En septiembre de 2012, en una columna para el diario inglés The Guardian, Ai Weiwei (1957) lanzó una frase lapidaria: "El mundo del arte en China no existe". Mensaje contradictorio si se miran las cifras de mercado, que apuntan a China como el país más exitoso en las ventas de arte, junto con EE.UU., incluyendo récords de varios artistas chinos de vanguardia. Sin embargo, Weiwei insiste y su discurso es elocuente para muchos: "El trabajo de los artistas chinos no arroja ningún ojo crítico. Es como un restaurante que vende todos los platos estándar, como el pollo kung pao o el cerdo agridulce. La gente se los come y dicen que es chino, pero es simplemente una oferta de consumo, proporcionando poco en el camino de una verdadera experiencia de vida en China, en la actualidad".

Claro que el artista escribe desde la vereda opuesta, la del activismo político: en la última década se ha convertido en enemigo declarado del gobierno, el que le prohibió salir del país. En 2011 fue detenido en el aeropuerto de Beijing y llevado a un lugar desconocido, donde permaneció 81 días preso. Luego se sabría que lo acusaban de evasión de impuestos, pero a esas alturas la comunidad artística internacional reaccionó, incluidos el MoMA de Nueva York y la Tate Gallery de Londres, para pedir su liberación.

Tras su salida, Weiwei respondió con fuerza. Fue invitado a la Bienal de Venecia, donde se las arregló para exhibir unas maquetas en miniatura donde recreó su celda y cómo debía comer, dormir e ir al baño, custodiado en todo momento por dos militares. La obra terminó por convertirlo en un símbolo de la disidencia, más aún cuando se le ha negado asistir a sus propias inauguraciones en otros países, ya que no tiene pasaporte.

Eso, por supuesto, no ha detenido a Weiwei en su conquista artística. Hace unos días se inauguró en Berlín, en el Museo Martin-Gropius-Bau, su mayor retrospectiva, que ocupa 18 salas del edificio. La propia canciller alemana, Angela Merkel, abogó ante las autoridades chinas para que el artista pudiese asistir a la apertura. No resultó, pero es lo de menos. Como señalaría una vez el propio Weiwei, la censura china no puede derrocar a internet y se las arregló para enviar un video con saludos. El chino trabaja con asistentes, a los que envía a todas partes del mundo a montar sus obras cada vez que es necesario. Así, sin moverse de su domicilio en Beijing, Weiwei ha expuesto en EE.UU., Italia, Francia, Singapur, España e, incluso, Chile, adonde envió, en marzo del año pasado, un mural para ser parte de una exposición colectiva en el Parque Cultural de Valparaíso.

Weiwei no tiene fronteras, aunque más de una vez se ha mostrado apenado por el hecho de que sus propios compatriotas no pueden ver su obra. "Este es mi hogar, pero no puedo comunicarme con mi entorno. Exponiendo sólo en el extranjero, me quedo a medio camino", señaló en 2013 a La Tercera.

GUIÑOS POLITICOS

Hasta diciembre de 2008, el gobierno chino veía a Weiwei como un artista creativo, a veces insolente, pero nunca peligroso. De hecho, fue cocreador, junto a los arquitectos suizos Herzog & de Meuron, del Estadio Nacional de Beijing para los Juegos Olímpicos de 2008. Sin embargo, luego del terremoto que sufrió la provincia de Sichuan ese mismo año, Weiwei se transformó en un activista, al liderar el movimiento que pidió una lista detallada de los muertos, que el gobierno se negó a entregar. Desde entonces, Weiwei adquirió relevancia internacional.

Evidence, la actual muestra del artista en Berlín, recorre varias de sus obras, donde, sin transar la línea estética, logra siempre hacer un guiño político. Entre ellas destacan las 150 bicicletas que forman una escultura colgante y que recuerdan a Yang Jia, un joven de Beijing detenido ilegalmente y golpeado por la policía al llevar una bicicleta sin registro; o las 12 esculturas de bronce de animales del zodíaco chino, que aluden a las estatuas hechas por artistas chinos en el siglo XVIII en el Imperial Garden Yuan Ming Yuan, que fue saqueado por tropas británicas y francesas. También vuelve al episodio de su detención, esta vez recreando su celda en una sala de las mismas dimensiones e invitando al público a "vivir" la experiencia.

Sin duda, en el último tiempo, su activismo se ha apoderado de su obra, hecho que algunos críticos ven como aprovechamiento mediático. Para Jed Perl, de The New Republic, se trata de un "maravilloso disidente" y un "artista terrible". A Weiwei no parece importarle: en septiembre próximo hará una instalación en la famosa cárcel de Alcatraz, en San Francisco, EE.UU., que por primera vez recibirá una obra de arte contemporánea. Por ahora, el poder artístico de Weiwei es indiscutible.