Histórico

Simonetti: "Una novela no se juega su valor en el apego a la realidad"

En el apogeo de su fama mundial, el fotógrafo chileno Sergio Larraín optó por desaparecer. Sobre los mitos que rodean su vida, Marcelo Simonetti construyó su nueva novela, El fotógrafo de Dios. <br />

Marcelo Simonetti (43) iba a escribir sobre el físico italiano Ettore Majorana. Quería continuar el libro La desaparición de Majorana, en que Leonardo Sciascia aventura que el científico, seguro de que descubrirá la bomba atómica, prefirió desaparecer en 1938. Recién en los 70, un rumor lo ubicó en Argentina. Pero el escritor catalán Jordi Bonells ya había continuado esa historia. No importó. Simonetti encontró otro desaparecido.

Sergio Larraín, el único fotógrafo chileno que ha pasado por las filas de la agencia Magnum, es el motor de la nueva novela de Simonetti, El fotógrafo de Dios. En el libro lleva otro nombre, Santiago Larrea, y en el apogeo de su carrera optó por desaparecer. Había trabajado con Pablo Neruda; el MoMA le había comprado fotos; Julio Cortázar se había inspirado en su trabajo para escribir Las babas del diablo; Cartier Bresson lo admiraba; publicaba en revistas como Life y París Match. Pero algo pasó. A fines de los 70 se esfumó. Nadie sabe bien por qué. Años después, apareció en un pueblo cercano a Ovalle. Hoy no da entrevistas. Practica yoga.

Simonetti no lo fue a buscar. Optó por las leyendas: "El mito me parece mucho más potente que el personaje", dice  el columnista de La Tercera y autor de La traición de Borges.

En la novela, Larrea es autor de dos fotografías clave. Una de ellas, la ha llevado siempre consigo el fotógrafo Martín Rijtman, el protagonista. Es la única imagen existente de su padre, Enzo, quien  se marchó cuando él era niño.

La otra fotografía podría ser un retrato de Dios.

Tras esa misteriosa imagen anda Burt Rodríguez, el representante de Small Business, una empresa especializada en negocios emergentes. Y raros.  Antes de llegar a Chile, contacta a Martín Rijtman para que lo ayude en sus pesquisas. Entonces, El fotógrafo de Dios se pone a correr: en sólo 176 páginas Rodríguez y Rijtman buscan a Larrea, mientras una ola de temblores sacude a Chile. De fondo, aparecen todas las leyendas que rodean la figura de Larrea. O Larraín.

También, Manuel busca a su padre. Un hombre que, como anota Simonetti echando una inesperada dosis de misterio al libro, está inspirado en su padre, Enzo Simonetti.

¿Es verdad que tu padre inspira al de Rijtman?
Cualquier novela debiera ser autárquica, no debiera valerse de su confrontación con la realidad. Una novela no se juega su valía en el apego a la realidad. La historia es la que está ahí y así debiera ser leída. No obstante, obviamente, que en la historia de Rijtman con su padre hay elementos autobiográficos.

¿Cuánto inventaste de Larraín? ¿Fue un lanzador de cuchillos que mató a su esposa, como dice el libro?
El juego apunta a mezclar la realidad con la ficción. La novela no busca ser un registro documental de la vida de Larraín, sino a levantar una historia verosímil. Inventé mucho y tomé también varios elementos de su vida. Lo mezclé tanto, que ya no sé si lo de lanzar cuchillos fue un invento o parte de su biografía.

¿Qué llevó a Larraín a aislarse del mundo?
Creo que sentía la necesidad de darle un sentido a la vida, sentido que, aunque nos pese a quienes amamos su trabajo, la fotografía no consiguió darle. Como decía Mafalda, hace rato que Larraín quería bajarse del mundo; la vida que él precisaba no estaba ahí.

Con El fotógrafo de Dios las leyendas sobre Larraín crecerán. ¿Te haces cargo?
Estamos tan faltos de mitos en este país, que si la novela consigue eso, me sentiría muy contento.

¿Qué te interesa de los personajes que se fugan de su propia vida?
Me atrae su valentía, el arrojo para borrarse, sobre todo en un mundo que está lleno de gente que es capaz de matar por aparecer. Me cautiva el acto de dejarlo todo y la posibilidad de reinventarse.

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