Una noche en febrero pasado en que cayeron rayos en Santiago Elisa Morice (25) subió a tirar su anillo de novia al Camino Huinganal, entre La Dehesa y Lo Barnechea, a mil metros de altura en el "mirador de los Ewoks", llamado así por esa especie de osos panda desgarbados que habitaban en palafitos en La guerra de las galaxias. Los relámpagos parecían a punto de romper el parabrisas. Mientras su anillo volaba a perderse contra el mar de luces de Santiago, recordó que todos los carretes universitarios los terminó ahí y por eso tuvo esa melancolía de volver a cerrar un ciclo o algo así. "Y ahora que lo pienso" -dice- "me podría haber caído un rayo. Pero no: un rayo está destinado a uno, o no está". Como los novios.
Félix Hadad, productor audiovisual de 30 años, recuerda que lo bautizaron así, mirador de los Ewoks, porque era una calle pavimentada que sin explicación terminaba en una serie de terrazas como palafitos de cemento que todos asociaban a la saga galáctica. "Muchos jóvenes santiaguinos apenas hace dos años terminaban o empezaban la noche en ese mirador". Y recuerda, como si fuera un pasado remoto: "Entonces Huinganal era sólo una calle y abajo se veía Santiago completo. Un mar de luces". Desde el 2010 la primera vista del mirador, son techos.
De hecho en febrero, para arrojar su anillo por el barranco, Elisa tuvo que inventarle un pretexto a un guardia de seguridad del nuevo condominio Parque Sur que construyó toda la terraza natural. El "pie de monte", como llaman los arquitectos al borde cordillerano de la ciudad, está quedando ciego por las nuevas construcciones en altura. Desde el 2006, cuando se subió a 1.000 metros la altura máxima para construir en Santiago, "la plusvalía de los terrenos altos se triplicó y a su vez se copó", dicen en Larraín Propiedades, inmobiliaria con proyectos en Lo Barnechea y Vitacura. "Una propiedad a pie de monte con vista a la ciudad cuesta un 30% o 40% más fácilmente. ¡Y ya no quedan!".
Parque Sur -el ex mirador de los Ewoks- es uno de los sectores más altos de la ciudad. Abarca toda Las Condes, Vitacura, La Reina, Peñalolén y Santiago sur, hasta San Bernardo. Los cerros islas -San Cristóbal, Calán, cerro Colorado y otros- se ven realmente como islas en el mar de lumínico. Abajo, la costanera como un río amarillo. Desde ahí parte la ruta Avenida Paseo Pie Andino hasta Chicureo que también tiene vistas privilegiadas, pero no bermas para estacionar. El único mirador abierto que va quedando entre Lo Barnechea, La Dehesa y Lo Curro es el de Camino El Cóndor. Van autos de universitarios todas las noches. "Nadie se queja por el ruido" -dicen estos jóvenes usuarios- "solo llegan los "chanchitos" (seguridad ciudadana) a echar un ojo". La Municipalidad de Vitacura puso una barrera al precipicio y un cartel que dice "mantengamos limpio". ¿Y a pololear no vienen acá? Pregunto. "Noooo ¿Qué puede tener de romántico… eso?", contestan. Y claro, eso, Santiago, sólo parece un mar de luces y nada más. Pero luego admiten que para "eso otro", hay lugares más lejanos.
Porque todos y todas, alguna vez en la vida, verán su ciudad de noche, con o sin romance. Eso tiene que ver con algo que los sicólogos clínicos consideran parte del factor melatonina: una hormona nocturna que hace al cerebro descansar, pero a la vez liberar fantasías, ensoñaciones. Y quizás despierte algún atavismo primitivo, explica la sicóloga Kany Schönffeldt: "El ratón mirando su laberinto, su situación en el mundo, desde un ángulo no angustioso, sino emocional". Pero hay que apurarse, pronto se van a construir más casas en el camino El Cóndor "y chao vista gratis".
Pero la necesidad de liberar melatonina entre el volante y la guantera no se puede reprimir tan fácilmente. Sólo se ha ido más lejos: la curva 22 del camino a Farellones se llena los fines de semana. Llegan hasta 20 autos a la terraza que queda libre mirando a Santiago. La nueva calle pavimentada que lleva hasta la Universidad Adolfo Ibáñez en Peñalolén; el camino La Pirámide que sube desde la Universidad Mayor hacia la rotonda del Saint George, ambos lugares con una amplia vista de todo Santiago Norte, suelen tener muchos autos estacionados. La Municipalidad de Recoleta dejó el sentido sólo de subida precisamente porque algunos vehículos en el afán de mirar la ciudad se distraían y se estrellaban contra el borde peligrosamente. También puso basureros.
Pero la ceguera avanza rápido. En Las Condes, "recién" en 1995 las parejas estacionaban en un peladero llamado San Damián donde había una grúa de áridos abandonada. La twittera Patricia Cardemil recuerda que fue a esperar el cometa Halley en 1986 al mirador de Lo Curro, hoy un conjunto de departamentos: "Llegaron familias, parejas, estudiantes, con chales, café y mucha piscola. Era como ir a otro planeta". La espera fue larga. El ambiente se calentó y empezaron los gritos contra Pinochet: ¡Halley amigo, llévalo contigo! Igual aglomeración se juntaba en las terrazas próximas a la discoteca Caledonia y Casamilá en La Reina. A quienes no les alcanzaba para ir a los lugares pagados se estacionaban en Alvaro Casanova, la calle que bordea los cerros desde La Reina a Peñalolén. Hoy, está totalmente construida. No se ve nada. Lo único que recuerda el pasado glorioso de sus bermas es el apellido de galán de la calle.
Un guardia del Parque Metropolitano que lleva 40 años echando parejas desde los siete miradores del San Cristóbal lo piensa así: "Es como ver el mar en la ciudad. Tienes la música del auto y privacidad".
Cuenta que antes del 2000, dejaban a los autos tranquilos. Se vigilaba de lejos. Hubo varios accidentes por exceso de pasión. En una curva un auto cayó al vacío cuando pisaron el freno de mano. Fueron rescatados por Carabineros vestidos a medias. En otro caso de antología, un funcionario de riego hace una década descubrió un auto estrellado al fondo del barranco del camino Antilén. Adentro una joven con muchos días muerta. Unos vasos en el piso. Rastros de otra persona. Su novio o lo que fuera, había huido.
Ahora ya no se permiten autos en la noche en el Parque Metropolitano para evitar atracos; ni deambular más allá de las 20.45 horas. El nuevo director Bernardo Küpfer Matte me dice tajante: "Es un parque diurno, no nocturno". Antes el teleférico hasta las 22 horas también era un panorama.
Renca, Quilicura y Lo Prado también tienen su propio folclor de miradores en sus cerros solo para valientes. Sitios solitarios y de fama peligrosa: como el cerro La Cruz, en Quilicura, que mira a casi todo Vespucio Norte y que pese al símbolo religioso más parece un lugar de ritos satánicos por la cantidad de grafitis, botellas y restos de fogatas. Un club de motoqueros se reúne a menudo en la abandonada cuesta Lo Prado casi sobre el túnel homónimo. Y cerca de ahí queda siempre el panorama extraño del camino a Lampa al costado del aeropuerto: tres kilómetros de oscuridad iluminada por las luces de la pista, entre despegues y aterrizajes.