"Bueno, porque claramente no soy una monja", fue la respuesta, en broma, pero algo mosqueado, que Felipe Berríos del Solar (58) le dio pocos días atrás a un guardia del Hospital de Antofagasta. El sacerdote jesuita había acompañado a una mujer, para bautizar a su hija, pero, aparentemente, su vestimenta de overol azul y zapatos negros tipo bototo generó dudas. "¿Y cómo sé yo que usted de verdad es cura?", era la pregunta de la persona de seguridad.

Hace poco más de un mes, el 4 de enero, Berríos se instaló en el campamento La Chimba, de esta ciudad, considerado uno de los más grandes y pobres de Chile. Primero fue en un container acondicionado. Este jueves, sin embargo, se mudó a su mediagua definitiva, en el sector llamado "Luz Divina". No porque quede junto a la capilla María Acoge, sino porque, hace años, fue  el primer lugar de la toma con electricidad. "Yo estoy feliz, la gente es tremendamente generosa. Ellos martillaron y me armaron esta casa, y, salvo el lavaplatos y el refrigerador, me consiguieron todos los muebles en el mall, como llaman al vertedero que tenemos aquí al lado, de donde reciclan cosas", cuenta el sacerdote, a quien La Tercera aborda mientras camina con el mismo overol azul del hospital. "Es cómodo y fácil de lavar", dice riéndose.

Su casa es como todas las del sector: mínima, calurosa, con no más de siete metros de frontis, un baño con la cortina sujeta por alambres, un living-cocina y una pieza, en la cual Berríos acomoda un televisor antiguo. Afuera, tierra. Y el agua, de copa, no es potable. Para beber tiene un dispensador. Como sea, él se declara contento: "Aquí la gente es inspiradora, sobre todo las mujeres. ¡Cómo luchan, cómo se las arreglan para tener a sus niños limpios! En esta zona hay trabajo, tienen cosas, pero eso no significa que no sean pobres".

¿Cuánte gente vive en este sector?

Cerca de 82 familias: 15 son chilenas. El resto, peruanas y bolivianas.

Y, ¿lo conocían?

Mi idea era venirme callado, pero no se pudo. Muchos me ubicaban como "el padrecito de la tele".

En 2010 usted fue a Africa y vivió en Burundí y El Congo. Tras su regreso, ¿por qué se vino a este lugar?

Lo reflexioné en Africa. Aprendí algo de suajili y estuve junto a personas muy pobres, pero vi que no sabía nada de mapudungún ni había vivido con nuestra gente necesitada. Era una deuda y un deber. Pensé en un campamento de Puerto Montt y en éste. Le pregunté tres veces a mi superior provincial. Siempre me dijo que no, hasta que se lo pedí por escrito. Para mí es un privilegio.

¿Se puede comparar la pobreza de El Congo con ésta?

Son dos mundos muy distintos.  La de allá es una pobreza humana y material muy extrema. No tienen ni basura, porque no hay consumo de nada. Son personas que quedaron fuera de la historia. Acá, en cambio, tienen más cosas, pero también es más doloroso y frustrante, porque ellos tienen claro las oportunidades y la vida que como sociedad les negamos.

También ha recibido críticas por vivir aquí, para llamar la atención.

Ojalá lo haga sobre esta pobreza. Esa crítica es antigua. Habría que preguntarse por qué Jesús nació en un pesebre pobre y no en Roma, en el centro del mundo. Eso es no entender el mensaje del Evangelio, que llama a trabajar por los pobres. Mi vocación de sacerdote me dice que éste es mi lugar, con ellos, tratando de ayudar.

Según la Encuesta Casen 2013, que se acaba de entregar, Antofagasta es la urbe con menos índice de pobreza: 3,2%, frente al 12,8% de país.

Claro, y se dice que aquí el ingreso per cápita es de US$ 37 mil. Eso significa que hay mucha desigualdad. Antofagasta es una ciudad tremendamente cara. Hay arriendos, de piezas 3x3, de $150 mil. No hay dónde enterrar a las personas que fallecen, porque un nicho vale $600 mil y nadie los tiene. En este sector el dinero no alcanza. Me gustan los cambios que se le hicieron a la Casen, y la tendencia es que en Chile disminuye la pobreza, pero aún tenemos mucha desigualdad. Dentro de eso, el caso Penta y el caso Dávalos muestran un problema de Chile.

¿En qué sentido?

Desde que volví me ha llamado la atención una sensación de abuso, de que abusan de ti, que se parece percibir a todo nivel. Las farmacias, las multitiendas, los negocios. Y creo que la máxima expresión son los casos Penta y Dávalos. Hay una codicia tremenda que atraviesa a la sociedad chilena. Las cosas se hacen con pillería, con trampa. Se usan influjos, contactos, para ganar la mayor cantidad de plata en poco tiempo. No importa si daño a la confianza pública, a las instituciones o a particulares.

¿Cree que son hechos puntuales?

Me parece que los casos de Penta y Dávalos tienen algo en común: la codicia, el deseo de tener más a costa de cualquier cosa, más allá de que sea legal, ilegal o un "descuido", como dicen ahora. Uno se pregunta por qué gente que ya tiene dinero, posición,  una vida confortable, quiere más y más. Eso a veces puede llevar incluso al abuso. Estos son hechos mediáticos, pero tampoco nos podemos esconder en ellos, porque todos tenemos nuestro Penta chiquitito, cuando no pedimos la boleta para pagar menos, cuando no le hacemos contrato a la señora que nos hace el aseo. Así que ojo, porque no son sólo los casos pillados. Es la actitud del país lo que a mí más me preocupa.

Pero, ¿le molesta lo que ha ocurrido en la esfera pública?

En mi plano sacerdotal, yo creo que tenemos que hablar menos de ciertas faltas o de la moral sexual, porque a veces estamos obsesionados con eso, y dejar más en claro que lo que a Dios más le duele es la injusticia.

El Papa ha condenado malas prácticas, dentro y fuera de la Iglesia...

Mira, yo siempre he sido escéptico con esto de la "papolatría", de idolatrar a los papas. Con eso les hacemos un daño tremendo. Pero, ciertamente, el Papa Francisco me ha hecho vibrar. Ha dicho cosas concretas y está invitando a una Iglesia más sencilla y cercana  a los pobres.

¿Se reflejan esas ideas en Chile?  

Está la Iglesia común y corriente, la del cura que acompaña a celebrar misas y lleva el Evangelio como una liberación espiritual y social. Y choca contra otro aspecto de la Iglesia,  más formal y pendiente de lo doctrinal, de la institución, que no es malo, pero que a veces es demasiado obsesivo con eso y poco cercano. Pero esa Iglesia cercana sí existe.

Finalmente, ¿supo qué pasó con las declaraciones suyas, y de los sacerdotes José Aldunate y Mariano Puga, que fueron llevadas al Vaticano? 

No, no tengo ninguna idea de lo que pasó. De la jerarquía de la Iglesia no he recibido nada, ni formal ni informal, ni yo ni el provincial (jesuita, Cristián del Campo). Sólo lo que se publicó (en la prensa), que sostenía que el Nuncio dijo por escrito que se nos estaba investigando en Roma.

¿Está tranquilo con este tema?

Muy tranquilo. El trabajo del sacerdote es estar metido con la gente, hacer que el Evangelio sea una buena noticia y no una carga más de las que ya tiene. Y en eso estoy. Lo otro, la verdad, me tiene sin cuidado.

Usted suele diferir de la opinión del cardenal Ezzati...

Él es el jefe y hay cosas que son opinables. Tiene todo el derecho de no estar de acuerdo con mi opinión, como a lo mejor yo no estoy de acuerdo con otras opiniones. Pero no somos cabros chicos, hay un derecho canónico, deberes y derechos. Lo importante es que uno no se mueva de su misión sacerdotal. En eso estoy y me ha apoyado la Compañía (de Jesús). También hablé con el obispo de Antofagasta, Pablo Lizama, y está muy contento con mi presencia aquí.

¿Está de acuerdo con la discusión sobre el aborto en ciertos casos?

Sobre ese tema no me referiré.

La reciente aprobación del Acuerdo de Unión Civil (ex AVP), motivó críticas desde sectores religiosos.

Yo creo que el Estado chileno tiene que ser un Estado Laico. Y laico no significa antirreligioso, sino al contrario. Es una estado donde se desechan los banalismos y se pueden expresar más libremente las personas. Y la Iglesia lo ha ido entendiendo así.