En Delmas Principal, la avenida más transitada de Puerto Príncipe, cuatro cascos azules de la ONU empuñan sus fusiles mientras una turba de haitianos desiste de saquear un almacén. Pocas cuadras más allá, la policía local custodia la entrega de combustible en una estación de servicio. "Necesitamos ayuda", reza un letrero que se repite en varias zonas de la destruida ciudad.
Los haitianos se desesperan ante la escasez de productos básicos y la lenta distribución de la ayuda humanitaria. Nunca ha sido fácil ni seguro caminar por la capital haitiana, pero la crisis desatada por el terremoto ha agravado aún más el tema de la seguridad lo que llevó al gobierno a decretar estado de emergencia.
SAQUEOS
A escasos metros del palacio presidencial, rescatistas chinos acaparan la atención de los haitianos. Provistos de perros, los expertos asiáticos se confunden con los escombros de un derrumbado edificio en busca de desaparecidos. Aprovechando esa situación, un grupo de jóvenes deshuesa un vehículo atrapado bajo la losa de una casa. Las puertas del auto son las más apetecidas: se convertirán en las típicas piezas decorativas de metal que se venden en el camino cercano al derrumbado Hotel Montana, asegura un chofer de moto haitiano en un imperfecto español.
Los saqueos se han intensificado, como también los ajusticiamientos populares a los saqueadores. Los haitianos acostumbran a tomar la justicia por sus manos. "Les amarran con alambres los brazos y se los aprietan hasta romperles los huesos. Después lo hacen con los pies", afirma un efectivo de la Misión de Estabilización de la ONU en Haití (Minustah). "A continuación, los matan a machetazos", agrega el militar, quien asegura haber visto más de un linchamiento.
La violencia aflora con facilidad. En un recorrido a los albergues establecidos en el parque ubicado al frente del Palacio Presidencial, los niños haitianos persiguen a los reporteros gráficos de medios extranjeros para que les tomen fotos. Pero los adultos no comparten muchas veces esas prácticas. "No foto, no foto", grita un enfurecido haitiano, mientras enseña desafiante su machete a un grupo de periodistas extranjeros.
SACANDO PROVECHO
Pero no todos los haitianos son violentos, saqueadores o se quedan sentados a la espera de ayuda humanitaria. Fan Fan es un haitiano que se dedica a trasladar pasajeros en su moto china. En condiciones normales su tarifa promedio es de US$ 3 a US$ 5 por viaje dentro de Puerto Príncipe. Para el joven de 25 años el terremoto ha representado una oportunidad de hacer dinero. Aprovechando la necesidad de transporte de la prensa extranjera en la capital, Fan Fan no se complica en elevar el costo de sus servicios a casi US$ 100 o más.
Estas sumas representan un pequeño tesoro para los haitianos. Según efectivos de la Minustah, un dólar norteamericano representa, en términos de poder adquisitivo, el equivalente a unos 4.000 pesos chilenos. Y en Haití se las pueden arreglar con bastante menos. Por eso, ganar US$ 100 representa el sueldo de un par de meses, por lo menos.
Pese a la tragedia, los haitianos no pierden su sonrisa ni su fe. Mientras muchos de los albergados frente al palacio presidencial deambulan por los puestos de ventas de celulares, de jugos de frutas tropicales y de salchichas fritas dispuestos en el lugar, otros saltan y repiten las oraciones de predicadores de la Iglesia Rey de Reyes, que desde una camioneta a un costado del albergue, llaman a sus fieles a no perder la fe pese a las tragedias.
Esta es la tónica que reina en Puerto Príncipe, a casi una semana que la capital de uno de los países más pobres del mundo terminara convertida en escombros.