Sol LeWitt tiene la culpa. Desde que Agatha Ruiz de la Prada (49) conoció las pinturas murales con figuras geométricas de este artista estadounidense, que falleció en 2007, la famosa diseñadora española amasó secretamente la idea de hacer también un mural en un espacio público urbano. Es lógico: nada seduce más a esta catalana que llevar su impronta ahí donde haga falta un poco de color.
Por eso, "agathizar" es uno de los verbos que más conjuga. Y las ciudades que suelen pecar de exceso de gris, como Santiago, son el espacio perfecto para albergar el talento de esta creadora fanática del fucsia, los corazones, las flores y las estrellas.
Sin embargo, no fue ella quien tuvo la idea de hacer su primer diseño sobre muros, que inaugura el 23 de este mes en la salida del metro Bellas Artes. Fue en su equipo de perfumistas donde nació este proyecto, como una forma más de potenciar los diseños de los envases de sus fragancias. Especialmente su último emprendimiento: Oh La la!, un perfume de frescor cítrico, exuberante y sofisticado, cuyo nombre recoge el glamour de París, la ciudad donde Agatha tiene su segunda casa. "Para cualquier diseñador, París es el centro del universo", acota.
El proyecto implica también la creación de otros dos murales, completamente diferentes, que se emplazarán en forma casi simultánea en Buenos Aires y Madrid. En cada ciudad, artistas locales llevarán al óleo sobre cemento los diseños que Agatha ha enviado desde sus cuarteles generales en la capital española. La obra se protegerá con plantas, para evitar que los grafiteros hagan de las suyas. Luego, ella irá personalmente a estas tres capitales para afinar los últimos detalles de cada mural y celebrar su inauguración con bombos y platillos. Como corresponde.
Al teléfono desde su oficina, la diseñadora explica con su característica voz ronca: "La gente de mis perfumes se ha dado cuenta, y me alegro, de que la fuerza de mi mensaje tiene mucho que ver, desde el primer día, con mi obsesión por el arte. Entonces, me lo han dicho y yo contesté: ´¡Joder! Yo he soñado con esto, ¡me apetece mucho!´".
–Estarás muy contenta, entonces…
–Bueno, más o menos, porque nos hemos metido en un lío (se ríe). Un desfile es súper complicado pero como hago tantos, ya los tengo controlados. Lo mismo sucede con los perfumes: son de las cosas que menos esfuerzo me piden, porque tengo un equipo buenísimo. En cambio, como es primera vez que me meto en esto de hacer un mural, estoy entusiasmada, pero a la vez tengo miedo. Lo malo de este proyecto es que tiene un tiempo y es poco. Vamos a ver cómo nos salen y esperemos que sean fenomenales. Es muy bonito imaginarse este tipo de cosas; si quedan bien, el día en que estén terminados va a ser el más feliz de mi vida.
–¿Cómo será el mural que has diseñado para Santiago?
–Es una imagen muy Agatha, muy colorista, muy reconocible. A mí me gusta muchísimo la abstracción; no me atrae tanto el arte figurativo. Así ha sido desde siempre, porque no me parece que el arte tenga que contarte cosas, sino provocar algo. Nunca escucho las explicaciones. Hombre, si un día –de vez en cuando– un tío de muchísimo nivel me cuenta algo de una obra de arte, bueno. Pero si no, no. Lo que yo busco son sensaciones intensas. Algunos trabajos que he visto me han provocado emociones que han durado años en mí. Con mis murales, espero despertar sentimientos fuertes y positivos. Si tú te vistes de colores, te alegras muchísimo; si vas por la calle y ves un mural alegre, sonríes. Esa gotita de "buen rollo" es lo que quiero provocar.
–¿Y por qué en Chile?
–Chile es muy importante para mí porque ha sido mi puerta para entrar en el mercado latino. He viajado allá tres veces, pero han sido tan intensas que parece que hubiera estado tres años. Reconozco que, antes de ir a Santiago, no me había dado cuenta de la importancia que tiene América Latina.
MODA DE MUSEO
La relación entre Agatha y el arte es de larga data. Su padre, el arquitecto Juan Manuel Ruiz de la Prada, es un renombrado coleccionista de arte contemporáneo, descendiente de Eusebi Güell, el mecenas de Gaudí. De niña, Agatha creció entre obras de Picasso, Tàpies y Miró. Ya de adulta, fue amiga de Pedro Almodóvar y de los ya fallecidos Andy Warhol y el escultor Eduardo Chillida. Por eso, ama los museos en forma casi obsesiva. Cada vez que visita una ciudad, aunque esté en ella sólo por un par de horas y tenga una agenda sin espacio ni para respirar, se deja un tiempo para visitarlos. "Los museos me gustan una barbaridad; hasta a los malos voy", puntualiza. "Me atraen tanto los más tradicionales como los que muestran lo que se está creando hoy. Pero lo que de verdad me emociona ver es lo actual, la vanguardia".
En los años 80, cuando Agatha formaba parte del under madrileño y urdía los primeros puntos de su carrera, adquirió un hábito que se ha convertido en uno de sus sellos: mostrar ropa en museos y galerías de arte. Ahí, dice, se siente más cómoda y se divierte más. Pero no es porque estos lugares le ofrezcan más permanencia que una pasarela o le den más valor artístico a sus diseños. "Así como hay gente a la que le gusta leer y otra a la que no, a mi me gustan los museos y ya. ¿Qué por qué? Pues porque yo soy así, y cada uno es como es".
–Es sabido que quisiste ser artista visual, pero finalmente optaste por estudiar en la Escuela de Artes y Técnicas de la Moda de Barcelona. ¿Por qué?
–Yo creía que era muy difícil hacer un aporte en el arte, después de Picasso y tantos otros. Entonces, pensé que el mundo de la moda me proporcionaba una felicidad mucho más inmediata y que era una opción profesional más fácil. Me pareció que desde la moda podía hacer algo y en el mundo del arte, no tanto.
–Aún así, tu moda siempre ha sido vinculada con el surrealismo. Y tu presentación en Cibeles, en febrero, fue catalogada como un homenaje a Pollock, a Vasarely, a Mondrian. Pareciera que no puedes desvincularte del arte…
–Siempre he encontrado media facilota esa historia de Agatha y el surrealismo; Agatha y Alicia en el País de las Maravillas. Por eso, me había opuesto un poco a esta relación que los demás hacen y que me parece un poco evidente. Pero luego te metes y descubres que es divertidísimo. Me he dado cuenta de que he hecho miles de cosas surrealistas y que me sale muy fácil hacerlas. Y eso está muy bien.
–Tu propuesta va siempre por un carril propio, muy personal. ¿Te interesa conocer las tendencias en moda, por último para ignorarlas?
–Lo importante para mí es poseer un estilo propio. Eso lo tienes o no y es tu punto de partida para trabajar. Luego, lo divertido es ir adaptando tu estilo a las tendencias, sin dejar de ser fiel a ti misma. Para eso, necesitas apoyarte en un equipo. Yo no podría hacerlo sola. Y por supuesto que observo. Muchas veces lo hago y pienso: Dios mío, cómo alguien va a usar esa ropa. Pero, claro, otros dirán: ¿Cómo se pondrán estas flores de Agatha?
–Hoy dominan en las pasarelas los tonos neutros, como el beige, además del negro. Lo tuyo, en cambio, es siempre una explosión de color.
–Yo siempre digo que la moda tiene dos partidos (políticos): el del negro, un partido enorme que involucra a miles y miles de inscritos y simpatizantes, y otro más pequeño, pero importante: el del fucsia. Ahí ha militado gente como Yves Saint Laurent o Christian Lacroix, que también lo usa mucho, y yo. Hace tiempo decidí que el rosa mexicano, como se le llama en América Latina al fucsia, iba a ser mi color.
–También está marcando mucha presencia la moda ecológica. ¿Crees que es un fenómeno pasajero o estamos ante un cambio permanente?
–Quiera Dios que no se pase y se convierta en una cosa normal, como pasó con el feminismo. Ahora ya no hay que luchar por el voto femenino, pero en su momento las mujeres tuvieron que pelear a lo bestia por muchos años para lograr ese derecho.
–Me sorprendió enterarme de que el año ´95 lanzaste una colección de poleras con un mensaje a favor del cuidado de los árboles, algo que muchos están haciendo ahora, 15 años después.
–En ese tiempo yo militaba en el partido de Los Verdes. El interés por la ecología es algo que he heredado. Mi padre siempre me decía que no gastara agua, que apagara la luz, y escuché eso desde los tres años, entonces tengo estos principios metidos en mí total y profundamente. He visto en algunos sitios la luz prendida todo el día y es como si me clavaras un puñal. Sufro, me pone histérica que la gente haga ese tipo de cosas. Lo que pasa es que ahora las personas como yo están de moda.
De moda o no, está claro que el 2009 ha sido un año importantísimo para esta creadora que circula por Madrid en moto Vespa junto a una amiga ("me anda trayendo de paquete, porque no tengo garage ni en mi estudio ni en mi casa", dice), está casada con Pedro J. Ramírez, director del influyente diario El Mundo, y tiene en su casa una televisión tan sofisticada que no la sabe ni prender. Sólo en lo que va del año, presentó una exposición en el Museo La Psicine, en Roubaix, Francia, donde recibió más de 70 mil visitas; mostró en Milán una colección homenaje a Salvador Dalí; lanzó una biografía escrita por la académica Dolors Massot; montó desfiles en Malasia, Polonia, Marruecos y Croacia; lanzó su fragancia Oh La La! y recibió tres reconocimientos: la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes y el Premio Embajadora de la Moda (ambos españoles) y el galardón a la mejor diseñadora internacional 2009 en la Miami Fashion Week, donde también hizo un desfile.
"Cuando me dan tantos premios, no me queda otra que pensar que estoy viejísima", bromea. "Siempre que me dan uno, digo: qué barbaridad. Si te dan un premio, al otro día te dan dos ostias (golpes). No hay distinción que no venga con su qué. Por eso, aunque por mi personalidad me cuesta, hace algunos años que trato de ir de bajo perfil. Me he dado cuenta de que eso es lo inteligente. No ando dando tanta entrevista. Pero si me llaman de Chile, la doy".