"Entre los 7 y los 10 años viví encerrado junto a mi familia en un búnker a oscuras y los ruidos de las explosiones a veces no nos dejaban dormir", cuenta Petar Miceli, sin dramatismos forzados y como si nada pasara, mientras prende el primer cigarro de una segunda cajetilla. Miceli tiene 31 años, nació en el Sarajevo perteneciente a la ex Yugoslavia y hoy se dedica a hacer visitas turísticas en los puntos que él cree son los más interesantes de su ciudad.
Mientras su Fiat Palio rojo del 2005 sube con esfuerzo entre los cerros que rodean la capital de Bosnia, la historia de infancia del guía impacta al grupo de visitantes, pero éste trata de recuperar el ánimo con una broma, u ofreciendo otra ronda de latas de cerveza que todos toman como si la excursión fuera un paseo universitario.
Porque el pasado de Sarajevo es duro, y aunque la ciudad hoy se muestra casi en su totalidad reconstruida y tan digna como sus 420 mil habitantes entre los que hay musulmanes, ortodoxos y católicos, es imposible no impactarse al ver casas aún destruidas, o las ruinas de un hotel que en su momento fue de lujo y que ahora es lienzo para grafiteros. Menos si te cuentan que entre 1992 y 1996 la ciudad fue sitiada por milicias serbias, quienes buscaban impedir su independencia.
Estos, con mayor poderío militar, aprovecharon la geografía de la ciudad para atacar desde lo alto en un afán de mantener un imperialismo que se caía a pedazos y también de lograr una sangrienta "limpieza antimusulmana". Y para lograrlo buscaron la rendición de toda la ciudad la que tuvo que aguantar entre otros hostigamientos, el corte total del suministro de agua y luz por más de dos años.
Pero la guerra terminó por fortalecer el carácter de Sarajevo, y cómo no, si pese a la adversidad de los tiempos difíciles, los bosnios lograron finalmente su independencia, resistiendo a punta de organización ciudadana, de la cual surgieron las ideas más creativas, como un túnel clandestino que infiltraba víveres de primera necesidad y la generación eléctrica en base a motores de autos y camiones, la cual servía para alumbrar hospitales y hacer funcionar las radios que traían noticias de afuera, mezcladas entre los últimos hits de Nirvana y Pearl Jam.
La comida también comenzó a producirse en casa, en huertas urbanas regadas con agua de lluvia y con el cauce del tímido río Milijaka que cruza la ciudad, mientras que los cigarros y la cerveza tampoco dejaron de producirse debido a que la tabacalera y la cervecería estaban ubicadas dentro de la zona sitiada, logrando curiosamente mantener a salvo su producción. "Muchos dicen que esto fue lo que realmente nos salvó de la locura", sostiene Petar.
La guerra tampoco acalló el espíritu cultural de Sarajevo, que algunos años antes se mostraba ante los ojos del mundo como un ejemplo de capital en apogeo, evidenciando las mejores virtudes del modelo yugoslavo de Tito. Como primer anfitrión socialista de los Juegos Olímpicos de Invierno de 1984 y representados por la mascota "Vučko", un lobito esquiador que se eternizó como símbolo de la ciudad, ésta tuvo la oportunidad de lucir nuevos estadios, flamantes pistas de patinaje en hielo, nieve y de bobsleigh, que cruzaban los bosques de la céntrica montaña Trevevic.
Con este evento Sarajevo mostró todo su potencial como metrópoli moderna, en donde los siglos de guerras pasados no alteraron el convivir entre las diferentes religiones, aunque la caída de Yugoslavia puso en riesgo este equilibrio.
Pero al fin de la tragedia trajo la fiesta y el destape: "Nunca tuve tanto sexo y rock and roll en mi vida como en la segunda mitad de los 90", cuenta entre risas Tarik Ducic, dueño del céntrico hostal Balkan Han, hoy ya avanzado en sus cuarenta. "Nos llenamos de fiestas entre los escombros, mezcla del desenfreno, euforia y ahogue de tristeza que te da el sentir que sobreviviste frente a todos los pronósticos, aunque muchos de tus amigos y parientes ya no estaban". Y con ello llegó la más diversa movida musical, transformando a Sarajevo en un semillero de bandas de estilos variopintos. Desde el punk al jazz, sin discriminación alguna.
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Vista panorámica de la ciudad.[/caption]
Hoy dicha movida ha evolucionado y sigue vigente en bares que de noche se repletan para dar cabida a grupos en vivo, como parte de una cartelera que parece inagotable. Una rareza para una ciudad en donde el 40 por ciento de la población es de origen musulmán, por lo que ver una discoteque que ofrece rock en vivo toda la noche y que está ubicada al frente de una mezquita, es una realidad que ha dado un sello único a Sarajevo y la ha transformado sin querer en un ejemplo frente a toda clase de prejuicios religiosos y raciales.
Quien también goza de buena salud por estos días es el comercio centrado principalmente en el centro histórico, conocido como "Baščaršija". Aquí es donde se puede entender mejor el verdadero origen de la ciudad, como un asentamiento otomano en plena Edad Media, y que fue uno de los puertos de llegada de la seda que se iba a comercializar con Occidente. De esta época aún mantiene su arquitectura de mercado turco, con tiendas agolpadas una al lado de la otra y pasadizos oscuros que llevan a negocios de lámparas, alfombras y telas, que exigen negociación y varias tazas de té de conversa, tire y afloje.
El también conocido como "turkish quarter", se ha transformado en un aporte estético para una ciudad que se ha ido modernizando de manera rápida, y que ha llevado al público a comprar en centros comerciales con tiendas de retail propias de Occidente, pero que de cierta manera aún parecen estancados en los 80. Porque aquí por muy contemporáneo que sean algunos edificios, la gente continúa por ejemplo fumando en su interior, situación que se repite también en cafés, estaciones de trenes y cualquier espacio cerrado, como si Sarajevo quisiera hacer oídos sordos a las prohibiciones de la modernidad.
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Mezquitas y comercio se mezclan en el Cuarto Turco.[/caption]
Otro aporte a la personalidad que forja hoy y que en especial atrae a turistas, son las ruinas dejadas por los años oscuros, como las de los edificios abandonados y las mismas instalaciones construidas durante los Juegos Olímpicos y que se están cayendo a pedazos. Esto le ha dado un look de rebeldía a la ciudad que mantiene en pie estos tesoros como cicatrices que deben ser mostradas, al igual que tantos otros secretos escondidos, como las partes que siguen en pie del legendario túnel que los salvó hace dos décadas y los eternos cementerios que se lucen como verdaderos parques, algo escalofriantes, pero necesarios para no olvidar el pasado. Esto, piensan algunos, es importante para mantener la convicción de que tras siglos de conflicto –y una que otra tregua- se puede volver a mirar al mundo con orgullo.