Imitaba sus pasos, su movimiento pélvico, su descontrol escénico. Pero Sandro fue mucho más que el "Elvis latino", que el mejor remedo tercermundista del "Rey del rock". El hombre al que ayer venció una quinta operación derivada de sus problemas cardiopulmonares fue el primer rockstar de esta parte del mundo. Uno que se creyó el cuento como ningún otro, que llegó a cantar hasta en el Madison Square Garden, de Nueva York, y que fue levantado por nuevas generaciones de músicos que vieron en él a un tipo irrepetible.
Como buen personaje legendario, como buen chico de barrio para el que la música lo fue todo, a Sandro lo salvó el rocanrol. Decía que "gracias al rock" había dejado "las calles, las navajas y las cadenas, y agarré una guitarra. Dejé la chaqueta de cuero y las pandillas. El rock me salvó de que fuera quizás un delincuente" y por eso es que se tomaba este asunto tan en serio.
Partió con Los de Fuego, pero al poco tiempo -en 1963- hubo que rebautizar el grupo como Sandro y los de Fuego. Y claro, lo de Elvis era muy evidente, pero Sandro era incluso más explícito, más explosivo, más sexual. De ahí lo de su fan club y de sus nenas que le tiraban ropa interior al escenario. Algo nunca antes visto por estos lados. Sandro, el "gitano" (apodo que heredó tras su papel en la película del mismo nombre, lanzada en 1970), se convirtió en un ídolo, quizás el primer gran ídolo latino. En Argentina, sólo comparable al fervor que genera Carlos Gardel y, en el resto del mundo, un nombre al que nadie pudo disputar seriamente su estatus del cantante latino más popular.
A pesar de que terminó cantando baladas, su impronta escénica era tan potente que fue todo un referente para los rockeros que venían.
Charly García lo rescató para Tango 4 (1992), su proyecto con Pedro Aznar, y en una notable versión de Los Shakers llamada Rompan todo. Ahí quedó claro que el "viejo", ya algo achacoso y todo, aún se la podía. Seis años después apareció Un disco de rock, álbum tributo de la comunidad rockera latinoamericana (desde Attaque 77 hasta Molotov), donde también participaban los chilenos Javiera & Los Imposibles con una lectura de Así.
Pero Chile conoció antes del fenómeno de Sandro: en los 60, cuando el argentino empezó a girar con los de la "Nueva Ola", como Peter Rock, Gloria Simonetti, Luis Dimas y fue trenzando amistades y una popularidad que lo llevó al Festival de Viña del Mar en 1968 y 1975, en una actuación recordada por el fervor que despertó en el público de la Quinta Vergara.
Los estelares de la televisión fueron la última plataforma local donde se pudo ver al "gitano", ya maduro, dando cuenta de un genio como pocos. Se buscó su retorno a la Quinta Vergara en 2001, 300 mil dólares mediante. Pero Sandro declinó. Prefirió pasar en Banfield y esperar que cambiara su suerte. Algo que finalmente nunca pasó.