Cuando Sean Connery tenía visiblemente más pelo en la barbilla que en la cabeza, fue elegido el hombre más sexy del mundo. Corría el año 1989 y él rondaba los 60. El miércoles celebrará su cumpleaños número 80. Y encarna el mejor ejemplo de que una estrella de Hollywood también puede envejecer con dignidad.
Por desgracia hace tiempo que abandonó la actuación para cuidar sus nervios. No tiene una imagen demasiado buena de quienes llevan la batuta en la industria del celuloide. "No digo que sean todos idiotas. Sólo digo, que de esos hay muchos", afirmó una vez.
Cuanto más pasan los años, menos se le ve en público. También hace mucho que no concede entrevistas. Y si lo hace, no se le puede preguntar ni por James Bond, ni por la independencia de Escocia ni por mujeres.
Lo último que se oyó de él fue que se le está investigando en España por evasión de impuestos. Se sospecha que el actor y su esposa, Micheline, están implicados en un escándalo inmobiliario en Málaga, en la costa del Sol. Pero hasta la Justicia española parece mostrar una cierta simpatía hacia él, pues las investigaciones recibieron el nombre de "Operación Goldfinger".
Quizá aquella fuera la mejor película de toda la saga James Bond, que por supuesto contaba con Sean Connery como el agente secreto 007 y Gert Fröbe en el papel del malvado Auric Goldfinger. "Espera que hable" - "No, señor Bond. Espero que muera", es uno de sus legendarios diálogos. Parece que durante el rodaje, en 1964, Fröbe le contagió el virus del golf. Y desde entonces, el deporte es una de sus grandes pasiones.
¿Qué retos tiene Sean Connery a los 80? Quién sabe. Él, al menos, no lo cuenta, por lo que sólo se puede suponer que disfruta de la vida viviendo en algunos de los lugares más bellos de este mundo: Niza, Marbella, Nueva York, Bahamas... Su amor hacia su patria escocesa llega tan lejos que por ella aceptaría mal tiempo para jugar al golf. Y aunque preferiría que Escocia se separara del Reino Unido mejor hoy que mañana, dejó que su reina lo nombrara caballero.
Sir Sean Connery puede permitirse tales contradicciones: él es uno de los inmortales de Hollywood. Su rostro no sólo ha quedado grabado en la memoria colectiva gracias a James Bond, sino también a su papel de padre de Indiana Jones y al de una especie de Sherlock Holmes medieval en "El nombre de la Rosa".
Puede que el padre franciscano Guillermo de Baskerville, que se enfrenta a la Santa Inquisición sin pestañear ni una vez más de lo estrictamente necesario, le brindara su mejor interpretación.
En una de las escenas más bonitas del filme, su joven discípulo Adso de Melk, alias Christian Slater, acude a su maestro con mala conciencia por sentirse atraído por una joven, y le pregunta si alguna vez amó a alguien.
"Por supuesto", contestó Guillermo de Baskerville. "¿De veras, maestro?", le pregunta el muchacho felizmente sorprendido. "Sí. Amo a Aristóteles". Curioso escuchar estas palabras en boca de un hombre que como James Bond sólo pensaba en llevarse a la próxima belleza a la cama.
Hasta hoy Sean Connery no ha publicado sus memorias, ni tampoco existen biografías autorizadas de él. Pero junto al escritor y cineasta escocés Murray Grigor escribió un libro sobre Escocia en el que también cuenta algunos episodios de su vida. Y en él se ve claramente, que Connery es un hombre sensible que se guarda todas las heridas, todos los comentarios negativos, y que pese a todos sus éxitos lleva consigo una cierta amargura. Con todo, la última página del libro señala: "He vivido muchos buenos tiempos".