Cuando el balón echa a rodar sobre el césped de las canchas chilenas, los utileros llevan ya más de dos horas trabajando. Los futbolistas son quienes se llevan la gloria. De ellos depende el éxito o el fracaso de los clubes. Pero todo lo demás, lo que hay detrás, debajo e incluso en el centro mismo de ese envoltorio que dura 90 minutos, no depende solamente de quienes juegan. Sin utilero no hay fútbol.

El camarín de Palestino

Es jueves en el estadio Municipal de La Cisterna. El entrenamiento del plantel de Palestino acaba de tocar a su fin y Marcelo Guajardo, Sebastián Maira y Diego Saldivia se afanan en recoger todos los útiles empleados por los futbolistas en su práctica diaria. El sol golpea fuerte. Guajardo, jefe de utilería del cuadro "árabe", toma aire antes de comenzar a rememorar sus comienzos en una profesión a la que ha dedicado casi 30 años. "Me sé la fecha del día que empecé. Nunca se me ha olvidado: 13 de abril de 1985. Lo recuerdo porque ese fue el día en que llegué a Palestino y nunca más he salido de aquí. Es lo único en lo que he trabajado en toda mi vida", confiesa el comandante del camarín, sin quitar ojo a todo lo que sucede a su alrededor. Trabaja sin pausa, pero también sin prisa, pues conoce el oficio de memoria.

El fútbol ha cambiado mucho en los últimos tiempos y Guajardo lo sabe, pero el vínculo que se establece entre un utilero y un futbolista es, en opinión de este santiaguino de 48 años, poco menos que inquebrantable: "Aunque cambie el fútbol, la relación de un utilero con un jugador nunca va a cambiar. Yo a los muchachos los veo siempre, todo el día y todos los días. Es imposible que nuestra relación no sea estrecha, que no haya un vínculo especial", explica. Un vínculo que convierte a los utileros en piezas esenciales dentro del engranaje de un club, pese a que muchas veces dicha labor no vaya acompañada de un total reconocimiento. "La profesión no está valorada al ciento por ciento. Se mira en menos. El jugador termina de entrenar y se va a su casa, pero nosotros seguimos acá hasta las cinco o seis de la tarde. Llegamos los primeros y nos vamos los últimos, a todos lados", subraya.

Veintinueve años al servicio de Palestino lo avalan. Un hombre que precisa de pocas palabras para definir la importancia de su quehacer. "Sin utilero no hay partido", exclama.

Sin utilero no hay partido, pero tampoco hay partido de Palestino que no haya contado, de uno u otro modo, con la presencia de Diego Saldivia, su ayudante desde hace sólo cuatro meses. Ex futbolista en las categorías inferiores,  mascota del primer equipo y ahora utilero. A sus 32 años, no hay un solo estamento del club por el que Diego no haya pasado.  "Yo jugué alrededor de 14 años acá en Palestino cuando era joven. Luego llegué a la escuela de fútbol y tuve la suerte de ser mascota del primer equipo profesional y viajar con los jugadores en el bus siendo un niño. Es una experiencia que no se me va a olvidar nunca", comienza. "Ahora cumplo mi función feliz todos los días, porque esto, para mí, es como cumplir el sueño frustrado que no pude alcanzar como jugador profesional", confiesa.

Audax, un asunto familiar

Víctor Bórquez, más conocido en el fútbol como Caroca, es el "dueño" del camarín de Audax Italiano desde hace siete años. Su trayectoria como utilero comenzó hace más de un cuarto de siglo en su Viña del Mar natal, en  Everton, al que prestó sus servicios durante 17 años antes de desembarcar en el Bicentenario de La Florida, luego de las gestiones realizadas por el hoy arquero de la U, Johnny Herrera, y del entonces director deportivo del cuadro itálico, Óscar Meneses.

Caroca siempre se ha sentido como en casa en el interior del camarín de un equipo profesional, pero desde su llegada al conjunto floridano dicha afirmación podría ser interpretada de forma literal. Y es que su ayudante en el servicio de utilería del club es ni más ni menos que su hijo Rodrigo.

Rodrigo Bórquez aprendió el oficio ayudando a su padre en Everton. Hoy, a los 29 años, es quien acompaña al equipo de colonia en los desplazamientos, y no duda en narrar, en tono distendido, alguna de las anécdotas vividas en primera persona como parte del camarín de Audax: "Recuerdo que en un viaje a El Salvador perdí dos veces el vuelo. Perdimos dos veces el avión el mismo día y tuvimos que viajar en bus 13 horas para reunirnos con el equipo", relata el primogénito del Caroca, en quien ve a un maestro por su experiencia, pero ante todo a un compañero de trabajo.

En la impoluta sala principal de utilería de Audax, rodeado de poleras, zapatos para entrenar sobre césped sintético, balones y todo tipo de material deportivo, el Caroca echa la vista atrás para recordar los momentos más emotivos vividos desde su privilegiado lugar de trabajo. Es así como sale a relucir el nombre del iquiqueño Héctor Vega. "Tengo un recuerdo muy lindo de Caldillo Vega. Aparte de ser un excelente jugador era una excelente persona. Se ganó el Loto y yo siempre había soñado con tener un vehículo propio. Entonces él llegó a Everton y me hizo realidad ese sueño. Me regaló un millón de pesos para que yo pudiera comprar mi vehículo". Una conmovedora historia que da buena cuenta de la complicidad que puede generarse en el interior de los camarines.

Y es que los utileros -y ahí radica precisamente la magia, y también la dificultad de su oficio viven siempre en el límite de la línea divisoria que separa el fútbol de papel cartón -el de los contratos millonarios y la fama-, del fútbol de carne y hueso, el que concierne a ese deporte tan humano que practican cada fin de semana tantos jugadores. Jugadores distintos los unos de los otros, que requieren cuidados específicos: "Todos tienen su carácter  y un utilero tiene que tener el tino y el carisma necesario para acercarse a cada uno de ellos y hacer todo lo haga falta. La hojita de menta dentro de los zapatos, lo que sea", explica el Caroca.

Un utilero pluriempleado

Si alguien sabe de las dificultades que entraña el poder vivir de la utilería, ese es Patricio Cáceres, titular del cargo en Barnechea desde 2011, cuando el equipo militaba en Tercera División. "Fui viviendo todos los ascensos y quemando todas las etapas como utilero. En Tercera teníamos lo básico para trabajar. Con los ascensos llegaron otro nivel de jugadores, más exigentes, y surgieron otras necesidades para el club. Tuvimos que ajustarnos a esas necesidades específicas, porque tú eres empleado del club, pero estás al servicio de los jugadores", argumenta Patricio.

A diferencia de los utileros de conjuntos más poderosos, Cáceres compagina su empleo en los servicios de utilería de los huaicocheros con la actividad de peluquero canino, la que desempeñaba antes de que el milagro Barnechea comenzara a cristalizar.

El trabajador de 48 años, que cuenta en diariamente con la ayuda de su "fiel escudero" (Pedro Orellana, Peter) de sólo 20,  define la figura del utilero como "una persona leal a su trabajo, confidente de los jugadores y sacrificada", y afirma que "la total dignificación del oficio debe partir de los propios profesionales".

De los utileros, esos arquitectos de los cimientos del balompié, que trabajan en silencio para conseguir que este deporte llamado fútbol parezca sólo un juego.