"Hola, yo soy la Coca, la bruja a cargo de todas estas niñitas", se presenta -adjetivándose a sí misma- María Verónica Orellana, head coach del equipo de nado sincronizado del Colegio Médico. Hace un par de semanas, en Argentina, sus "niñitas" arrasaron en el último Open de la disciplina. Marcaron un precedente importante en un deporte tan desconocido como inexplorado en Chile, llevándose seis podios, tres de ellos primeros lugares. "Mi entrenamiento es un poco hitleriano", dice llevando hasta el extremo la comparación. Como si la terrible frase sonara divertida.
El equipo está compuesto por niñas de todas las edades. Lideran las que tienen entre 11 y 14 años, pero también hay pequeñas de 8, 9 y 10. En total son 33; 20 conforman el primer equipo y otras 13 el segundo. Están listas para entrenar motivadas por el desempeño obtenido, compitiendo incluso contra nadadoras de categorías superiores. Todas lucen perfectas. Sabían que vendríamos y, para la ocasión, llegaron maquilladas, con el cabello estrictamente engominado y con sus trajes de competencia. ¿Cómo logran que esa moña no se desarme en el agua? "Gelatina sin sabor, eso es todo", revela una, como acostumbrada a la pregunta. Están atentas a las órdenes de Orellana. Intranquilas, eso sí, por las cámaras.
En el nado sincronizado la disciplina es la gran base en la que se construye todo, explica Coca. Por eso es que en cada entrenamiento las niñas deben someterse a órdenes que chocan. Es un deporte estético, que premia la capacidad de interpretación y ejecución de la coreografía, pero que castiga cualquier error. Por eso, la rigurosidad debe ser cabal. En esta piscina de La Dehesa, cuando Coca habla, todas callan. Aunque es raro que hable. "En el nado se grita mucho, porque una no puede ser blanda. Es muy estricto, similar al ballet", dice, mientras ordena desde un costado a las niñas.
Coca también fue nadadora, pero vio en el entrenamiento su verdadera vocación. Antes, sólo había trabajado con el equipo nacional, lo hizo en dos períodos. Su logro más importante fue clasificar con Chile a los Juegos Panamericanos de La Habana '91, donde terminaron sextas en figuras. Luego se alejó, frustrada por el escaso apoyo que recibía este deporte, a otra clase de proyectos. Cuenta que antes, ella misma, lentejuela tras lentejuela, fabricaba los trajes de sus seleccionadas, por lo que descubrió otro talento: la alta costura. Se especializó con la diseñadora Claudia Rivas Vial y, no sabe cómo, terminó trabajando durante años en televisión. "Organizaba el espacio de moda del Venga Conmigo, con el Pato Laguna", rememora.
"Ellas felices vuelven al agua, el trabajo termina cuando están acalambradas".
A este equipo comenzó a formarlo desde hace cuatro años, cuando decidió reconciliarse con el deporte. Ya cuenta con un cuerpo técnico multidisciplinario, el mismo que la acompaña ahora, apoyándola en dar distintas instrucciones al grupo, variando de acuerdo a la edad y el nivel de cada una.
Durante este mes, señala, los entrenamientos se han enfocado en mejorar la velocidad de las piernas, por lo que los trabajos de pataleos, en todos los niveles, han sido extenuantes. Se les nota a las niñas, que se pasean por lo largo de la piscina -ante la mirada curiosa de los socios del club, con quienes la comparten- buscando avanzar tramos sólo con las piernas. "¡No conversen! ¡Sigan, sigan!", les grita fuerte y claro, quebrando una vez más la relativa armonía del recinto.
Niñas de 7, 8 y hasta 16 se mueven juntas, cada una a su ritmo, mientras Coca observa. "Las nadadoras felices vuelven al agua, deben sufrir", dice como bromeando, aunque en realidad es muy en serio. Explica que "el trabajo termina cuando están acalambradas", que las chicas necesitan generar suficiente ácido láctico en sus músculos para no tener problemas durante la presentación. Bajo este régimen se manejan ellas, uno de los únicos clubes chilenos en establecer el alto rendimiento desde sus bases.
Estremece ver a las niñas tan comprometidas, ante exigencias que ni siquiera mujeres se atreverían a cumplir . Al unísono, todas van avanzando en fila intentando cumplir cada una de sus series, moviendo lo más rápido posible sus -aparentemente- débiles e infantiles piernas. Puede que en esta ocasión influya la presencia del periodista en el orden inmutable de las pequeñas. Lo cierto es que ellas, pese a los años de juventud, entienden y aceptan que aquí se debe respetar la voz del entrenador.
Pero surgen dudas. Conocidas son las polémicas en torno a los métodos y el trato que existe en esta disciplina. La polémica más reciente ocurrió en Europa, donde la técnico española Anna Tarrés (íntima amiga de Coca, como ella misma desvela) fue acusada por sus propias nadadoras de un trato inhumano y vejatorio, denuncia que se formalizó en una carta firmada por 15 de ellas, alimentando aún más con mitos e historias el imaginario social en torno a este deporte. "Se dice de todo, pero en realidad hay muchas cosas que no son ciertas", se defiende Coca.
¿Ha hecho llorar por entrenamiento a las niñas?
No. Sí entrenamos mucho la parte de elongación, y es ahí donde se ve en YouTube a las niñitas de China o Japón llorando. Pero es por algo que se entrena así, no hay nada extraño en eso, aunque nosotras no lo llevamos tan al extremo.
Coca lleva consigo una vara. Aún no ha debido usarla, pues no han entrenado coreografías, pero su presencia genera resquemores. "Jamás he golpeado a una niña con esto", se ríe, explicando que el uso de la vara corresponde exclusivamente para marcar los tiempos y entregar mejor las indicaciones. "Debajo del agua, las niñas no escuchan lo que les grito, por eso debo golpear y así ellas entienden cuándo deben moverse", asegura, ahora ya completamente enfocada en su entrenamiento.
Lo que sí es un hecho es que ningún papá puede presenciar las prácticas, algo que a ellos parece no molestarles. La razón es más sencilla de lo que parece: "Pasa que, cuando las niñitas ven a los padres, vuelven a querer ser consentidas, mimadas, y ahí empiezan a desobedecer". La autoridad de los técnicos de este equipo es tan respetada que, como una anécdota, cuentan que cuando viajaron a competir a Buenos Aires muchas en sus casas no comían ensaladas, por lo que una de las profesoras les exigió agregar de inmediato ese plato al menú. "¡Y lo hicieron! Los papás nos amaban después", dice la entrenadora.
Para ellos, los apoderados, este régimen que puede parecer dictatorial es algo con lo que se han acostumbrado a convivir. Jessica Barrios, mamá de Daniela Gardini (10 años), una de las mejores proyectadas del equipo, destaca los cambios que el nado sincronizado ha generado en su hija: "Toda esta exigencia les ayuda a organizarse. El temor de todos los padres es que sus hijas van a bajar las notas en el colegio, pero en realidad las suben, porque optimizan sus tiempos". Daniela también tuvo un paso por el ballet y la natación, por ello es que está catalagada entre las mejores.
Coca cuenta que uno de los aspectos más importantes en la captación de deportistas no es solamente la actitud de las niñas ante fuertes cargas de presión. Un punto que muchas veces es decidor a la hora de definir quién queda y quién no son los padres. Así lo explica la entrenadora: "Lo que pasa es que a muchos les choca que les griten a sus hijas, que se les exija tanto. Piensan que por estar aquí no les irá bien en el colegio, pero en realidad, en un 80 por ciento de los casos, es todo lo contrario".
Giglia Luppi, madre de las mellizas Anaella y Charlotte Costantini (13 años), es una de las que más tiempo lleva en el equipo. Reconoce que la exigencia en ocasiones puede ser mucha, que los gritos a veces pueden ser muchos, pero que siempre es posible hablar con Coca: "Viajamos mucho y hemos visto cómo es el deporte en otras partes del mundo. Aquí no es nada en comparación a Europa".
"Mis hijas salen de casa a las 7.50 de la mañana y regresan a las 9 de la noche. Es así siempre, de lunes a viernes".
Las chicas ensayan distintas figuras en el agua, memorizadas tras las órdenes de Coca. La elasticidad y armonía en sus movimientos, en niñas tan pequeñas, es algo muy particular. Una práctica puede durar entre dos a tres horas, dependiendo de para qué se esté entrenando. Cuando se está preparando una competencia, las chicas pueden llegar a completar hasta seis días de entrenamiento a la semana. Así lo hicieron para el Open transandino, donde se colgaron varias medallas doradas.
"Mis hijas salen de casa a las 7.50 de la mañana y regresan a las 9 de la noche. Es así siempre, de lunes a viernes" agrega Giglia . Revela, además, que se turnan entre todos para ir a buscar o dejar a las chicas, que deben estar atentos a las tareas escolares siempre y que durante la semana deben hacerlas en su casa, después de toda la jornada. "Al final, las niñas están durmiendo a las 11.15 u 11.20 de la noche".
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Foto: Laura Campos.[/caption]
¿Cómo aguantan sus hijas? La clave, dice Luppi, está en el apoyo que los padres pueden entregarle a las niñas. Por ello, recalca que lejos de perjudicar la relación padre-hijo, este rutinario estilo de vida termina fortaleciendo la unión familiar. Ni hablar de los círculos sociales, que terminan siempre remitiéndose a la escuela, pero sobre todo al club.
Y es que para ser nadadora sincronizada se requiere convicción. Al hablar con las niñas, es imposible no sorprenderse por la forma elocuente en que se expresan y la personalidad a la hora de entregar su opinión. Fuera del agua, da la impresión de estar con niñas súper dotadas. Todas son extremadamente ordenadas, pausadas al hablar y se organizan sin problemas para no interrumpirse, alzando la mano. Además, en sus respectivos colegios (todas estudian en los mejores de la Región Metropolitana) la mayoría pelea los primeros lugares de sus cursos, algo que resulta, por decir poco, difícil de imaginar debido a este estilo de vida.
Tienen claro su discurso, casi tan interiorizado como las rutinas que presentan en las competencias. Conversando con ellas, destacan que bajo estas aguas han aprendido de valores, de lealtades, compañerismos y disciplina. "Es que al final, tenemos que entender que hay que hacerle caso a la Coca, por que si nos regaña es para que nos salga bien la presentación", explica la pequeña Daniela Gardini, articulando a la perfección cada palabra.
También, como es obvio, tienen sus desencuentros. La preadolescencia es una edad de cambios, y en un camarín femenino los egos siempre pueden jugar en contra. Pero aquí, como en cualquier otro deporte, los códigos del vestuario se respetan a cabalidad. En ese terreno no entra Coca, los padres, ni nadie. Sólo ellas. "Tuvimos un problema en Argentina, con una niña en particular, pero todas decidimos que el problema lo solucionábamos nosotras", asegura Josefa López (15 años), una de las nadadoras del equipo.
¿Es posible este nivel de orden y madurez en niñas tan pequeñas? Las chicas no hacen bromas, no se interrumpen y tampoco se ríen a carcajadas. Su delicadeza y disciplina se extrapola a cada esfera de la vida, algo que no deja de extrañar. Probablemente, sea por esta razón que muchas han sufrido bullyíng en sus escuelas, debido a las atípicas rutinas y comportamientos. Son mujeres, casi soldados, en cuerpos de niñas.
Mientras se quita la gelatina del pelo, Josefa narra las penurias por las que pasó en su antiguo colegio. Hace un par de años, ella, como todas, se cuestionó todo. Seguir o no, continuar con todo el esfuerzo o simplemente desertar. Lo pasó mal debido las burlas y bromas a las que fue sometida. "Como era buena deportista y buena alumna, era el blanco perfecto del bulliyng", denuncia.
"Cuando entran, ellas quieren ser consentidas, mimadas, y ahí desobedecen"
Ése es quizás el costo más grande que tiene el querer brillar en este deporte, donde los mayores sinsabores llegan, paradójicamente, desde afuera. "Terminé entendiendo que mis verdaderas amigas son las que me entienden, que el resto daba lo mismo. Y, en realidad, mis mejores amigas son mis propias compañeras", remata López, asumiendo el precio de la decisión del alto rendimiento.
El equipo de nado sincronizado del Colegio Médico se proyecta en grande. "Mi trabajo, ahora, es entregarle a la selección a niñas ya formadas. No tengo dudas de que muchas de ellas estarán pronto en la selección chilena", argumenta Coca, que sueña junto a estas niñas y sus padres en que en algún momento podrán hacer despegar un deporte dormido. Exigencias como éstas, sostienen los padres, enfrentarán sus hijas durante toda la vida. Constancia y sacrificio, una receta antigua, pero con eficacia garantizada. Ellas están convencidas.