La estridente sirena de un carro de bomberos es suficiente para el frecuente flashback de un niño de 4 años. "¿Te acordai cuando nos quemamos y se perdieron la casa y las fotos?". La pregunta va dirigida a su madre, Giovanna Carrasco (36), cada vez que el vehículo anuncia su rumbo hacia un incendio.
Carrasco, paciente, le dice cada vez que sí, que se acuerda. Es por esa imagen que desde hace dos meses su hijo menor, junto al de 10 años, van juntos a visitar a un psicólogo para conversar, principalmente, sobre el incendio que azotó la noche del 25 de enero a Santa Olga, el día en el que perdieron absolutamente todo. "Los niños están traumados, se nota en su comportamiento: están violentos, hiperactivos y ante cualquier cosa se asustan", dice la mujer, a casi seis meses de la catástrofe.
Los temerosos no son solo ellos. Los 500 alumnos del colegio Enrique Mac Iver de Santa Olga, hoy emplazado temporalmente en Constitución, pese a la distancia, siguen reviviendo los episodios de la tragedia.
Según Lía Bravo, inspectora general del recinto que antes funcionó como refugio temporal para los animales heridos y abandonados tras el incendio, "cuando pasa la ambulancia la mayoría de los niños gritan asustados: '¡Incendio, incendio!'". Ellas les piden control, aunque padecen juntos el miedo.
Desde ocurrida la tragedia, la agrupación Cobijo para Chile consiguió que los niños, funcionarios y apoderados del establecimiento fueran a terapia psicológica los sábado. "Fue bueno, pero es lo que uno hubiese esperado del gobierno, porque los niños cambiaron y nosotros también", dice Mónica Valdés, funcionaria y apoderada del recinto.
La situación de movilidad y adaptación de los niños es la misma que han sufrido las más de 300 familias que habitaban en Santa Olga y lugares aledaños al pueblo. Hoy ellos se encuentran, en su mayoría, arrendando habitaciones y propiedades en Constitución y San Javier gracias al bono de $ 200 mil otorgado por el Ministerio de Interior.
"Ahora todo cuesta ese precio, hasta lo más austero. La gente se aprovechó", dice Carrasco. Pese a todo, como una forma de atender a los niños, las docentes del Liceo Mac Iver les preguntan seguido si es que quieren volver a Santa Olga. "¡No!", responden ellos.
Camino a la urbanización
Cerca de 40 familias damnificadas se quedaron en carpas, viviendo en las zonas afectadas por el incendio. Ellos han visto desde cerca la metamorfosis que ha sufrido el sector y que tras la tragedia solo parecía un basural de escombros con olor a humor.
Desde entonces, la calle principal, Los Robles, aloja gran parte de las primeras estructuras de las 65 casas que se están construyendo en el lugar. Sobre ella también se ven maquinarias que nivelan el suelo y que pretenden terminar con las pesadas caminatas que marcaban los días en la loma que cobija a Santa Olga.
"Ha sido un trabajo súper profundo desde los servicios públicos, porque hemos tratado de darle atributos urbanos a una zona que era completamente rural", dice el seremi de Vivienda y Urbanismo, Rodrigo Sepúlveda.
Urbanizar la zona tiene que ver con habilitar el servicio de agua potable, alcantarillado, electricidad e iniciar un plan de pavimentación que esperan esté listo en septiembre, según indica la ministra de Vivienda y Urbanismo, Paulina Saball.
Sin embargo, la probabilidad de habitar las viviendas de aquí a fin de año es escasa. Si bien las autoridades aseguran que Santa Olga tendrá una nueva cara, y que en septiembre habrá 30 casas habilitadas, la reconstrucción total del territorio dificulta los plazos.
El Liceo Enrique Mac Iver todavía no empieza a construirse en su lugar de origen, tal como ocurre con el cuartel de bomberos y el Cesfam de la zona. Además, es justamente en septiembre cuando se espera dar luz verde al suministro de agua y electricidad. Antes de eso, no es posible siquiera intentar vivir en el pueblo.
La espera es tediosa para los habitantes. Por lo mismo, dirigentes de la zona se reúnen una vez por semana con autoridades regionales para ver cómo van los plazos y avances de la reconstrucción. "Nos han involucrado harto", dice Lía Bravo, quien también es delegada municipal de Constitución.
Pero la urgencia sigue patente. "Se hace largo esto. Recibí el bono de un millón para enseres, recibo el bono de arriendo y tendré casa, pero necesito tenerla pronto. A diferencia de mis hijos, yo sí quiero volver a Santa Olga, y pronto", asegura Carrasco.