilómetros. Había conseguido una invitación a un torneo del naciente circuito de desarrollo y no lo dejará pasar.

Eran otros tiempos, en los que los tours europeos se hacían en auto. Jugar, comer, ducharse y partir es la rutina de un domingo. Son cinco o seis vehículos a 180 kilómetros por hora, uno con británicos, otros, con españoles, franceses. "Los argentinos eran tres y cabían con maletas y bolsas en un Renault 5. No sé cómo", recuerda el golfista.

Maneja hasta que se oscurece, se sale de la carretera y busca un hotel. Se baja sólo con el cepillo y la pasta de dientes en la mano. Al otro día, temprano, partían otra vez. "A un auto le sumé, yo solo, 25 mil kilómetros en 10 semanas", asegura.

Milán es el primer certamen. Fue 19º y está feliz, pero ahora lo espera Suecia. Dos días de ruta para prepararse para el mal tiempo nórdico. No es problema, cree. Nada podría ser peor que el viento del campo de la A&M University, en Texas, donde había estudiado en los días en que se convertía en uno de los primeros chilenos en hacer la aventura de estudiar y jugar golf en Estados Unidos. De hecho, quiere que llueva: "Si les va mal, todos le echan la culpa a la lluvia. Para mí, era una oportunidad para subir".

De Suecia a Dijon, en Francia, con una parada obligada para mandar el sagrado fax semanal a su padre. "Así él sabía si yo estaba vivo o muerto, qué diferente era todo", rememora.

Pudo manejar y mandar faxes todo el año. Después de perseguir 13 torneos en auto por toda Europa, mantuvo la tarjeta para 1992. Camino de vuelta a París, para volar a Chile, Mackenzie se felicita. En una época en que no había auspiciadores, logró que tres socios del Country Club aceptaran su propuesta de pagarle 500 dólares al mes y los gastos, a cambio de un importante porcentaje de los premios.

El año 1992 partió jugando en Asia y cuando iba a empezar el Challenge estaba cansado. "No quería ir a Europa, pero mi papá me dijo que debía hacerlo. Le hice caso", recuerda agradecido.

Otra vez a arrendar un vehículo y empezar a rodar. Ya a la primera semana se sentía bien.

Camino a Vittel, Francia, Mackenzie recuerda el consejo de su padre. Y más que eso, a la persona que lo hizo interesarse en el golf, que le regaló sus primeros palos y lo convenció de que, como era un niño, debía usar palos de mujer. "Eso hizo que mi swing fuera tan reconocido", asegura.

En Vittel hizo historia. Ganó. Fue el primer chileno con ranking mundial y con un trofeo en la maletera se fue a Dijon, donde fue tercero, y de ahí a Fubine, en Italia, donde remató cuarto.  "Es la época más feliz de mi carrera deportiva. Ese era el paraíso para mí. Los jugadores hacíamos un grupo y salíamos a comer, jugábamos cartas, éramos futboleros y organizábamos pichangas", cuenta.

El último viaje de 1992 es al Bulles Laurent Perrier, en Francia. Mackenzie saca cuentas tras el volante. Está décimo en un ranking que da 10 cupos para el European Tour 1993 y el jugador que está 11º también va. "Era un ProAm, que jugué con tres mujeres que se portaron fantástico. Al final, empatamos en el segundo lugar (con su rival directo) y clasifiqué al European Tour 1993", rememora.

Una realidad muy diferente
Para enfrentar el tour grande habría más aviones y menos horas de carretera. Sin embargo, Mackenzie analiza que "no estaba bien golfística ni sicológicamente y me preparé poco. Cuando me vine a Chile no debí descansar, sino entrenar".

Pero eso no es lo peor. Del ambiente entretenido y familiar de la caravana de autos, "Roy Boy" pasó a una realidad en la que "si te pueden pegar un palo en la cabeza, te lo pegan. Nadie te pregunta nada ni les importas". Jugó nada menos que 17 torneos y volvió a Santiago. "Mis hijos me preguntan hoy si yo era de los buenos y les digo que sí, pero que no seguí jugando porque quería estar con ellos".

Tras arribar a Santiago, metódico como siempre, Mackenzie limpió sus palos, los puso en la bolsa, los cubrió y los guardó en la bodega. Nos los tocaría en 10 meses. No volvió jamás a jugar en Europa.

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