-¿Por qué no trataron de apagar casas que se podían haber apagado! -se queja Emelina Valdés una tarde de sol en la entrada de Santa Olga.
-A mí me podrían haber salvado, pero qué hicieron: nada. No salvaron nada -reclama la comerciante, que sigue trabajando en el poblado a pesar de que vive a diez minutos.
Dice Emelina, mientras prepara completos en un quiosco, que gracias a "la gente de otras partes de Chile" puede comer y vestirse, que todavía no puede recuperar lo que perdió, que el gobierno no la ayudado "ni siquiera" a reconstruir su casa.
-Me dijeron que porque teníamos dos casas en Constitución, las que arriendo y me permiten pagar las cuentas y los estudios de mis hijos -cuenta golpeando la voz, mientras asegura que ella, tal como la mayoría en esta zona del Maule, lo perdió casi todo a causa del fuego, incluyendo su local y algunos chanchos, gallinas y vacas.
Siguiendo la carretera que une a Santa Olga con San Javier, a diez minutos de caminata está la vivienda de emergencia del matrimonio de Edita Loyola y Omar Sandoval. Una mediagua levantada justo al frente de lo que fue su antigua casa, hoy calcinada y deshabitada.
-Mi mami hace un rato estaba mirando su casa y se puso a llorar. Hemos pedido que la vengan a demoler, pero no han hecho nada. Es inmenso lo que ha pasado acá -dice la hija de ambos, que está de visita y pide reserva. Me dice que oculte su nombre, que la haga invisible: una vez por semana miente en su trabajo para viajar las dos horas que separan Curicó de Santa Olga, el pueblo donde creció, para poder asistir a sus padres.
-Ellos son prioridad, pero en este proceso no lo son -reclama.
Edita y Omar son dos adultos mayores, él, desempleado, ella, con problemas para caminar. La pareja, que tiene domicilio en Nueva Esperanza desde mayo del 73, vivió una vida dedicada a la explotación forestal en esos verdaderos bosques medievales cerca de Talca, una casa que hoy está en ruinas, quemada, donde vieron crecer a sus hijos.
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Hay, en algunos casos, un componente emocional en la decisión de quedarse.
También hay desencanto.
-Vino mucha gente después del incendio -dice Emelina-. Muchos vinieron a ayudar, otro tanto a mirar y otros a aprovecharse. Esos recibieron beneficios, hicieron las fichas y se fueron con el millón que les dieron.
-Acá nos quedamos unas cincuenta familias y sobrevivimos porque es harta la solidaridad. Pero los problemas también son hartos: no hay luz hace meses y hay un problema grave con el tema del agua. Además, ahora en invierno donde no hay árboles el viento pega más fuerte -agrega la dueña del "restaurant, almacén y residencial El Flaco".
-Vino mucho canal de televisión a hacer su show, a hacer campañas, a decir: tenemos las casas listas. Pero eso ¿dónde está? -reclama la hija del matrimonio de Edita y Omar. -Tengo entendido que Maluma donó el ciento por ciento de su show pero tú vienes acá y no ves nada. Esto fue un circo, una búsqueda de quién tiene el mejor rating, el caso más dramático. Para mí la televisión es un concurso por quien pica más chica la cebolla para que la gente llore. Ahora, para los temporales, a mis papás se les voló el techo de su casa, pero ni se dieron cuenta. Ellos creyeron que tenían goteras. Menos mal que mi esposo pasó a verlos y lo reparó.
Relatos como el de Emelina y el matrimonio de Omar y Edita se repiten al otro lado de la carretera que une San Javier y Constitución, en el lado opuesto de Los Robles, la principal arteria vial de Santa Olga, donde hoy figura la reconstrucción. Son los habitantes de una decena de viviendas de emergencia —40 familias según el Minvu— las que dan cuenta de Los Aromos y Nueva Esperanza, esas pequeñas localidades que comparten la tragedia de haberlo perdido todo por el avance del fuego.
-Yo conversé mucho con el Desafío Levantemos Chile, pero me dijeron que la prioridad era allá al frente -dice resignada la hija-. Es complejo. A lo mejor para los autoridades se trata de números y plata, pero para nosotros es gente, es pena, es frío, es dolor.
Los números de la reconstrucción
Fue la propia ministra del Minvu, Paulina Saball, quien anunció a fines de enero pasado que el proyecto de reconstrucción de Santa Olga contemplaría nuevas viviendas para los afectados. Casas de más de 56 metros cuadrados, calles pavimentadas, alcantarillado y grifos por un monto de más de ochenta mil millones de pesos.
-Hemos dado atributos urbanos a una zona que era eminentemente rural como Santa Olga -complementa en terreno el seremi de la cantera, Rodrigo Sepúlveda.
A seis meses del incendio, en un recorrido por el poblado, Sepúlveda explica a La Tercera que además las familias beneficiadas serán dueñas de los títulos de las nuevas propiedades.
-Les vamos a construir casas de 1100 UF, o sea viviendas de 30 millones de pesos -dice la autoridad.
En total, el Gobierno ha entregado más de 990 bonos de acogida y transición y unos 50 subsidios habitacionales a los afectados. Se espera que en 2018 estén habilitados el colegio, la posta y los bomberos de Santa Olga, de manera de comenzar a habitar las más de 300 nuevas viviendas anunciadas.
Durante su planificación, el Minvu estudió los grupos de familias existentes previo al incendio de Santa Olga, dividiendo entre "quienes pueden iniciar ahora su construcción, aquellos que no tienen regularizados sus títulos y están en zonas de riesgos y, también, con quienes tienen que esperar el inicio de las obras de urbanización".
-Estos grupos de trabajo con los dirigentes van a ir posibilitando y viabilizando que la emergencia no nos nuble la vista: queremos que lo definitivo sea de mejor estándar. También queremos asegurar que las medidas de transición sean adecuadas a las familias, es decir, instalar viviendas de emergencia en la casa de un familiar, bono de acogida si es que se puede o bono de arriendo -dijo la ministra en febrero pasado.
Ahora, ¿qué pasa con la gente que se quedó en Santa Olga?
-Son cuarenta familias que construyeron en base a su esfuerzo propio, que no tienen ninguna norma, no tienen ningún permiso y no tienen recepción -explica el seremi Sepúlveda-. Hay una señora que arrendó un pedazo de terreno para diez familias que se instalaron con diez mediaguas, pero no quieren salir de eso. Los propios dirigentes te dicen "bueno, déjenlos, nosotros no podemos hacer nada por ellos". Pero son cuarenta de cinco mil que vivían en esta zona.
-En Los Aromos hay máquinas de obras públicas porque en ese lugar los desniveles del terreno son brutales -aseguró la ministra Saball en entrevista con La Tercera.
-Se han ido rebajando los terrenos, cuestión que nos va a permitir reconstruir y recomponer las viviendas en los sitios que las personas tenían de una manera que sea plausible -dijo la autoridad.
-Lo que ha demorado el asunto es que el terreno es complicado de reconstruir -dice el seremi Sepúlveda que aporta un dato clave a la discusión: la mayoría de la zona está construida sobre materia fecal.