Salar de Uyuni: La joya de sal en su mejor temporada
<img style="padding: 0px; margin: 0px;" alt="" src="https://static-latercera-qa.s3.amazonaws.com/wp-content/uploads/sites/7/200910/550385.jpg" width="81" height="13"> El más grande salar del mundo está en su mejor época del año para ser visitado ya que en verano las lluvias lo inundan. Una zona única en la cima de Sudamérica, que hasta el cine y la publicidad le han sacado partido.
Cuando Neil Armstrong vio la Tierra desde el Apolo 11 no fue la Gran Muralla China lo que apreció antes sus ojos, fue el Salar de Uyuni. Una destellante mancha blanca de 12 mil km2 que el astronauta se comprometió a visitar tras su odisea espacial.
Y Armstrong llegó hasta el altiplano, a casi cuatro mil metros de altura, uno de los lugares más planos del mundo, donde, incluso, se puede observar la redondez de la Tierra, con un escenario interminable, donde la vista confunde el cielo con el suelo.
Esta es la mejor época para visitarlo. Entre julio y noviembre, el salar de Uyuni deja de soportar las lluvias del invierno boliviano y los días despejados permiten conocer todos sus rincones. Es la época en que se permite también el paso de cámaras, micrófonos y todo el equipo de filmación de películas y spots publicitarios. En el caso de los comerciales, muchas son las compañías, como Paceña, Bud Light y Lays, que han apostado por esta locación, jugando con las perspectivas y con el fenómeno visual que ofrece el salar, lo que potencia aún más su producto.
A este escenario natural se le suman grandes atractivos en los alrededores, especialmente aquellos concentrados en la Reserva Eduardo Avaroa, territorio de 714 mil hectáreas que protege una zona maravillosa del Altiplano y que a partir de estas fechas recibe más de 50 vehículos diarios.
El centro de operaciones de toda expedición es el pueblo de Uyuni, a 22 km del salar. Desde aquí salen los tours (la única forma autorizada de visitar el salar) y abundan las agencias, aunque también se pueden contratar en La Paz, distante a 546 kilómetros. Uyuni fue un importante centro minero del que resaltan la antigua aduana, el correo y la alcaldía, ubicada junto a la Torre del Reloj.
LA SAL DEL MUNDO
Con los primeros rayos del sol, los 4x4 aparecen en el salar. Enormes montañas rodean el paisaje, encabezadas por el volcán Tanupa. El acceso es por la localidad de Colchani, punto neurálgico del proceso de elaboración de sal que se estima en 64 mil millones de toneladas, la mayor reserva del mundo. Una faena que se remonta a tiempos precolombinos, cuando los llameros aimaras cargaban de sal a sus camélidos, cruzaban el salar y caminaban por semanas para intercambiar su producto. Esta dura realidad fue llevada al cine en El Regalo de la Pachamama, coproducción boliviana-japonesa que ganó el Premio de la Audiencia del Festival de Cine Latino de Nueva York y el de la Crítica en Ecuador. La película, hablada en quechua, relata las aventuras de estos llameros desde la mirada de un niño.
Recorriendo la mancha blanca por casi una hora, emerge la Isla del Pescado. Le dicen así por la silueta que proyecta cuando el salar es cubierto de agua por las lluvias estivales, transformando al salar en un gigantesco espejo, donde el cielo, las nubes y las montañas se reflejan perfectamente. Todo un espectáculo que, sin embargo, impide aventurarse por el lugar, ya que el agua crea pantanos donde es fácil quedarse estancado.
Al iniciar el ascenso a la isla, cactus de 10 metros se levantan en este oasis en medio del desierto. Tras media hora de caminata se llega a la cumbre, desde donde se obtiene una vista de 360° que permite apreciar la grandeza de este desierto blanco.
Fue quizás esta misma vista la que impactó al director español Mateo Gil, que incluyó locaciones del salar en la película que acaba de filmar en Bolivia. Blackthorn es un western con Eduardo Noriega (Abre los Ojos) y Sam Shepard (El diario de Noa) que cuenta la historia del legendario Butch Cassidy.
Tras otra hora de viaje, aparece el Hotel de Sal, construido totalmente con bloques de este material y donde se suele almorzar.
Abandonamos el salar al atardecer, cuando una fiesta de colores envuelve el entorno: el sol rojizo se funde en blanco y el cielo se tiñe de naranjos y violetas, hasta que sombras negruzcas lentamente se van convirtiendo en un cielo estrellado.
Al día siguiente, recorremos 60 km hasta la Reserva Eduardo Avaroa. Lo ideal es recorrerla al amanecer, por lo que alojar cerca de la entrada es una buena opción. El lodge ecológico Tayka (www.taykahoteles.com) está a 20 minutos de la primera parada: el Arbol de Piedra, una roca con forma vegetal que destaca entre un conjunto de piedras volcánicas que moldean distintas figuras en medio del desierto de Siloli.
A la media hora aparece la laguna Colorada, que postuló a ser una de las Nuevas Maravillas del Mundo, gracias a un paisaje marcado por sus aguas naranjas, el verdor que la rodea y una gran cantidad de flamencos y camélidos. Al poco andar aparecen los géiseres de Sol de Mañana. Un área con una intensa actividad volcánica que se manifiesta en docenas de fumarolas que expulsan vapores de agua hasta 10 metros. Una experiencia que merece ser apreciada, pese al frío bajo cero reinante y lo difícil que se hace caminar a 4.850 metros de altura.
Ascendiendo unos minutos por un camino que permite el paso sólo por estas fechas, la vegetación va desapareciendo y el paisaje se va rodeando por las cumbres que separan Bolivia, Chile y Argentina. Destaca el volcán Licancabur, muy apetecido entre los andinistas que llegan a escalar sus 5.868 metros. A sus pies se encuentra la Laguna Verde, cuyo color se debe al alto contenido de magnesio.
Es un entorno desolado, pero de gran belleza, que invita a contemplar cómo el silencio del altiplano continúa imperturbable, pese a la llegada de la temporada alta.
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