Al final de la Primera Guerra Mundial, un antisemita le dice a su interlocutor que los judíos provocaron la guerra. "Sí, los judíos y los ciclistas", responde el segundo. "¿Por qué los ciclistas?", pregunta el primero. "¿Por qué los judíos?", replica el segundo.
La broma era utilizada por una de las intelectuales judías más relevantes del siglo XX, Hannah Arendt, para ilustrar la irracionalidad del antisemitismo.
En las últimas semanas, la ofensiva militar israelí en la Franja de Gaza ha dado pie en Europa a renovadas expresiones de odio en contra de los judíos y su religión.
En París, durante una protesta en contra de la muerte de civiles palestinos, una sinagoga fue quemada y hubo cánticos que pedían "la cámara de gas para los judíos", lemas que abren la herida dejada por el gobierno colaboracionista francés que deportó judíos hacia campos de concentración nazis durante la Segunda Guerra Mundial.
En Berlín, el embajador israelí en Alemania dijo que los judíos eran perseguidos "como si fuera 1938", durante el régimen de la Alemania nazi que llevó el antisemitismo al nivel de genocidio, con millones de muertos por un plan sistemático y devastador.
Pero en las mismas marchas, otros manifestantes reclamaron su derecho a protestar en contra de las decisiones del gobierno de Israel y el accionar de sus fuerzas armadas en Gaza, sin por eso ser calificados de antisemitas o enemigos del pueblo judío.
El mito de la sangre
La naturaleza del antisemitismo, también llamado en ocasiones "el odio más antiguo", ha mutado en los últimos 2.000 años. Las primeras iglesias cristianas y luego el catolicismo culparon al pueblo judío por la muerte de Jesús, pero esta acusación no se quedó en los púlpitos sino que se convirtió en sangrientos mitos populares.
En la época medieval, las llamadas calumnias de sangre -o creencias de que los judíos usaban sangre de niños cristianos para sus rituales- provocaron feroces levantamientos en contra de la vida y los bienes de las comunidades judías en Europa, conocidos como pogromos.
Los pogromos no siempre fueron espontáneas reacciones de la turba sino que, en ocasiones, fueron bien organizados desde los pasillos del poder. Algunas monarquías europeas persiguieron a los judíos en su territorio -el caso más paradigmático fue su total expulsión de España en el siglo XV- por dogmas teológicos en ciertos casos y, en otros, para no pagar sus deudas con los prestamistas judíos.
La negación de los judíos a convertirse al cristianismo también fue vista por muchos como una señal de sus prácticas blasfemas, a las que se atribuyó -entre otros desastres- la plaga de "peste negra" que le costó la vida a millones de personas en el Viejo Continente en el siglo XIV.
Autores como Theodor Adorno y Max Horkheimer, dos intelectuales alemanes que escaparon del nazismo, sugirieron que el poder que han tenido las ideas antisemitas no radica en su relación con la realidad, sino justamente en todo lo contrario: su ausencia de una correlación con hechos reales.
Como dice David Nirenberg, autor del libro "Anti-Judaísmo. La Historia de una Forma de Pensar", el significado de la palabra antisemita como rechazo a todo lo que sea judío es bien conocido, pero el término no suele exponer la naturaleza o la razón detrás de esa animosidad (como el protagonista de la broma que culpa a los judíos por la guerra sin necesidad de explicar el porqué).
Al no tener necesariamente un vínculo con hechos reales, el antisemitismo puede surgir en cualquier momento y crecer en intensidad sin ser alimentado por una causa concreta. Es el odio por el odio mismo.
Es justamente esta flexibilidad del antisemitismo le permite, al mismo tiempo, ser fácilmente utilizado para desvirtuar cualquier comentario negativo en contra de una institución, individuo o Estado judío. Es el rechazo a la crítica por la crítica misma.
Días atrás, por ejemplo, el actor estadounidense Jon Voight, padre de la actriz Angelina Jolie, publicó una carta abierta en varios medios de su país en la que acusa a los actores españoles Javier Bardem y Penélope Cruz "de incitar al antisemitismo" por calificar de genocidio la operación israelí en Gaza (Cruz y Javier Bardem aseguraron que no son antisemitas y que su intención era criticar la ofensiva militar de Israel y no a los israelíes).
La respuesta de Bardem no se hizo esperar: "Ahora algunos me han puesto la etiqueta de antisemita, igual que a mi esposa (Penélope Cruz), lo que es la antítesis de lo que somos como seres humanos. Detestamos en antisemitismo igual que detestamos las horribles y dolorosas consecuencias de la guerra".
Sionismo y feminismo
Con el número de víctimas civiles incrementándose exponencialmente durante la última ofensiva, un blog escrito el año pasado se volvió viral en los últimos días en redes sociales como Tumblr, Facebook y Twitter. ¿Su nombre? "Cómo criticar a Israel y no ser considerado antisemita". Entre sus 19 consejos para evitar que esto ocurra, el autor anónimo del blog aconseja no decir "los judíos" cuando uno se refiere al estado de Israel.
Pero como dicen los académicos Alain Badiou y Eric Hazan, que han investigado el antisemitismo en Francia, "las palabras tienen su importancia en este negocio: al definirse Israel como un Estado Judío, se produce una suerte de fusión entre la palabra 'judío' y las prácticas del gobierno israelí".
En este problema con las palabras y sus significados, Nirenberg recuerda que "judío no es lo mismo que hebreo, los israelitas no son israelíes, israelí no significa necesariamente sionista o judío (o viceversa) y muchos de los que han sido llamados 'judíos' o 'judaizantes' no se identifican en absoluto con el judaísmo".
"Sé cuidadoso con las etiquetas que usas", recomienda el blog, que también propone no decir "los sionistas" cuando uno se refiere a Israel.
"Sionismo no es una mala palabra, como no lo es feminismo. Es simplemente la creencia de que los judíos deberían tener un estado e parte de su tierra ancestral donde puedan buscar refugio del antisemitismo y la persecución. No es la creencia de que los judíos tienen el derecho a quitarle la tierra a otros, o que son superiores, como feminismo no significa odiar a los hombres", sostiene el bloguero.
En el blog se estipula que cualquiera que piense que los judíos deben tener un Estado, es en cierto sentido un sionista, sea judío o no, pero no todos piensan que un Estado judío debe existir per se, o que dicho estado deba existir en la tierra que habitaban los palestinos.
Para evitar el calificativo de antisemita, muchos críticos de Israel y defensores de la causa palestina reafirma que su oposición va dirigida no a los judíos sino a los sionistas, es decir, a los que pelearon por la construcción de un Estado Judío desde los primeros años del siglo XX y lo continúan defendiendo hoy, 70 años después de la creación del Estado de Israel.
Otros, en cambio, se inclinan por la opción de los dos Estados, con una nación palestina y una nación judía conviviendo en paz en la misma tierra, como lo planteó las Naciones Unidas en 1947.
Religión e Imperio
Otra fuente de críticas comunes hacia Israel es su alianza con Estados Unidos, lo cual genera en la actualidad que muchos de los comentarios negativos no provengan de la derecha ideológica -como en el pasado- sino desde la izquierda, algo inaudito tras el la creación del Estado de Israel y la aplicación por parte de sucesivos gobiernos israelíes de modelos y prácticas que provenían del socialismo.
La cooperación militar entre ambas naciones, el poderoso lobby judío en los pasillos del poder de Washington, la defensa a ultranza de la ofensiva militar israelí en las cadenas de medios de comunicación estadounidenses, la presencia de varios colonos judíos provenientes de ese país en los territorios ocupados, han sido motivos de críticas.
Como ilustran Badiou y Hazan, la relación entre la primera potencia del mundo y el Estado de Israel produce combinaciones muy variadas. Una de ellas relaciona antiimperialismo con antisemitismo:
"Está claro que en la actualidad antiimperialismo es antiamericanismo, antiamericanismo es evidentemente anticapitalismo y anticapitalismo, gracias a la clásica fantasía del 'financista judío', es antisemitismo". Sin embargo, si uno se remonta en la Historia, se entiende que nunca ha sido un buen negocio para las religiones enfrentarse con los imperios.
La última vez que los judíos se alzaron en armas contra una potencia fue en el siglo I, y los romanos no solo los derrotaron militarmente sino que los expulsaron de su tierra por siglos; mientras que fue justamente la alianza con Roma la que permitió al cristianismo en ese entonces convertirse en la religión hegemónica.
Hoy, 2000 años después, la irracionalidad del antisemitismo continúa presente, y el odio por el odio mismo sigue mencionando cámaras de gas que la humanidad pensó habían quedado atrás. Por eso se entiende que ministros de Relaciones Exteriores de Francia, Alemania e Italia, hayan emitido inmediatamente un comunicado en donde consideran que la hostilidad en contra de los judíos "ya no tiene lugar en nuestra sociedad".
Pero también hay quienes consideran que no se puede calificar de antisemita cualquier crítica contra Israel y que más de 1.100 civiles palestinos muertos en la última ofensiva israelí en Gaza -a diferencia de la Primera Guerra Mundial en el cuento que le gustaba a Arendt- no son solamente responsabilidad de Hamas sino también del ejército israelí.
Y lo ocurrido en Gaza, al igual que la triste anécdota de los judíos y los ciclistas, está lejos de ser una broma.