A finales de los 70 habían tres rubias, según experiencia personal, que las que las niñas querían ser: Rafaella Carrá, Olivia Newton John (versión Sandy, de Grease) y Farrah Fawcett. Esta última, andando en skate y con la sonrisa perfecta en Los ángeles de Charlie, era la versión de al heroína moderna.
Una gringa rebelde y de aspecto perfecto que quería atrapar criminales, pero también pasarlo bien. Hasta su personaje tenía el nombre ideal para esta mezcla de fantasía creada para la TV: Jill Munroe.
Con adolescentes, y otros no tanto, soñando con ella en su traje de baño rojo, la actriz nunca despertó malos comentarios en los medios femeninos, aunque podría haber generado la máxima envidia ya que su mundo perfecto se completaba con El Hombre Nuclear en su casa. La eterna felicidad que mostraba en su cara, aunque en su vida personal todo fuera un desastre, la convertía en un icono marcado por la cercanía.
Incluso cuando la vimos años después pasando por tragedias terribles en películas para la TV, esos dramas nunca lograron opacar el recuerdo lúdico de sus primeras apariciones en pantalla. Fue estrella al primer impacto. Un sello que no se desvanece con malos papeles, titulares escandalosos o el mismo paso del tiempo. Su secreto para nunca ser olvidada siempre estuvo en su sonrisa.