Simferopol, una ciudad atrincherada
La capital de Crimea se encuentra en estado de alerta y a la espera de alguna acción ordenada por Vladimir Putin.
La capital de Crimea, Simferopol, es una ciudad atrincherada, que espera impaciente la solución al dilema de si Rusia enviará o no tropas en ayuda de esa república autónoma ucraniana. "EE.UU. tiene la culpa de todo. ¿Para qué organizar otra revolución en Kiev? Nosotros no queremos una guerra", asegura Galina, representante de la comunidad rusa que es mayoría en la península de Crimea desde el siglo XIX.
Ni pánico por el posible estallido de un conflicto con las nuevas autoridades de Kiev ni júbilo por la posible intervención rusa; el ánimo entre los habitantes de Simferopol es de expectación.
"Nadie habla de otra cosa. Que si la flota rusa del mar Negro está tomando posiciones, que si Kiev va a castigarnos por rebeldes", agrega Galina, que trabaja en un punto de cambio de monedas. Simferopol se encontraba en estado de alerta ante la posible repetición de las manifestaciones protagonizadas hace días por la minoría tártara, que defiende la integridad territorial de Ucrania y mantiene la lealtad a Kiev.
"Las autoridades se asustaron. El otro día, cerca del Parlamento había varios miles de tártaros", asegura Alexéi, quien se gana la vida como taxista. Un cordón policial impide el acceso de autos al barrio gubernamental, cuyos edificios principales están controlados por hombres armados que cumplen órdenes de no se sabe quién.
"Son fuerzas especiales rusas. No hay duda. Por eso no llevan distintivo. No quieren que se les reconozca", afirma convencido Alexéi. El conductor se refiere a varias decenas de hombres armados, ataviados con cascos y vestidos de riguroso negro, apostados en las inmediaciones de lugares estratégicos, como el aeropuerto.
A escasos 50 metros del aeropuerto de Simferopol, una veintena de amenazantes efectivos de ese misterioso destacamento controla sin aparente interés todo lo que sucede en las inmediaciones.
Simferopol, ciudad que se encuentra a varias decenas de kilómetros de la costa, a la que uno debe desplazarse en tren o autobús, tiene todo el aspecto de una ciudad que se ha quedado anclada en la nostalgia de su brillante pasado soviético. Dos tercios de sus poco más de 360.000 habitantes son rusos, en torno al 20% ucranianos y apenas un 7%, tártaros. "Los periodistas son mensajeros de desgracias", asegura irónicamente una turista que llegó a Simferopol para visitar a un familiar.
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