Noel Schajris, asegura Rafael Araneda antes de entregar la consabida gaviota de oro, está realmente emocionado. Y el punto es para el animador, su perspicacia, para captar que uno de los miembros de Sin Bandera está más conmovido de lo habitual. Es difícil captar los matices porque el guión del dúo que completa Leonel García dicta una sobrecarga de sensibilidad apenas pisan el escenario. En cada verso de su repertorio romántico hasta el hartazgo, parecen a punto de estallar de tan emocionados que se sienten. Noel suele mirar hacia lo alto y dar las gracias a la divinidad o lo que sea, mientras Leonel, con los ojos cerrados, hace como que no da más. A Sin Bandera el amor los sobrepasa. Casi no lo pueden manejar. Es peor que la más lacrimógena de las teleseries.

Y todo es confuso, finalmente aburrido, porque ambos músicos e intérpretes son artistas con gran bagaje técnico. Dominan sus voces a placer siguiendo la exigente escuela del R&B donde la voz tiene la misión permanente de montar acrobacias, ese rasgo que los concursos de talentos televisivos transformaron en sinónimo de alta calidad cuando no es más que un ejercicio soporífero si detrás no hay más intención que exhibir destreza. Es ahí donde el dúo falla de manera rotunda. Conocen su territorio, ese que les dio justa fama hace 15 años, pero nunca más se movieron de ahí. No ofrecen variables con la excepción de "Sirena", un corte bailable que anoche acompañaron de una dudosa coreografía junto a una facción de su banda. Digamos que una parte de la gracia de la mejor tradición de balada latina según sus mejores exponentes, implica asumir riesgos. Hasta Luis Miguel lo hizo cuando experimentó con el funk de salón y la ranchera, también Chayanne con incursiones rockeras en sus últimos álbumes. Con Sin Bandera todo se reduce a medios tiempos, barnices de power ballad, excesos insufribles de saxo, remates vocales que parecen más una competencia de quien aporta más filigranas.

"Unos revolucionarios de la balada", dice Rafa Araneda mientras intenta despedir al dúo. Pero esta revolución resultó fatal para el formato. Hizo creer que las acrobacias de la garganta son el epicentro del amor. Y el sentimiento universal, la mayor fuerza en esta Tierra, inspira muchísimo más que una emotividad cómoda y de libreto.